Jan
Nivel 4
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Entre árboles
En algunos lugares de la Gran Tierra, la gente se cuida mucho de no cortar los árboles que crezcan inclinados o doblados. Hay un tipo particular de ellos que abunda en algunas regiones, y podría parecer que es desaprovechado por los nativos, quiénes apenas y se valen de la madera para facilitar sus vidas, a pesar de que no escasea. Esto es por temor a confundirlos con la Vipermorus, también llamada Naja araucaria. Algunas de ellas habitan en estos bosques de árboles doblados, y se mezclan con ellos para confundir a sus presas. A veces se duermen en la posición del árbol, y pueden despertar con el más mínimo toque. Al ser tan grandes y anchas, se alimentan de animales grandes como osos y búfalos. Éstas serpientes pueden crecer hasta veinte metros, y el grueso de su cuerpo puede ser del largo de un remo. Son peligrosas, agresivas cuando se les molesta. Se cuenta que además su piel es gruesa como madera de roble. Algunos dicen que las han visto devorar elefantes, y, mientras los digieren, se entierran, aparentando ser grandes montículos de tierra. Los habitantes de estos bosques las evitan y han aprendido a diferenciarlas de los árboles con los que se camuflajean. Sin embargo, a veces se confunden, en especial los extranjeros que, aún tras ser advertidos, se adentran sin cuidado en la espesura, para nunca volver. En alguna ocasión, desapareció un grupo de quince extranjeros a bordo de un carromato. Al día siguiente, un anciano se reía por haberse encontrado en el bosque un montículo cuadrado.
Perdida
-Pensaba que ya te habíamos perdido- dijo el muchacho de gorra azul.
-Cuándo me pierdan, no van a saber qué hacer- le respondió la chica, bromeando.
Así, siguieron su camino, de vuelta al metro.
Ninguno habría imaginado que días más tarde, mientras los tres amigos tomaban el metro, cómo a diario, ya no sólo le perderían el rastro a su amiga, sino que la perderían para siempre. Tan sólo bastó una multitud, algo de distancia, y la chica se perdió para jamás volver.
Tan sólo otro afiche pegado en una pared.
…
Crepitar
Viene hacia mí, temblando sin parar, quebrándose a cada paso. Retuerce sus brazos, sus piernas, su cadera, su propia cabeza, tronando, balbuceando y babeando. Sonríe, sus ojos están demasiado abiertos, fijos en mí; no parará hasta llegar. Doy media vuelta e intento correr, pero mis pies no se mueven. Estoy paralítico, no puedo caminar, tampoco escapar. La cosa viene hacia mí, me toma de los brazos, también de las piernas. Tiene una mano sobre mi columna. ¡No! Me.. me va a romper. Está apretando, intento escapar, pero es más fuerte que yo. No puedo defenderme. Me obliga a mirarle, sonríe aún más, abre su boca y…
Me despierto. Apenas puedo respirar. Soñé con mi abuela, con mi familia. De niño ella estaba recluida a causa de un extraño tipo de esclerosis. Llegó un punto en que la enfermedad ya no sólo la dejó inmóvil, sino que la mató con lentitud, cual torturador. Hemorragias, incapacidad absoluta, dolores intensos, siendo prisionera de su propia cuerpo; prisionera de sí misma.
Ella me advertía que algún día yo también pasaría por ello. Cada día mis piernas funcionan peor, al punto que debo calcular cada uno de mis pasos. A veces siento que mi cadera baila, y no la puedo controlar. Algunos días lloro en silencio pensando en el futuro. En la sonrisa de mi abuela, el día en que sus delirios le hicieron perder la razón mientras su organismo la mataba. Sé que acabaré así, sé de mi muerte y de cómo será. No quiero que ese día llegue, pero la figura que se rompe y se retuerce se acerca hacia mí día con día.
F I N
Los relatos anteriores fueron escritos por Antonio A. Huelga
En algunos lugares de la Gran Tierra, la gente se cuida mucho de no cortar los árboles que crezcan inclinados o doblados. Hay un tipo particular de ellos que abunda en algunas regiones, y podría parecer que es desaprovechado por los nativos, quiénes apenas y se valen de la madera para facilitar sus vidas, a pesar de que no escasea. Esto es por temor a confundirlos con la Vipermorus, también llamada Naja araucaria. Algunas de ellas habitan en estos bosques de árboles doblados, y se mezclan con ellos para confundir a sus presas. A veces se duermen en la posición del árbol, y pueden despertar con el más mínimo toque. Al ser tan grandes y anchas, se alimentan de animales grandes como osos y búfalos. Éstas serpientes pueden crecer hasta veinte metros, y el grueso de su cuerpo puede ser del largo de un remo. Son peligrosas, agresivas cuando se les molesta. Se cuenta que además su piel es gruesa como madera de roble. Algunos dicen que las han visto devorar elefantes, y, mientras los digieren, se entierran, aparentando ser grandes montículos de tierra. Los habitantes de estos bosques las evitan y han aprendido a diferenciarlas de los árboles con los que se camuflajean. Sin embargo, a veces se confunden, en especial los extranjeros que, aún tras ser advertidos, se adentran sin cuidado en la espesura, para nunca volver. En alguna ocasión, desapareció un grupo de quince extranjeros a bordo de un carromato. Al día siguiente, un anciano se reía por haberse encontrado en el bosque un montículo cuadrado.
Perdida
-Pensaba que ya te habíamos perdido- dijo el muchacho de gorra azul.
-Cuándo me pierdan, no van a saber qué hacer- le respondió la chica, bromeando.
Así, siguieron su camino, de vuelta al metro.
Ninguno habría imaginado que días más tarde, mientras los tres amigos tomaban el metro, cómo a diario, ya no sólo le perderían el rastro a su amiga, sino que la perderían para siempre. Tan sólo bastó una multitud, algo de distancia, y la chica se perdió para jamás volver.
Tan sólo otro afiche pegado en una pared.
…
Crepitar
Viene hacia mí, temblando sin parar, quebrándose a cada paso. Retuerce sus brazos, sus piernas, su cadera, su propia cabeza, tronando, balbuceando y babeando. Sonríe, sus ojos están demasiado abiertos, fijos en mí; no parará hasta llegar. Doy media vuelta e intento correr, pero mis pies no se mueven. Estoy paralítico, no puedo caminar, tampoco escapar. La cosa viene hacia mí, me toma de los brazos, también de las piernas. Tiene una mano sobre mi columna. ¡No! Me.. me va a romper. Está apretando, intento escapar, pero es más fuerte que yo. No puedo defenderme. Me obliga a mirarle, sonríe aún más, abre su boca y…
Me despierto. Apenas puedo respirar. Soñé con mi abuela, con mi familia. De niño ella estaba recluida a causa de un extraño tipo de esclerosis. Llegó un punto en que la enfermedad ya no sólo la dejó inmóvil, sino que la mató con lentitud, cual torturador. Hemorragias, incapacidad absoluta, dolores intensos, siendo prisionera de su propia cuerpo; prisionera de sí misma.
Ella me advertía que algún día yo también pasaría por ello. Cada día mis piernas funcionan peor, al punto que debo calcular cada uno de mis pasos. A veces siento que mi cadera baila, y no la puedo controlar. Algunos días lloro en silencio pensando en el futuro. En la sonrisa de mi abuela, el día en que sus delirios le hicieron perder la razón mientras su organismo la mataba. Sé que acabaré así, sé de mi muerte y de cómo será. No quiero que ese día llegue, pero la figura que se rompe y se retuerce se acerca hacia mí día con día.
F I N
Los relatos anteriores fueron escritos por Antonio A. Huelga