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Esta es la escena que abre la 2da historia en la trilogía que estoy preparando, ya había publicado la primera de las 3, espero que este fragmento les guste.
El muchacho miró los vendajes ensangrentados sobre la mesa de noche y comenzó a llorar. Lloró suavemente al principio, luego se lamentó y gimió hasta que su cara estaba roja y mojada por las lágrimas, luego lloró un poco más. Después de que había pasado un tiempo, suspiró e hizo lo mejor que pudo para recoger el desorden, el que él era y el que lo rodeaba.
Empezó a poner todo en su lugar, metódicamente: la ropa llena de sangre y todo el material médico contaminado, las sábanas arrugadas, la mesa volcada del comedor. El centro de mesa estaba destruido, tendría que comprar uno nuevo o Tessa se enfurecería. Excepto que no tendría tiempo...
Miró la herida en su brazo. La piel a su alrededor estaba roja, hinchada y caliente al tacto y de ella salía un fluido extraño. La misma herida que le había infligido su hermano cuando la enfermedad se salió de control y tuvo que contratar gente para que viniera a ponerle un clavo en el cerebro y enterrarlo decapitado en algún hoyo. Buscó con los ojos un cuadro en la pared con cuatro rostros borrosos y luego volvió a mirar la herida.
No tenía mucho tiempo, no.
El muchacho miró los vendajes ensangrentados sobre la mesa de noche y comenzó a llorar. Lloró suavemente al principio, luego se lamentó y gimió hasta que su cara estaba roja y mojada por las lágrimas, luego lloró un poco más. Después de que había pasado un tiempo, suspiró e hizo lo mejor que pudo para recoger el desorden, el que él era y el que lo rodeaba.
Empezó a poner todo en su lugar, metódicamente: la ropa llena de sangre y todo el material médico contaminado, las sábanas arrugadas, la mesa volcada del comedor. El centro de mesa estaba destruido, tendría que comprar uno nuevo o Tessa se enfurecería. Excepto que no tendría tiempo...
Miró la herida en su brazo. La piel a su alrededor estaba roja, hinchada y caliente al tacto y de ella salía un fluido extraño. La misma herida que le había infligido su hermano cuando la enfermedad se salió de control y tuvo que contratar gente para que viniera a ponerle un clavo en el cerebro y enterrarlo decapitado en algún hoyo. Buscó con los ojos un cuadro en la pared con cuatro rostros borrosos y luego volvió a mirar la herida.
No tenía mucho tiempo, no.