pcarballosa
Nivel 5
- 1,226
- 1,374
El sol descendía poco a poco por el horizonte, dispuesto a hundirse de un momento a otro en la costa marina; era como un redondel ardiente de un color encarnado, con esa luz menguante como de lava de los volcanes. Me encontraba de pie sobre la placa de mi casa, con la mirada vuelta al oeste, y podía percibir como calentaba mi torso desnudo y mi cara cual en una tierna caricia. El calor en mi piel me recordaba la época en que me gustaba esa hora de la tarde; desde niño había aborrecido las mañanas, debido en parte a la deslucida luz matutina, o por como percibía que me alteraba. En cambio, la proximidad de la noche me calmaba como un sedante, me hacía sentirme como seguro. Los colores del crepúsculo, por otro lado, se veían a mis ojos mucho más hermosos que los desteñidos del alba. Era como si supieran que su vida terminaría pronto, y se propusieran dejar en la memoria de la gente un recuerdo imborrable. Pero todo eso había cambiado en los últimos tiempos, y ahora la perspectiva de la oscuridad, y la consiguiente cercanía del zumbido en mis oídos, me ponía realmente nervioso. En todo caso, como si eso no fuera bastante, el sonido ensordecedor poco a poco se había complicado con mi visión, que se teñía de sangre, y con las horrendas pesadillas que me invadían. Por fortuna, en la mañana no recordaba casi nada de lo que había soñado, a pesar de tener, eso sí, una cierta sensación desagradable en mi cuerpo, y de descubrir a veces preocupantes señales de violencia en mi cuarto.
—¡Lorenzo! —llamó mi mamá desde la casa y me sonreí al detectar en su voz un leve temblor que me llenó de ternura por ella.
Era una madre tan buena y preocupada, como si fuera ella y no su hijo la que estuviera a punto de sufrir con el retumbar en su cabeza.
—Voy, mamá —grité a mi vez y le lancé una última mirada al poniente.
Me puse en marcha hacia la entrada a medida que pensaba en que el estado de mi madre podría deberse también a la prolongada ausencia de mi padre, o a lo que pasaba en las calles, aun cuando me gustaba pensar que se debía sólo a la enfermedad que me azotaba. En los últimos meses las desapariciones de personas habían ido en aumento; casi cada mañana se descubría que faltaba alguien en alguna parte sin que la policía hubiera dado señales de encontrar una sola pista. La situación comentada, sin duda, era como para alarmarse, y mi propia familia no tenía porqué estar en calma. De todas maneras, personalmente no me había molestado mucho ese asunto hasta hacía relativamente poco. En mi vida había leído el periódico, ni visto las noticias, y sólo había escuchado vagos rumores. La gente suele exagerarlo todo por lo común, y por eso no les había hecho ningún caso. Mi propio desasosiego por lo que sucedía, por tanto, se presentó en cuanto me vi envuelto a mi vez en todo eso y lo comprendí todo de pronto. Por eso había una gran diferencia entre mi miedo y el de muchos de los otros, porque, en mi caso sí sabía bien las causas del fenómeno aun si no me atrevía a comentarlas. En cuanto a mi padre, hacía bastante tiempo había salido en un viaje de negocios, como hacía de cuando en cuando, y todavía no volvía a la casa; incluso creo que la última vez que lo había visto lo había hecho en medio de una de mis pesadillas aterradoras, cosa que me preocupaba un poco, no fuera a ser un mal presagio.
Mi madre cerró con los pestillos la puerta lateral de la casa; lo hizo deprisa, en cuanto estuve dentro de la sala, como para confirmar mi sospecha de sus miedos. En cuanto hubo comprobado la puerta me dio la cara y me miró de hito en hito significativamente. Por un momento pareció titubear, y más tarde se dirigió a la cocina seguro para servirme la comida. Por mi parte entendí su mensaje mudo, ahora le había dado por enviarme a mi cuarto temprano, como cuando era un niño. En un principio eso me había molestado un poco, mas ahora no la contradecía de ninguna manera para no ponerla más nerviosa. El extraño comportamiento también podría ser debido a la ausencia de mi padre, lo sabía, porque cuando no estaba en la casa mi mamá se ponía un poco loca, y eso no era nuevo. De todos modos, tenía que reconocer que en esta ocasión era normal su estado de ansiedad. La calle no estaba como para que anduviera por ella mi padre, y no tenía nada de particular que mi madre no deseara que también saliera por las noches.
Me dirigí a mi cuarto sin decir nada, para no estorbar a mamá, y me senté en la cama a la espera de su llegada con los platos y las pastillas.
En la estancia me encontré con los ojos avellana de Masiel y sentí se me erizaban los vellitos de la nuca. La muchacha me miraba desde un cuadro con una amplia sonrisa en sus carnosos labios, como cuando éramos novios. Mi madre estaba preocupada por mi estado mental desde nuestra ruptura, lo había notado por ciertos indicios, y por eso no había descolgado el retrato. Por lo visto podía darse cuenta de cuán enamorado seguía estando de la muchacha, y no podía comprender la causa de mi renuencia. Pero aun así había roto nuestra relación y no cogía sus insistentes llamadas, y no lo hice ni cuando me enteré de la desaparición de sus padres. ¿Cómo iba a decirle a mi madre lo que sucedía verdaderamente? De hacerlo sí iba a pensar que estaba perdiendo la chaveta de verdad y me llevaría a rastras a ser internado.
Me recosté en mi cama, con los brazos cruzados de almohada y la vista en la lámpara del techo, y me entretuve en rememorar mi pasado reciente.
Todo había comenzado esa noche en que estuve en casa de Masiel; había ido a verla esa tarde, como hacía de costumbre, para poder disfrutar de su compañía. En esa ocasión, sin embargo, las cosas fueron un tanto diferentes. Los padres de Masiel se habían ido de viaje por todo el fin de semana, y eso me daría la oportunidad de pasarme esos días con ella. Me puse tan contento con la noticia imprevista. Por supuesto, esa no era la primera vez en que estaríamos juntos a solas, lo habíamos hecho antes. Pero las otras veces nos habíamos encontrado en sitios de pago, o si no teníamos dinero, escondidos por ahí en una caleta, y ahora podríamos estar en su propio cuarto. Me gustaba tanto su olor impregnado en ese recinto, o por lo menos como era durante el día. Por otro lado, Masiel es una muchacha tan hermosa, con su suave piel color miel, su largo cabello ensortijado de color castaño, sus labios sensuales y sonrientes, y sus ojos soñadores. Es una de esas chicas cariñosas con todos que parecen irradiar vida a su paso. Por eso precisamente debió ser que mi madre se sorprendió tanto cuando de improviso rompí con ella y me encerré en mí mismo, sin darle ninguna explicación del asunto a nadie.
La tarde transcurrió en calma en tanto conversábamos y nos dábamos cariño uno a otro; un poco más tarde, sin embargo, Masiel salió conmigo y comimos en una pizzería. En realidad podíamos haber cenado en casa, no obstante, estaba consciente de que salir era mucho mejor que comer su comida, y por eso la había convencido. La chica es como muchas muchachas de esta época, que a pesar de su buena voluntad no pueden hacer ciertas cosas de la mejor manera posible. Pero decírselo crudamente habría sido un error, porque a veces las verdades son caras como pasa en política, y como por lo general soy de naturaleza más bien pacífica, me callaba y la envolvía con sutilezas.
El paseo se prolongó demasiado a pesar de todo; hacía rato no salíamos y nos entretuvimos en un cine. En realidad la película no era buena para mi gusto: zombis, sangre, matanzas, y otras cosas morbosas. Por eso decidimos salirnos y meternos en un bar a beber unas cervezas antes de volver a casa. La mala suerte hizo que lloviera a cántaros cuando nos pusimos en marcha de nuevo y nos empapamos de pies a cabeza.
De todos modos, en cuanto nos metimos por la puerta de la casa cogí a Masiel dispuesto a comérmela. La película era mala, era cierto, mas por un motivo u otro incentivó mis deseos. El asalto pareció a su vez entusiasmarla y me dio un par de mordiscos en los labios. Tenía la manía de morderlo todo, y eso me ponía nervioso a veces. Pero estaba tan cálida y húmeda que esa vez no pensé demasiado en las consecuencias cuando las mordiditas se posaron primero sobre mi pecho, y luego continuaron descendiendo cada vez más peligrosamente.
En fin, todo hubiera ido como sobre ruedas si no hubiera sido por la mascota de mi novia; sólo que de pronto se apareció Melisa lanzando unos maullidos de miedo y la muchacha se soltó para cargarla y hacerle mimos. Melisa era la gatita de Masiel desde hacía años y por ella se hubiera metido de cabeza en los mismos infiernos, cosa por la que en ocasiones me daba envidia. Era normal, estaba linda y parecía una motita de pelos atigrada. La pobre debía de estar muriendo de hambre dada la magnitud de sus chillidos, y tal vez sea injusto criticarla. Masiel no se demoró demasiado pasándole la mano y se la llevó a la cocina para darle leche. En eso se pasó unos minutos, pues a la gata no le gustaba la leche fría y tuvo que calentársela un poco. Pero debido a la tardanza, para cuando volvió, la que se había enfriado era ella, y se negó a saciar mi propia hambre antes de bañarnos.
En todo caso, el baño también resultó divertido. Las menudas manitos de Masiel me restregaron por todos lados en lo que mis ropas se secaban en un cordel; y en correspondencia las mías hicieron lo mismo con ella provocándole risas. El tacto de la suave piel miel, resbalosa con la espuma y olorosa a fresa, me puso más caliente, y la vista de mi estado pareció alborotarla. La muchacha logró controlar la situación, no obstante, y no me permitió hacerle nada en el baño. La seguí como un perro hasta su cuarto, envuelta en una toalla como si no estuviéramos solos. En su alcoba se puso unas braguitas diminutas de color negro, y una corta batita rosa por encima. Esa prenda era del todo superflua pues era transparente, mas sin dudas la hacía verse más atractiva. En cuanto a mí, me buscó un short de su padre para que lo usara hasta que fuera a mi casa a buscar un maletín con mis propias ropas; y eso no fue lo único con lo que regresó, porque cuando una vez más me propuse meterle mano, y le sobe los erguidos pechos, sacó de sus espaldas una botella de Sauternes. Por mi mente pasó que seguro que la había robado de su padre, y por un momento pensé en decirle que la pusiera en su sitio. Pero se veía tan embullada con tener una cita romántica que, en lugar de eso, la abrí en lo que ella buscaba unas copas y unas velitas. En lo sucesivo nos dedicamos a beber sorbitos del vino dorado a la luz de las velas, abrazados como tórtolos y dándonos besitos.
La primera parte de la noche fue maravillosa. El Sauternes resultó una buena idea. Por lo menos soltó a Masiel y la puso realmente hambrienta. Por mi parte, tuve que esforzarme para saciarla, y entre acto y acto me bebí unas cervezas heladas. La tensión y el esfuerzo deben haber sido lo que me hizo caer como un tronco cuando por fin se calmó un poco. Pero debo estar agradecido, porque, si no hubiera sido por las cervezas no me hubiera despertado en la madrugada y tal vez ahora no podría estar recordando lo sucedido.
Masiel dormía a mi lado sin preocuparse por nada; estaba desnuda y se veía hermosa, feliz podría decirse. En su bello rostro se esbozaba una sonrisita y su cabello estaba desparramado sobre la almohada. En realidad habíamos apagado las velas por el temor de que una de ellas le diera candela a la casa. Pero por una persiana se colaba la luz de una lámpara de la calle y eso me permitía verla, y la penumbra reinante la hacía parecer una verdadera pintura al óleo.
Me sentí orgulloso de mí mismo y me levanté sin hacer mucho ruido. En mi camino hacia el baño, sin embargo, tropecé con Melisa. La patada involuntaria la hizo lanzar un chillido, y a mi vez solté un taco sin poder evitarlo. La luz del baño me deslumbró cuando la encendí, oriné casi a tacto con los ojos entrecerrados, y luego me miré en el espejo. En verdad me veía como si hubiera recibido una paliza, estaba despeinado como un gallo después de perder una pelea. Pero de todos modos me sentí como un verdadero semental y debí demorar un poco en eso sin darme cuenta, a pesar de no ser nada vanidoso.
El cuarto me pareció más oscuro cuando regresé. Me subí en la cama y me pegué a donde debía estar mi novia guiándome por su perfume. La cama estaba vacía y de Masiel sólo restaba el calor en la sábana. Eso me sorprendió y me pregunté a dónde se habría ido a esas horas. En el baño no estaba porque la hubiera visto en mi camino. Decidí esperar un poco a que volviera y me puse a mirar las figuritas que la luz de la calle, y las hojas de los árboles cercanos, hacían en una pared con ayuda de la brisa nocturna. El tiempo pasó y pasó sin darme cuenta y Masiel no volvía. Eso comenzó a preocuparme y decidí ir a buscarla. Me metí en todas las habitaciones una por una sin poder hallarla y por último se me ocurrió ir al patio; aun cuando sabía que no podía estar en ese sitio. ¿Qué sentido tendría?
En cuanto llegué a la puerta vi que no estaba cerrada. Los vellos de la nuca se me erizaron con un mal presentimiento; y más cuando a mis oídos llegó un horrible sonido. Era como si un animal estuviera devorando algo con deseos. Eso me dio un poco de miedo. Estaba desarmado y por el sonido debía ser por lo menos un oso. En todo caso, si la puerta estaba abierta Masiel debía de haber salido y podía estar en peligro. Por eso me lancé adelante en lugar de salir corriendo, o más bien por eso y por saber en mi país no tenemos osos.
La luz de la calle me permitió ver la forma que se encorvaba sobre el césped. En un principio no pude creerlo y di unos pasos para poder ver más claramente. Era Masiel que estaba en cuclillas, desnuda sobre la hierba. Me dispuse a ir a donde ella, mas un gruñido para nada humano me detuvo y los pelos de mi nuca se volvieron a poner de punta. Por suerte me escondí por instinto detrás de un depósito de agua cuando la chica levantó la cabeza y la volvió para mirar a donde yo estaba. El sonido de su nariz oteando el aire no tardó en llegar a mis oídos. Mi cuerpo se puso a temblar cuando miré por un costado del tanque y pude ver su rostro cubierto de sangre. La luz blanca de la lámpara de un poste relativamente cercano caía de lleno en su cara y no podía confundirme. Por un momento me pregunté qué estaría haciendo; era tan inconcebible lo que estaba pasando. Pero hubiera sido mejor no percatarme, pues mi estómago se revolvió cuando lo hice y por poco vomito allí mismo.
En una mano de Masiel había restos de piel y por las bandas de tonos distintos y el color era fácil darse cuenta de que se trataba de Melisa; o de sus restos, para ser más precisos, porque de ella no había mucho para ese instante.
Eso fue demasiado para mí. Era tan irreal que Masiel le hubiera hecho esas cosas horribles a la gata que tanto adoraba. La chica volvió a ponerse a roer y me pregunté si no estaría en medio de una pesadilla. Esa era la única explicación sensata de lo que pasaba, y no sería la primera vez que soñaba cosas terribles. Pero no pude pensarlo mucho, pues la muchacha se puso de pie para dirigirse a la casa como si de pronto se hubiera acordado de mi presencia en su cuarto.
Por un instante pensé en lanzármele encima. Era más fuerte y podría dominarla. Masiel caminaba hacia la puerta del patio con paso felino, oliéndolo todo, y la podía coger por sorpresa. El único problema era que no sabía si su fuerza se había incrementado. Había escuchado muchas veces que ciertos trastornos mentales hacían al enfermo irreductible para una sola persona, y me estaba sintiendo mareado con tantas impresiones. De otro lado, si se ponía a gritar, ¿cómo iba a explicar a los vecinos el asalto de un hombre de mi tamaño a una chica menuda como ella? Esas fueron las razones que me convencieron de retirarme con cautela; y para más seguridad, en lugar de ir al cuarto de Masiel, me oculté en la alcoba de sus padres. Ese arrebato sin sentido debería de pasársele pronto y todo se aclararía.
La idea no me sirvió de mucho. Masiel, ciertamente, se metió en su cuarto por un instante. Desde donde estaba pude escuchar como lo hacía. El único problema fue que no demoró mucho en salir para recorrer la casa. De nuevo pude escuchar sus pasos de dos en dos, tap tap, tap tap, como si diera saltitos, y eso me puso más nervioso. Por último, el picaporte de la puerta del recinto donde yo estaba hizo ruido y miré a todos lados. Era inútil, no había salida. Estaba a punto de tirármele encima cuando vi la puerta del closet y me metí por ella como un bólido.
Mi novia se metió en el cuarto de sus padres y olió como si notara algo. Miré por la rendija de la puerta del closet y pude verla a la luz que se colaba por las persianas. Estaba más horrible que en el patio, con un brillo siniestro en sus ojos, y su respiración sonaba rápida, y tan ruidosa como la de una bestia de grandes proporciones. Los nervios me traicionaron y me cubrí con las ropas. Masiel debió escuchar algo pues sentí sus pasos acercarse. La puerta se abrió y me encontré con sus ojos. La chica me miró, pareció sonreírse, y sus lindos caninos, que en otras ocasiones me parecían adorables, me hicieron sudar a cubos. Traté de no respirar ni moverme cuando se inclinó para olerme. Había oído que si uno se hace el muerto las bestias no le hacen caso y continúan su camino. En mi caso no sirvió de nada. Masiel rugió en mi cara, como si fuera un león que se encuentra a otro en su territorio, y levanté un brazo cuando se lanzó a morderme el cuello. En ese momento un potente zumbido retumbó en mis oídos y debí perder la conciencia, porque de esa madrugada fatídica no tengo otro recuerdo.
La luz del sol me despertó por la mañana. En un principio me sorprendí de estar dentro del closet, envuelto entre ropas y percheros. El tríceps del brazo derecho me dolía terriblemente y tenía unos arañazos en otras partes. De a poco fui recordándolo todo y otra vez pensé que se había tratado de una pesadilla; sólo la mordida en mi brazo me hizo estar seguro de la realidad que había vivido. En mi piel estaban marcados los colmillitos de Masiel, y lo sabía porque otras veces me había hecho lo mismo aun cuando no los había enterrado tan profundo. De pronto escuché ruido de pasos y mi cuerpo se puso a temblar y a sudar a cántaros. Me propuse ocultarme y me eché las ropas encima.
En eso estaba cuando la puerta del closet se abrió de improviso y tuve a Masiel parada delante. De mi boca se escapó un grito del susto, y pataleé cual si deseara salir por la pared del fondo. La muchacha me miró extrañada y después se sonrió. Eso me asombró, y me calmó un poco. Estaba limpia y preciosa, vestida con un short cortito de mezclilla y una remerita que permitía verle el ombliguito. En la tela de la remera se le marcaban sus erguidos pezones, como si no hubiera tenido bastante la noche pasada.
—¡Lorenzo! ¿Tan fea me he puesto? —bromeó y miró a todos lados, como si buscara algo. Los pechos le dieron saltitos cuando dio unos pasos—. Y además, ¿qué haces ahí escondido? ¿También tuviste pesadillas?
Era de nuevo la dulce voz de Masiel y eso me calmó del todo.
—¿Eh…? Nada, nada —balbucí y me puse de pie rápidamente, luego caminé al centro del recinto sin mencionarle el asunto, no fuera a cambiar de nuevo.
En ese momento noté como la chica también tenía arañazos en su espalda, aun si no parecían molestarle demasiado, y me pregunté si se los había provocado con mi impaciencia de la noche antes, cuando la tenía en cuatro sobre le cama.
En todo caso, no pensé demasiado en eso y me deslicé un poco más para estar más cerca de la puerta del cuarto, por si me veía obligado a salir corriendo.
—Bueno, por lo menos tú apareciste —dijo Masiel por fin y se tiró en el suelo para mirar debajo de la cama.
—¿Qué pasa? —pregunté lanzándole miradas a Masiel y a su mordida alternativamente.
—Es Melisa, no ha venido a tomar su leche esta mañana.
—¿Melisa? —pregunté dando un respingo y me sentí paralizado.
El nombre de la gata hizo renacer en mi memoria la imagen de la otra Masiel. Por lo visto de verdad no se había dado cuenta de que se había zampado hasta los huesos de su adorada mascota. Me pregunté si sería sonámbula con los ojos posados en sus montículos posteriores. En la posición en que estaba le resaltaban tanto que no podía evitarlo aun en la situación en la que me encontraba metido. Pero la culpa de eso no era mía, deben disculparme, la tenía el dichoso short de mezclilla, que no podía ocultar mucho la parte inferior de las lindas maravillas.
En ese mismo instante fue cuando decidí no verla de nuevo; esa chica era demasiado peligrosa para tenerla cerca. Los vellos de mi nuca se erizaron cuando se me ocurrió lo que podría haber pasado si no me hubiera levantado para ir al baño; estaba claro que Melisa la había saciado o no estaría ahí parado para hacer el cuento. Pero lo peor de todo era que no podía decirles nada ni a sus padres ni a otras personas, o iban a pensar que estaba loco de remate; sería casi imposible convencer a alguien de esas cosas porque resultaban imposibles de creer en una muchacha tan encantadora, era necesario vivirlas como me había pasado.
—¿Dónde estará? —musitó Masiel luego de ponerse de pie y se mostró pensativa. La vi pasarse la lengua por los labios y hacer una mueca de desagrado—. ¡Qué sabor tan extraño tengo en la boca esta mañana! —manifestó mirándome con asombro en sus inocentes ojos avellana.
Mi espalda se estremeció y sentí como un escalofrío me la recorría.
—No te preocupes, no debes alterarte, si seguro se mostrará de un momento a otro —tartamudeé retirándome con disimulo hacia la puerta de salida—. Mira, iré a la casa y traeré mi ropa, y si para entonces no se ha presentado, la buscamos.
—Hmmm, bueno —dijo Masiel y se me vino encima.
Por un momento pensé que me mataría, en cambio, sólo me dio un besito en los labios, y se puso a colgar las ropas de sus padres murmurando cosas sobre mi desastre.
Por mi parte, hice un esfuerzo para controlar las arcadas y me retiré con cautela, me puse mis ropas, y salí corriendo a casa; esa fue la última vez que la vi de cerca, porque nunca más volví a ese lugar ni respondí a sus llamadas.
—¿Lorenzo? —dijo mi madre en la puerta de mi cuarto y me sacó de mis cavilaciones.
Me incorporé para mirarla y la vi observarme con recelo. Eso le estaba pasando cada vez más a menudo y le sonreí para tranquilizarla. La maniobra hizo efecto y se retiró por un instante para volver con una bandeja cubierta de platos y fuentes en las manos. En los últimos tiempos me daba mucha comida, y lo más raro de todo era que me la comía sin sentirme lleno. Eso debía ser lo que me daba tanto sueño y me provocaba las pesadillas, pues estaba haciendo el mismo trabajo que de costumbre. Pero, por un motivo desconocido, no podía resistirme a hartarme como un lobo a pesar de las consecuencias, casi no podía entenderlo.
Mi madre me pasó la bandeja y la sostuve mientras ella ponía un paño sobre la cama. En cuanto lo hizo la puse encima y vi como me entregaba unas píldoras blancas y se retiraba deprisa. De todas formas, no le hice mucho caso. La vista del contenido de los platos, y el grato olor que desprendían, me abrió el apetito de un modo irresistible.
Me tomé las pastillas primero para por lo menos aminorar mis sufrimientos cuando comenzara el ruido en mis oídos; sólo entonces me dispuse a empezar a comer como un condenado. También debía hacerlo rápido, porque de un momento a otro se nublaría mi mente. En eso estaba cuando escuché como mi madre le ponía un candado por fuera a la puerta del cuarto y volví a sonreírme. Por lo visto eso me había molestado un poco en los primeros días de mi rara enfermedad. Debió de provocarme una ira exagerada a juzgar por los destrozos que descubría en mi cuarto en la mañana; aun cuando, como he mencionado, al despertarme no recordaba cómo había sucedido todo eso. Pero ahora la comprendía, sólo lo hacía para protegerme de lo que sea que crea que anda por las calles, tal vez intuyendo se trataba de algo realmente peligroso a pesar de no saberlo como era mi caso.
En efecto, ella no sabía mi secreto, sin embargo, debía imaginarse algo, y estaba claro que si me aventuraba a salir en mi precario estado de salud no podría defenderme de otros muchos como Masiel, que sin duda debían de ser abundantes en la noche.
El amor de mi madre es tan grande que hace hasta lo imposible para mantenerme a salvo, y eso merece toda mi consideración y todo mi respeto, haga lo que haga para lograrlo.
—¡Lorenzo! —llamó mi mamá desde la casa y me sonreí al detectar en su voz un leve temblor que me llenó de ternura por ella.
Era una madre tan buena y preocupada, como si fuera ella y no su hijo la que estuviera a punto de sufrir con el retumbar en su cabeza.
—Voy, mamá —grité a mi vez y le lancé una última mirada al poniente.
Me puse en marcha hacia la entrada a medida que pensaba en que el estado de mi madre podría deberse también a la prolongada ausencia de mi padre, o a lo que pasaba en las calles, aun cuando me gustaba pensar que se debía sólo a la enfermedad que me azotaba. En los últimos meses las desapariciones de personas habían ido en aumento; casi cada mañana se descubría que faltaba alguien en alguna parte sin que la policía hubiera dado señales de encontrar una sola pista. La situación comentada, sin duda, era como para alarmarse, y mi propia familia no tenía porqué estar en calma. De todas maneras, personalmente no me había molestado mucho ese asunto hasta hacía relativamente poco. En mi vida había leído el periódico, ni visto las noticias, y sólo había escuchado vagos rumores. La gente suele exagerarlo todo por lo común, y por eso no les había hecho ningún caso. Mi propio desasosiego por lo que sucedía, por tanto, se presentó en cuanto me vi envuelto a mi vez en todo eso y lo comprendí todo de pronto. Por eso había una gran diferencia entre mi miedo y el de muchos de los otros, porque, en mi caso sí sabía bien las causas del fenómeno aun si no me atrevía a comentarlas. En cuanto a mi padre, hacía bastante tiempo había salido en un viaje de negocios, como hacía de cuando en cuando, y todavía no volvía a la casa; incluso creo que la última vez que lo había visto lo había hecho en medio de una de mis pesadillas aterradoras, cosa que me preocupaba un poco, no fuera a ser un mal presagio.
Mi madre cerró con los pestillos la puerta lateral de la casa; lo hizo deprisa, en cuanto estuve dentro de la sala, como para confirmar mi sospecha de sus miedos. En cuanto hubo comprobado la puerta me dio la cara y me miró de hito en hito significativamente. Por un momento pareció titubear, y más tarde se dirigió a la cocina seguro para servirme la comida. Por mi parte entendí su mensaje mudo, ahora le había dado por enviarme a mi cuarto temprano, como cuando era un niño. En un principio eso me había molestado un poco, mas ahora no la contradecía de ninguna manera para no ponerla más nerviosa. El extraño comportamiento también podría ser debido a la ausencia de mi padre, lo sabía, porque cuando no estaba en la casa mi mamá se ponía un poco loca, y eso no era nuevo. De todos modos, tenía que reconocer que en esta ocasión era normal su estado de ansiedad. La calle no estaba como para que anduviera por ella mi padre, y no tenía nada de particular que mi madre no deseara que también saliera por las noches.
Me dirigí a mi cuarto sin decir nada, para no estorbar a mamá, y me senté en la cama a la espera de su llegada con los platos y las pastillas.
En la estancia me encontré con los ojos avellana de Masiel y sentí se me erizaban los vellitos de la nuca. La muchacha me miraba desde un cuadro con una amplia sonrisa en sus carnosos labios, como cuando éramos novios. Mi madre estaba preocupada por mi estado mental desde nuestra ruptura, lo había notado por ciertos indicios, y por eso no había descolgado el retrato. Por lo visto podía darse cuenta de cuán enamorado seguía estando de la muchacha, y no podía comprender la causa de mi renuencia. Pero aun así había roto nuestra relación y no cogía sus insistentes llamadas, y no lo hice ni cuando me enteré de la desaparición de sus padres. ¿Cómo iba a decirle a mi madre lo que sucedía verdaderamente? De hacerlo sí iba a pensar que estaba perdiendo la chaveta de verdad y me llevaría a rastras a ser internado.
Me recosté en mi cama, con los brazos cruzados de almohada y la vista en la lámpara del techo, y me entretuve en rememorar mi pasado reciente.
Todo había comenzado esa noche en que estuve en casa de Masiel; había ido a verla esa tarde, como hacía de costumbre, para poder disfrutar de su compañía. En esa ocasión, sin embargo, las cosas fueron un tanto diferentes. Los padres de Masiel se habían ido de viaje por todo el fin de semana, y eso me daría la oportunidad de pasarme esos días con ella. Me puse tan contento con la noticia imprevista. Por supuesto, esa no era la primera vez en que estaríamos juntos a solas, lo habíamos hecho antes. Pero las otras veces nos habíamos encontrado en sitios de pago, o si no teníamos dinero, escondidos por ahí en una caleta, y ahora podríamos estar en su propio cuarto. Me gustaba tanto su olor impregnado en ese recinto, o por lo menos como era durante el día. Por otro lado, Masiel es una muchacha tan hermosa, con su suave piel color miel, su largo cabello ensortijado de color castaño, sus labios sensuales y sonrientes, y sus ojos soñadores. Es una de esas chicas cariñosas con todos que parecen irradiar vida a su paso. Por eso precisamente debió ser que mi madre se sorprendió tanto cuando de improviso rompí con ella y me encerré en mí mismo, sin darle ninguna explicación del asunto a nadie.
La tarde transcurrió en calma en tanto conversábamos y nos dábamos cariño uno a otro; un poco más tarde, sin embargo, Masiel salió conmigo y comimos en una pizzería. En realidad podíamos haber cenado en casa, no obstante, estaba consciente de que salir era mucho mejor que comer su comida, y por eso la había convencido. La chica es como muchas muchachas de esta época, que a pesar de su buena voluntad no pueden hacer ciertas cosas de la mejor manera posible. Pero decírselo crudamente habría sido un error, porque a veces las verdades son caras como pasa en política, y como por lo general soy de naturaleza más bien pacífica, me callaba y la envolvía con sutilezas.
El paseo se prolongó demasiado a pesar de todo; hacía rato no salíamos y nos entretuvimos en un cine. En realidad la película no era buena para mi gusto: zombis, sangre, matanzas, y otras cosas morbosas. Por eso decidimos salirnos y meternos en un bar a beber unas cervezas antes de volver a casa. La mala suerte hizo que lloviera a cántaros cuando nos pusimos en marcha de nuevo y nos empapamos de pies a cabeza.
De todos modos, en cuanto nos metimos por la puerta de la casa cogí a Masiel dispuesto a comérmela. La película era mala, era cierto, mas por un motivo u otro incentivó mis deseos. El asalto pareció a su vez entusiasmarla y me dio un par de mordiscos en los labios. Tenía la manía de morderlo todo, y eso me ponía nervioso a veces. Pero estaba tan cálida y húmeda que esa vez no pensé demasiado en las consecuencias cuando las mordiditas se posaron primero sobre mi pecho, y luego continuaron descendiendo cada vez más peligrosamente.
En fin, todo hubiera ido como sobre ruedas si no hubiera sido por la mascota de mi novia; sólo que de pronto se apareció Melisa lanzando unos maullidos de miedo y la muchacha se soltó para cargarla y hacerle mimos. Melisa era la gatita de Masiel desde hacía años y por ella se hubiera metido de cabeza en los mismos infiernos, cosa por la que en ocasiones me daba envidia. Era normal, estaba linda y parecía una motita de pelos atigrada. La pobre debía de estar muriendo de hambre dada la magnitud de sus chillidos, y tal vez sea injusto criticarla. Masiel no se demoró demasiado pasándole la mano y se la llevó a la cocina para darle leche. En eso se pasó unos minutos, pues a la gata no le gustaba la leche fría y tuvo que calentársela un poco. Pero debido a la tardanza, para cuando volvió, la que se había enfriado era ella, y se negó a saciar mi propia hambre antes de bañarnos.
En todo caso, el baño también resultó divertido. Las menudas manitos de Masiel me restregaron por todos lados en lo que mis ropas se secaban en un cordel; y en correspondencia las mías hicieron lo mismo con ella provocándole risas. El tacto de la suave piel miel, resbalosa con la espuma y olorosa a fresa, me puso más caliente, y la vista de mi estado pareció alborotarla. La muchacha logró controlar la situación, no obstante, y no me permitió hacerle nada en el baño. La seguí como un perro hasta su cuarto, envuelta en una toalla como si no estuviéramos solos. En su alcoba se puso unas braguitas diminutas de color negro, y una corta batita rosa por encima. Esa prenda era del todo superflua pues era transparente, mas sin dudas la hacía verse más atractiva. En cuanto a mí, me buscó un short de su padre para que lo usara hasta que fuera a mi casa a buscar un maletín con mis propias ropas; y eso no fue lo único con lo que regresó, porque cuando una vez más me propuse meterle mano, y le sobe los erguidos pechos, sacó de sus espaldas una botella de Sauternes. Por mi mente pasó que seguro que la había robado de su padre, y por un momento pensé en decirle que la pusiera en su sitio. Pero se veía tan embullada con tener una cita romántica que, en lugar de eso, la abrí en lo que ella buscaba unas copas y unas velitas. En lo sucesivo nos dedicamos a beber sorbitos del vino dorado a la luz de las velas, abrazados como tórtolos y dándonos besitos.
La primera parte de la noche fue maravillosa. El Sauternes resultó una buena idea. Por lo menos soltó a Masiel y la puso realmente hambrienta. Por mi parte, tuve que esforzarme para saciarla, y entre acto y acto me bebí unas cervezas heladas. La tensión y el esfuerzo deben haber sido lo que me hizo caer como un tronco cuando por fin se calmó un poco. Pero debo estar agradecido, porque, si no hubiera sido por las cervezas no me hubiera despertado en la madrugada y tal vez ahora no podría estar recordando lo sucedido.
Masiel dormía a mi lado sin preocuparse por nada; estaba desnuda y se veía hermosa, feliz podría decirse. En su bello rostro se esbozaba una sonrisita y su cabello estaba desparramado sobre la almohada. En realidad habíamos apagado las velas por el temor de que una de ellas le diera candela a la casa. Pero por una persiana se colaba la luz de una lámpara de la calle y eso me permitía verla, y la penumbra reinante la hacía parecer una verdadera pintura al óleo.
Me sentí orgulloso de mí mismo y me levanté sin hacer mucho ruido. En mi camino hacia el baño, sin embargo, tropecé con Melisa. La patada involuntaria la hizo lanzar un chillido, y a mi vez solté un taco sin poder evitarlo. La luz del baño me deslumbró cuando la encendí, oriné casi a tacto con los ojos entrecerrados, y luego me miré en el espejo. En verdad me veía como si hubiera recibido una paliza, estaba despeinado como un gallo después de perder una pelea. Pero de todos modos me sentí como un verdadero semental y debí demorar un poco en eso sin darme cuenta, a pesar de no ser nada vanidoso.
El cuarto me pareció más oscuro cuando regresé. Me subí en la cama y me pegué a donde debía estar mi novia guiándome por su perfume. La cama estaba vacía y de Masiel sólo restaba el calor en la sábana. Eso me sorprendió y me pregunté a dónde se habría ido a esas horas. En el baño no estaba porque la hubiera visto en mi camino. Decidí esperar un poco a que volviera y me puse a mirar las figuritas que la luz de la calle, y las hojas de los árboles cercanos, hacían en una pared con ayuda de la brisa nocturna. El tiempo pasó y pasó sin darme cuenta y Masiel no volvía. Eso comenzó a preocuparme y decidí ir a buscarla. Me metí en todas las habitaciones una por una sin poder hallarla y por último se me ocurrió ir al patio; aun cuando sabía que no podía estar en ese sitio. ¿Qué sentido tendría?
En cuanto llegué a la puerta vi que no estaba cerrada. Los vellos de la nuca se me erizaron con un mal presentimiento; y más cuando a mis oídos llegó un horrible sonido. Era como si un animal estuviera devorando algo con deseos. Eso me dio un poco de miedo. Estaba desarmado y por el sonido debía ser por lo menos un oso. En todo caso, si la puerta estaba abierta Masiel debía de haber salido y podía estar en peligro. Por eso me lancé adelante en lugar de salir corriendo, o más bien por eso y por saber en mi país no tenemos osos.
La luz de la calle me permitió ver la forma que se encorvaba sobre el césped. En un principio no pude creerlo y di unos pasos para poder ver más claramente. Era Masiel que estaba en cuclillas, desnuda sobre la hierba. Me dispuse a ir a donde ella, mas un gruñido para nada humano me detuvo y los pelos de mi nuca se volvieron a poner de punta. Por suerte me escondí por instinto detrás de un depósito de agua cuando la chica levantó la cabeza y la volvió para mirar a donde yo estaba. El sonido de su nariz oteando el aire no tardó en llegar a mis oídos. Mi cuerpo se puso a temblar cuando miré por un costado del tanque y pude ver su rostro cubierto de sangre. La luz blanca de la lámpara de un poste relativamente cercano caía de lleno en su cara y no podía confundirme. Por un momento me pregunté qué estaría haciendo; era tan inconcebible lo que estaba pasando. Pero hubiera sido mejor no percatarme, pues mi estómago se revolvió cuando lo hice y por poco vomito allí mismo.
En una mano de Masiel había restos de piel y por las bandas de tonos distintos y el color era fácil darse cuenta de que se trataba de Melisa; o de sus restos, para ser más precisos, porque de ella no había mucho para ese instante.
Eso fue demasiado para mí. Era tan irreal que Masiel le hubiera hecho esas cosas horribles a la gata que tanto adoraba. La chica volvió a ponerse a roer y me pregunté si no estaría en medio de una pesadilla. Esa era la única explicación sensata de lo que pasaba, y no sería la primera vez que soñaba cosas terribles. Pero no pude pensarlo mucho, pues la muchacha se puso de pie para dirigirse a la casa como si de pronto se hubiera acordado de mi presencia en su cuarto.
Por un instante pensé en lanzármele encima. Era más fuerte y podría dominarla. Masiel caminaba hacia la puerta del patio con paso felino, oliéndolo todo, y la podía coger por sorpresa. El único problema era que no sabía si su fuerza se había incrementado. Había escuchado muchas veces que ciertos trastornos mentales hacían al enfermo irreductible para una sola persona, y me estaba sintiendo mareado con tantas impresiones. De otro lado, si se ponía a gritar, ¿cómo iba a explicar a los vecinos el asalto de un hombre de mi tamaño a una chica menuda como ella? Esas fueron las razones que me convencieron de retirarme con cautela; y para más seguridad, en lugar de ir al cuarto de Masiel, me oculté en la alcoba de sus padres. Ese arrebato sin sentido debería de pasársele pronto y todo se aclararía.
La idea no me sirvió de mucho. Masiel, ciertamente, se metió en su cuarto por un instante. Desde donde estaba pude escuchar como lo hacía. El único problema fue que no demoró mucho en salir para recorrer la casa. De nuevo pude escuchar sus pasos de dos en dos, tap tap, tap tap, como si diera saltitos, y eso me puso más nervioso. Por último, el picaporte de la puerta del recinto donde yo estaba hizo ruido y miré a todos lados. Era inútil, no había salida. Estaba a punto de tirármele encima cuando vi la puerta del closet y me metí por ella como un bólido.
Mi novia se metió en el cuarto de sus padres y olió como si notara algo. Miré por la rendija de la puerta del closet y pude verla a la luz que se colaba por las persianas. Estaba más horrible que en el patio, con un brillo siniestro en sus ojos, y su respiración sonaba rápida, y tan ruidosa como la de una bestia de grandes proporciones. Los nervios me traicionaron y me cubrí con las ropas. Masiel debió escuchar algo pues sentí sus pasos acercarse. La puerta se abrió y me encontré con sus ojos. La chica me miró, pareció sonreírse, y sus lindos caninos, que en otras ocasiones me parecían adorables, me hicieron sudar a cubos. Traté de no respirar ni moverme cuando se inclinó para olerme. Había oído que si uno se hace el muerto las bestias no le hacen caso y continúan su camino. En mi caso no sirvió de nada. Masiel rugió en mi cara, como si fuera un león que se encuentra a otro en su territorio, y levanté un brazo cuando se lanzó a morderme el cuello. En ese momento un potente zumbido retumbó en mis oídos y debí perder la conciencia, porque de esa madrugada fatídica no tengo otro recuerdo.
La luz del sol me despertó por la mañana. En un principio me sorprendí de estar dentro del closet, envuelto entre ropas y percheros. El tríceps del brazo derecho me dolía terriblemente y tenía unos arañazos en otras partes. De a poco fui recordándolo todo y otra vez pensé que se había tratado de una pesadilla; sólo la mordida en mi brazo me hizo estar seguro de la realidad que había vivido. En mi piel estaban marcados los colmillitos de Masiel, y lo sabía porque otras veces me había hecho lo mismo aun cuando no los había enterrado tan profundo. De pronto escuché ruido de pasos y mi cuerpo se puso a temblar y a sudar a cántaros. Me propuse ocultarme y me eché las ropas encima.
En eso estaba cuando la puerta del closet se abrió de improviso y tuve a Masiel parada delante. De mi boca se escapó un grito del susto, y pataleé cual si deseara salir por la pared del fondo. La muchacha me miró extrañada y después se sonrió. Eso me asombró, y me calmó un poco. Estaba limpia y preciosa, vestida con un short cortito de mezclilla y una remerita que permitía verle el ombliguito. En la tela de la remera se le marcaban sus erguidos pezones, como si no hubiera tenido bastante la noche pasada.
—¡Lorenzo! ¿Tan fea me he puesto? —bromeó y miró a todos lados, como si buscara algo. Los pechos le dieron saltitos cuando dio unos pasos—. Y además, ¿qué haces ahí escondido? ¿También tuviste pesadillas?
Era de nuevo la dulce voz de Masiel y eso me calmó del todo.
—¿Eh…? Nada, nada —balbucí y me puse de pie rápidamente, luego caminé al centro del recinto sin mencionarle el asunto, no fuera a cambiar de nuevo.
En ese momento noté como la chica también tenía arañazos en su espalda, aun si no parecían molestarle demasiado, y me pregunté si se los había provocado con mi impaciencia de la noche antes, cuando la tenía en cuatro sobre le cama.
En todo caso, no pensé demasiado en eso y me deslicé un poco más para estar más cerca de la puerta del cuarto, por si me veía obligado a salir corriendo.
—Bueno, por lo menos tú apareciste —dijo Masiel por fin y se tiró en el suelo para mirar debajo de la cama.
—¿Qué pasa? —pregunté lanzándole miradas a Masiel y a su mordida alternativamente.
—Es Melisa, no ha venido a tomar su leche esta mañana.
—¿Melisa? —pregunté dando un respingo y me sentí paralizado.
El nombre de la gata hizo renacer en mi memoria la imagen de la otra Masiel. Por lo visto de verdad no se había dado cuenta de que se había zampado hasta los huesos de su adorada mascota. Me pregunté si sería sonámbula con los ojos posados en sus montículos posteriores. En la posición en que estaba le resaltaban tanto que no podía evitarlo aun en la situación en la que me encontraba metido. Pero la culpa de eso no era mía, deben disculparme, la tenía el dichoso short de mezclilla, que no podía ocultar mucho la parte inferior de las lindas maravillas.
En ese mismo instante fue cuando decidí no verla de nuevo; esa chica era demasiado peligrosa para tenerla cerca. Los vellos de mi nuca se erizaron cuando se me ocurrió lo que podría haber pasado si no me hubiera levantado para ir al baño; estaba claro que Melisa la había saciado o no estaría ahí parado para hacer el cuento. Pero lo peor de todo era que no podía decirles nada ni a sus padres ni a otras personas, o iban a pensar que estaba loco de remate; sería casi imposible convencer a alguien de esas cosas porque resultaban imposibles de creer en una muchacha tan encantadora, era necesario vivirlas como me había pasado.
—¿Dónde estará? —musitó Masiel luego de ponerse de pie y se mostró pensativa. La vi pasarse la lengua por los labios y hacer una mueca de desagrado—. ¡Qué sabor tan extraño tengo en la boca esta mañana! —manifestó mirándome con asombro en sus inocentes ojos avellana.
Mi espalda se estremeció y sentí como un escalofrío me la recorría.
—No te preocupes, no debes alterarte, si seguro se mostrará de un momento a otro —tartamudeé retirándome con disimulo hacia la puerta de salida—. Mira, iré a la casa y traeré mi ropa, y si para entonces no se ha presentado, la buscamos.
—Hmmm, bueno —dijo Masiel y se me vino encima.
Por un momento pensé que me mataría, en cambio, sólo me dio un besito en los labios, y se puso a colgar las ropas de sus padres murmurando cosas sobre mi desastre.
Por mi parte, hice un esfuerzo para controlar las arcadas y me retiré con cautela, me puse mis ropas, y salí corriendo a casa; esa fue la última vez que la vi de cerca, porque nunca más volví a ese lugar ni respondí a sus llamadas.
—¿Lorenzo? —dijo mi madre en la puerta de mi cuarto y me sacó de mis cavilaciones.
Me incorporé para mirarla y la vi observarme con recelo. Eso le estaba pasando cada vez más a menudo y le sonreí para tranquilizarla. La maniobra hizo efecto y se retiró por un instante para volver con una bandeja cubierta de platos y fuentes en las manos. En los últimos tiempos me daba mucha comida, y lo más raro de todo era que me la comía sin sentirme lleno. Eso debía ser lo que me daba tanto sueño y me provocaba las pesadillas, pues estaba haciendo el mismo trabajo que de costumbre. Pero, por un motivo desconocido, no podía resistirme a hartarme como un lobo a pesar de las consecuencias, casi no podía entenderlo.
Mi madre me pasó la bandeja y la sostuve mientras ella ponía un paño sobre la cama. En cuanto lo hizo la puse encima y vi como me entregaba unas píldoras blancas y se retiraba deprisa. De todas formas, no le hice mucho caso. La vista del contenido de los platos, y el grato olor que desprendían, me abrió el apetito de un modo irresistible.
Me tomé las pastillas primero para por lo menos aminorar mis sufrimientos cuando comenzara el ruido en mis oídos; sólo entonces me dispuse a empezar a comer como un condenado. También debía hacerlo rápido, porque de un momento a otro se nublaría mi mente. En eso estaba cuando escuché como mi madre le ponía un candado por fuera a la puerta del cuarto y volví a sonreírme. Por lo visto eso me había molestado un poco en los primeros días de mi rara enfermedad. Debió de provocarme una ira exagerada a juzgar por los destrozos que descubría en mi cuarto en la mañana; aun cuando, como he mencionado, al despertarme no recordaba cómo había sucedido todo eso. Pero ahora la comprendía, sólo lo hacía para protegerme de lo que sea que crea que anda por las calles, tal vez intuyendo se trataba de algo realmente peligroso a pesar de no saberlo como era mi caso.
En efecto, ella no sabía mi secreto, sin embargo, debía imaginarse algo, y estaba claro que si me aventuraba a salir en mi precario estado de salud no podría defenderme de otros muchos como Masiel, que sin duda debían de ser abundantes en la noche.
El amor de mi madre es tan grande que hace hasta lo imposible para mantenerme a salvo, y eso merece toda mi consideración y todo mi respeto, haga lo que haga para lograrlo.