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Acabo de encontrar esta publicación en facebook y me gustaría saber cuál es su opinión:
#ReflexionesCimarronas
“Uniformes unisex, una solución para todes”
✒ Claudia A. Damiani
Existe un justo reclamo en Cuba por parte de la comunidad trans sobre la posibilidad de escoger el uniforme escolar según el género con que se identifique cada cual. Como contraparte, en algunas de las múltiples cartas que las iglesias fundamentalistas han dedicado al Ministerio de Educación, se menciona este tema como motivo de alarma (aunque la Resolución # 16 del 27 de febrero de 2021 nada dice sobre los uniformes).
Mis simpatías, obviamente, están con la comunidad trans y no con los imaginarios conservadores que el fundamentalismo defiende. Mas considero que esta preocupación puede resolverse de una forma mucho más sencilla e inclusiva que la planteada por elles.
Lo primero que debemos preguntarnos es por qué a esta altura del siglo XXI todavía seguimos marcando la diferencias entre sexos al considerar prendas distintas para niños y niñas en los uniformes escolares. ¿Por qué las niñas y adolescentes han de usar faldas en los centros educativos? Esta pregunta no tiene nada de transgresora: si bien hasta el mismísimo siglo XIX estuvo penado por las costumbres y la ley el uso del pantalón para las mujeres, desde la década del 20 del siglo pasado, pantalón y short comenzaron a considerarse prendas unisex y su empleo femenino se fue normalizando.
Al principio fue una cuestión de comodidad: para el trabajo de las mujeres obreras y para las actividades deportivas de las mujeres de clase acomodada, que ahora practicaban ciclismo, equitación y tenis como formas de ocio. Aquí hay un elemento importante: si la adopción de prendas consideradas hasta entonces masculinas fue impulsada por la incorporación de las mujeres a actividades físicas que antes estuvieron limitadas a los hombres, ¿por qué condenar a nuestras niñas a la inmovilidad e incomodidad de las faldas la mayor parte de su infancia y adolescencia?
Puede argumentarse que los uniformes no son para jugar ni para practicar deporte, pero lo cierto es que las niñas y los niños siempre juegan en el recreo, se sientan en el piso, con las piernas cruzadas, se encaraman, se tropiezan, se caen…
Existe otra cuestión: fomentado por el imaginario patriarcal que se les ha inculcado, es común que los niños acosen sexualmente a las niñas. Esto no es una razón para eliminar las faldas, pues como siempre decimos las feministas, “la ropa no tiene nada que ver”. Sin embargo, es algo que sucede con “normalidad” y la solución que se le da en la práctica es que todas las niñas lleven short debajo de la saya, prenda que no pertenece al uniforme y donde se expresan las desigualdades de poder adquisitivo que puedan existir.
Antes de proseguir, me parece importante dejar claro por qué es imprescindible que existan uniformes: solo cuando entré a la universidad y el uniforme escolar (que yo despreciaba) desapareció de mi vida, supe lo mucho que se desgasta la ropa cuando se debe usar regularmente, lo insoportable que es tener que combinarse para ir “decente” los cinco días laborales y lo mucho que esto aumenta la cantidad de ropa a lavar el fin de semana.
El uniforme no solo cuenta con un material resistente para soportar el uso intensivo, sino que nos coloca en condiciones de igualdad: las diferencias sociales, que desgraciadamente se han reavivado después de los 90, quedan minimizadas por el uniforme y solo se manifiestan en esos accesorios inevitables que no han sido uniformados (el calzado y la mochila). ¿No sería hermoso que además de minimizar las desigualdades económicas se minimizaran las de género?
Una cuestión que siempre me frustró en la niñez es la total ausencia de bolsillos en el uniforme femenino: mientras los niños tenían cuatro bolsillos en el short y uno en la camisa, nosotras no teníamos ninguno. Durante los primeros años de la primaria, ponerse la falda luego de un turno de Educación Física, constituía un verdadero reto, por lo complicado del mecanismo en vericuetos y botones, incluidos los tirantes. Todo ello hace pensar que, en el diseño del uniforme de las niñas, la comodidad no fue prioritaria.
Ahora que los uniformes escolares se están remodelando, que existe una voluntad de hacer justicia a la comunidad LGTBIQ y que el tema de la emancipación femenina se retoma con fuerza, creo que es una buena oportunidad para considerar unos uniformes menos sexistas y más utilitarios, en el sentido de cómodos para quienes los usen, pero también en el sentido de su producción, porque no puede ser más económico producir un modelo distinto para cada sexo que un único modelo en las tallas correspondientes.
Esta propuesta no es nada transgresora, hace un siglo ya que las chicas en pantalones son cosa común, pero a quienes se persignan ante la idea de un varón con faldas, les recordamos que Jesús usaba túnica.
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#ReflexionesCimarronas
“Uniformes unisex, una solución para todes”
✒ Claudia A. Damiani
Existe un justo reclamo en Cuba por parte de la comunidad trans sobre la posibilidad de escoger el uniforme escolar según el género con que se identifique cada cual. Como contraparte, en algunas de las múltiples cartas que las iglesias fundamentalistas han dedicado al Ministerio de Educación, se menciona este tema como motivo de alarma (aunque la Resolución # 16 del 27 de febrero de 2021 nada dice sobre los uniformes).
Mis simpatías, obviamente, están con la comunidad trans y no con los imaginarios conservadores que el fundamentalismo defiende. Mas considero que esta preocupación puede resolverse de una forma mucho más sencilla e inclusiva que la planteada por elles.
Lo primero que debemos preguntarnos es por qué a esta altura del siglo XXI todavía seguimos marcando la diferencias entre sexos al considerar prendas distintas para niños y niñas en los uniformes escolares. ¿Por qué las niñas y adolescentes han de usar faldas en los centros educativos? Esta pregunta no tiene nada de transgresora: si bien hasta el mismísimo siglo XIX estuvo penado por las costumbres y la ley el uso del pantalón para las mujeres, desde la década del 20 del siglo pasado, pantalón y short comenzaron a considerarse prendas unisex y su empleo femenino se fue normalizando.
Al principio fue una cuestión de comodidad: para el trabajo de las mujeres obreras y para las actividades deportivas de las mujeres de clase acomodada, que ahora practicaban ciclismo, equitación y tenis como formas de ocio. Aquí hay un elemento importante: si la adopción de prendas consideradas hasta entonces masculinas fue impulsada por la incorporación de las mujeres a actividades físicas que antes estuvieron limitadas a los hombres, ¿por qué condenar a nuestras niñas a la inmovilidad e incomodidad de las faldas la mayor parte de su infancia y adolescencia?
Puede argumentarse que los uniformes no son para jugar ni para practicar deporte, pero lo cierto es que las niñas y los niños siempre juegan en el recreo, se sientan en el piso, con las piernas cruzadas, se encaraman, se tropiezan, se caen…
Existe otra cuestión: fomentado por el imaginario patriarcal que se les ha inculcado, es común que los niños acosen sexualmente a las niñas. Esto no es una razón para eliminar las faldas, pues como siempre decimos las feministas, “la ropa no tiene nada que ver”. Sin embargo, es algo que sucede con “normalidad” y la solución que se le da en la práctica es que todas las niñas lleven short debajo de la saya, prenda que no pertenece al uniforme y donde se expresan las desigualdades de poder adquisitivo que puedan existir.
Antes de proseguir, me parece importante dejar claro por qué es imprescindible que existan uniformes: solo cuando entré a la universidad y el uniforme escolar (que yo despreciaba) desapareció de mi vida, supe lo mucho que se desgasta la ropa cuando se debe usar regularmente, lo insoportable que es tener que combinarse para ir “decente” los cinco días laborales y lo mucho que esto aumenta la cantidad de ropa a lavar el fin de semana.
El uniforme no solo cuenta con un material resistente para soportar el uso intensivo, sino que nos coloca en condiciones de igualdad: las diferencias sociales, que desgraciadamente se han reavivado después de los 90, quedan minimizadas por el uniforme y solo se manifiestan en esos accesorios inevitables que no han sido uniformados (el calzado y la mochila). ¿No sería hermoso que además de minimizar las desigualdades económicas se minimizaran las de género?
Una cuestión que siempre me frustró en la niñez es la total ausencia de bolsillos en el uniforme femenino: mientras los niños tenían cuatro bolsillos en el short y uno en la camisa, nosotras no teníamos ninguno. Durante los primeros años de la primaria, ponerse la falda luego de un turno de Educación Física, constituía un verdadero reto, por lo complicado del mecanismo en vericuetos y botones, incluidos los tirantes. Todo ello hace pensar que, en el diseño del uniforme de las niñas, la comodidad no fue prioritaria.
Ahora que los uniformes escolares se están remodelando, que existe una voluntad de hacer justicia a la comunidad LGTBIQ y que el tema de la emancipación femenina se retoma con fuerza, creo que es una buena oportunidad para considerar unos uniformes menos sexistas y más utilitarios, en el sentido de cómodos para quienes los usen, pero también en el sentido de su producción, porque no puede ser más económico producir un modelo distinto para cada sexo que un único modelo en las tallas correspondientes.
Esta propuesta no es nada transgresora, hace un siglo ya que las chicas en pantalones son cosa común, pero a quienes se persignan ante la idea de un varón con faldas, les recordamos que Jesús usaba túnica.
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