Papá1
Nivel 3
- 214
- 380
Nunca aceptaron la rendición a que fueron conminados entre el polvo y la metralla que le disparaban, y solo cuando se le acabaron sus escasas reservas de armas y parque, cesó el enfrentamiento.
El ocho de noviembre de 1958 cayeron heroicamente los combatientes clandestinos Angel Ameijeiras, Pedro Gutiérrez y Rogelio Perea librando la más connotada batalla urbana del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, desde el confinamiento de un pequeño apartamento donde se refugiaban en la barriada capitalina de Santos Suárez.
En la corajuda lucha, comenzada desde la madrugada, también colaboró con valentía la joven Norma Porras, miembro del M-26-7 y esposa de Ángel, más conocido por el mote cariñoso de Machaco, única sobreviviente de los sucesos y quien se encontraba en estado de gestación.
Ángel Machaco Ameijeiras, con 33 años al morir, ocupaba el cargo de Jefe de Acción y Sabotaje en La Habana, desde el asesinato de Sergio González, el Curita, en 1957. Sus dos hermanos de lucha, ultimados con él, no llegaban a la treintena de edad, y tenían un probado historial de entrega patriótica.
Ameijeiras había ganado el puesto por su sobresaliente arrojo, entrega total a la causa y dotes organizativas. La rendición, como lo probó junto a sus compañeros en la última hora, nunca estuvo ni en la más peregrina de las posibilidades.
Antes de llegar al final combate de noviembre, su hermano Efigenio, el cual se distinguía como soldado y jefe rebelde en la Sierra Maestra, le había propuesto sin conseguir su anuencia, cambiar la lucha clandestina por el combate en las montañas, debido a que el dictador Fulgencio Batista había puesto precio a su cabeza y sus esbirros lo perseguían con saña.
El pueblo cubano ya sufría las consecuencias de los crímenes atroces, desapariciones y torturas de esos desmanes acrecentados por el tirano, ya acorralado psicológicamente por el auge indetenible de la ofensiva rebelde de Oriente a Occidente, comandada por orden de Fidel Castro por Camilo Cienfuegos y Che Guevara.
Machaco pensaba y así respondió a Efigenio, que la lucha clandestina en pueblos y ciudades era de decisiva importancia en apoyo a la guerra armada de la Sierra. Además, pertenecía a una estirpe familiar, también formada por los caídos por la causa Gustavo y Juan Manuel, de valentía a toda prueba y estricta fidelidad a los principios.
Salvo Efigenio, fallecido en fechas recientes, después de una extensa trayectoria de servicios a la Patria, los otros tres hermanos Ameijeiras no pudieron disfrutar del triunfo por el cual entregaron sus vidas, casi a punto de ocurrir cuando se desencadenó la atroz masacre que mató a Machaco y sus compañeros Pedro y Rogito (Rogelio).
Testigos de la vil acción de los sicarios asaltantes de la vivienda han revelado que a pesar de ser solo tres hombres, apoyados por una mujer embarazada, los revolucionarios resistieron la embestida de los numerosos esbirros durante más de cuatro horas, lograron quemar un carro patrullero y herir a algunos soldados.
Nunca aceptaron la rendición a que fueron conminados entre el polvo y la metralla que le disparaban, y solo cuando se le acabaron sus escasas reservas de armas y parque, cesó el enfrentamiento.
También hay testimonios de la barriada que aseguraron que todos los clandestinos fueron capturados vivos, pero los tres hombres aparecieron poco después muertos y monstruosamente masacrados.
Al conocer las noticias del trágico suceso y las muertes, dadas a conocer falsamente por el Ejército batistiano como bajas en combate, el líder Fidel Castro, desde la Comandancia de La Plata, emitió el día nueve de noviembre la orden que dictaba el ascenso póstumo de Ángel Ameijeiras Delgado como Comandante del Ejército Rebelde.
La hazaña conmocionó a la nación y sus consecuencias no arredraron a los patriotas en combate y al pueblo, los confirmaron en la lucha.
Ángel Ameijeiras había nacido el dos de agosto de 1925 en la localidad rural cercana al central azucarero Chaparra, hoy de la provincia de Las Tunas.
Fue un niño y adolescente muy activo, travieso, alegre y preocupado por cumplir sus deberes filiales y amorosos con toda la familia.
Ya residente en La Habana, se incorporó con rapidez al movimiento revolucionario. Las tareas organizativas y de propaganda se le daban muy bien, por lo que fue uno de los más eficaces promotores y distribuidores de la primera edición impresa de La Historia me Absolverá.
Llegó a llevar el trascendente documento, convertido más tarde en programa guía de la Revolución triunfante, en un viaje de La Habana a Santiago de Cuba, junto a Haydée Santamaría y conduciendo un carro alquilado él mismo y sin apenas dinero para comer y pernoctar.
Fue apresado el 16 de julio de 1957 y guardó prisión en las mazmorras del Castillo del Príncipe, donde conoció a otros valiosos revolucionarios con los cuales sostuvo una relación de hermandad y de lucha. Entre estos estaba el legendario Sergio González.
Al ser liberado a principios del 58 se reincorpora a los preparativos de la huelga del nueve de abril, con el cumplimiento de múltiples tareas, todas audaces y riesgosas.
Su vida intensa y plena de acción no cabe en estas breves líneas. Pero su huella es imperecedera, hoy más que nunca.
El ocho de noviembre de 1958 cayeron heroicamente los combatientes clandestinos Angel Ameijeiras, Pedro Gutiérrez y Rogelio Perea librando la más connotada batalla urbana del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, desde el confinamiento de un pequeño apartamento donde se refugiaban en la barriada capitalina de Santos Suárez.
En la corajuda lucha, comenzada desde la madrugada, también colaboró con valentía la joven Norma Porras, miembro del M-26-7 y esposa de Ángel, más conocido por el mote cariñoso de Machaco, única sobreviviente de los sucesos y quien se encontraba en estado de gestación.
Ángel Machaco Ameijeiras, con 33 años al morir, ocupaba el cargo de Jefe de Acción y Sabotaje en La Habana, desde el asesinato de Sergio González, el Curita, en 1957. Sus dos hermanos de lucha, ultimados con él, no llegaban a la treintena de edad, y tenían un probado historial de entrega patriótica.
Ameijeiras había ganado el puesto por su sobresaliente arrojo, entrega total a la causa y dotes organizativas. La rendición, como lo probó junto a sus compañeros en la última hora, nunca estuvo ni en la más peregrina de las posibilidades.
Antes de llegar al final combate de noviembre, su hermano Efigenio, el cual se distinguía como soldado y jefe rebelde en la Sierra Maestra, le había propuesto sin conseguir su anuencia, cambiar la lucha clandestina por el combate en las montañas, debido a que el dictador Fulgencio Batista había puesto precio a su cabeza y sus esbirros lo perseguían con saña.
El pueblo cubano ya sufría las consecuencias de los crímenes atroces, desapariciones y torturas de esos desmanes acrecentados por el tirano, ya acorralado psicológicamente por el auge indetenible de la ofensiva rebelde de Oriente a Occidente, comandada por orden de Fidel Castro por Camilo Cienfuegos y Che Guevara.
Machaco pensaba y así respondió a Efigenio, que la lucha clandestina en pueblos y ciudades era de decisiva importancia en apoyo a la guerra armada de la Sierra. Además, pertenecía a una estirpe familiar, también formada por los caídos por la causa Gustavo y Juan Manuel, de valentía a toda prueba y estricta fidelidad a los principios.
Salvo Efigenio, fallecido en fechas recientes, después de una extensa trayectoria de servicios a la Patria, los otros tres hermanos Ameijeiras no pudieron disfrutar del triunfo por el cual entregaron sus vidas, casi a punto de ocurrir cuando se desencadenó la atroz masacre que mató a Machaco y sus compañeros Pedro y Rogito (Rogelio).
Testigos de la vil acción de los sicarios asaltantes de la vivienda han revelado que a pesar de ser solo tres hombres, apoyados por una mujer embarazada, los revolucionarios resistieron la embestida de los numerosos esbirros durante más de cuatro horas, lograron quemar un carro patrullero y herir a algunos soldados.
Nunca aceptaron la rendición a que fueron conminados entre el polvo y la metralla que le disparaban, y solo cuando se le acabaron sus escasas reservas de armas y parque, cesó el enfrentamiento.
También hay testimonios de la barriada que aseguraron que todos los clandestinos fueron capturados vivos, pero los tres hombres aparecieron poco después muertos y monstruosamente masacrados.
Al conocer las noticias del trágico suceso y las muertes, dadas a conocer falsamente por el Ejército batistiano como bajas en combate, el líder Fidel Castro, desde la Comandancia de La Plata, emitió el día nueve de noviembre la orden que dictaba el ascenso póstumo de Ángel Ameijeiras Delgado como Comandante del Ejército Rebelde.
La hazaña conmocionó a la nación y sus consecuencias no arredraron a los patriotas en combate y al pueblo, los confirmaron en la lucha.
Ángel Ameijeiras había nacido el dos de agosto de 1925 en la localidad rural cercana al central azucarero Chaparra, hoy de la provincia de Las Tunas.
Fue un niño y adolescente muy activo, travieso, alegre y preocupado por cumplir sus deberes filiales y amorosos con toda la familia.
Ya residente en La Habana, se incorporó con rapidez al movimiento revolucionario. Las tareas organizativas y de propaganda se le daban muy bien, por lo que fue uno de los más eficaces promotores y distribuidores de la primera edición impresa de La Historia me Absolverá.
Llegó a llevar el trascendente documento, convertido más tarde en programa guía de la Revolución triunfante, en un viaje de La Habana a Santiago de Cuba, junto a Haydée Santamaría y conduciendo un carro alquilado él mismo y sin apenas dinero para comer y pernoctar.
Fue apresado el 16 de julio de 1957 y guardó prisión en las mazmorras del Castillo del Príncipe, donde conoció a otros valiosos revolucionarios con los cuales sostuvo una relación de hermandad y de lucha. Entre estos estaba el legendario Sergio González.
Al ser liberado a principios del 58 se reincorpora a los preparativos de la huelga del nueve de abril, con el cumplimiento de múltiples tareas, todas audaces y riesgosas.
Su vida intensa y plena de acción no cabe en estas breves líneas. Pero su huella es imperecedera, hoy más que nunca.