Alani
Nivel 4
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¡Bienvenidos a la transfusión cubana hacia la democracia! Un evento tan esperado que Raúl Castro lo marcó en su calendario con un bolígrafo que se acabó de tinta hace décadas. Pero no se preocupen, Miguel Díaz-Canel encontró uno nuevo... aunque también se le está acabando la tinta.
Vamos a iniciar con Díaz-Canel, quien decidió que, para modernizar Cuba, lo primero era actualizar su software político del Windows 95 al menos al XP. En su primer discurso de "transición", se le vio tan nervioso que los micrófonos empezaron a temblar —claro, podría haber sido un terremoto de esperanza, pero probablemente era solo el aire acondicionado que no aguantaba más el calor de la Revolución.
Y claro, los periodistas revolucionarios no se quedaron atrás. Empezaron a hablar de "pluralidad" y "debate abierto", palabras que tuvieron que buscar en el diccionario porque nadie estaba muy seguro de qué significaban. "¿Pluralidad no es una nueva marca de yogur?", preguntó uno en la redacción del Granma.
Mientras tanto, en el exilio, Alexander Otaola sacó sus palomitas de maíz y empezó a transmitir todo el proceso en vivo. "¡Esto es mejor que una novela de Telemundo!", exclamaba, mientras hacía un brindis cada vez que alguien mencionaba la palabra "elecciones".
Eliecer Avila y Los Pichy Boys, por su parte, lanzaron un nuevo episodio titulado "Cómo organizar una elección democrática sin llamar a tu primo que arregla elecciones". Fue un hit en YouTube, especialmente entre los que todavía creen que votar es algo que solo se hace en "American Idol".
Y no podemos olvidar a las Damas de Blanco, que cambiaron sus marchas por clases magistrales de cómo llevar a cabo protestas pacíficas. "Lo primero es siempre llevar un buen paraguas", aconsejaba una, "nunca sabes cuándo va a llover o cuándo te van a tirar algo".
José Daniel Ferrer intentó organizar un debate político, pero tuvo que explicar primero qué era un "debate". "Es como cuando tu esposa te dice que no hiciste nada en toda la semana, y tú intentas explicar que recoger los calcetines cuenta como limpiar", explicó a un grupo de viejos militantes confundidos.
Omara Ruiz Urquiola, por su parte, propuso que la educación en Cuba debería incluir el estudio de todas las ideologías. La propuesta fue tan revolucionaria que algunos excomunistas se desmayaron solo de imaginar a Marx y a Adam Smith en el mismo párrafo del libro de texto.
En el primer intento de elección, Díaz-Canel fue visto repartiendo máquinas de votación que, curiosamente, solo tenían un botón. "Es para simplificar el proceso", explicó, mientras un ingeniero informático susurraba que eso no era una elección, era un Nintendo muy caro.
La campaña electoral fue un festival de creatividad. Un candidato prometió que, si ganaba, convertiría el Malecón en la mayor pista de baile del mundo. "¡Vamos a bailar nuestra manera hacia la democracia!", prometió, mientras practicaba sus pasos de salsa.
La votación fue un evento social. Gente llevando tamales y café a las urnas, haciendo de la jornada electoral una especie de picnic nacional. "Si vamos a hacer fila, que al menos esté sabrosa", comentaba un votante mientras comparaba recetas de croquetas con el que tenía delante.
Finalmente, cuando llegó el momento del conteo de votos, todo el mundo estaba tan emocionado que hasta los observadores internacionales empezaron a bailar conga. "En mi país, las elecciones son aburridas", comentaba uno, "pero aquí, hasta el conteo de votos es una fiesta".
El resultado fue tan cerrado que decidieron resolverlo a lo cubano: un desempate a dominó en la Plaza de la Revolución. Díaz-Canel, jugando su última ficha, miró a la multitud y dijo: "¿Quién dijo que la transición a la democracia
no podía ser divertida?" La partida fue tan intensa que incluso Che Guevara desde su icónica imagen en la plaza parecía estar siguiendo el juego con interés.
Al final, Díaz-Canel no ganó el desempate de dominó, pero como buen deportista, fue el primero en aplaudir al ganador. "Esto es lo que llamo una democracia de base", bromeó, mientras le pasaba al nuevo presidente electo una caja de dominó como símbolo del poder.
El nuevo presidente tomó el micrófono, miró a la multitud y dijo: "Mi primera orden ejecutiva será declarar el día nacional del dominó. ¡Que cada disputa política se resuelva con sabiduría y un buen doble seis!" La multitud estalló en aplausos, algunos ya planeaban formar partidos políticos basados en estrategias de dominó.
Mientras tanto, en Miami, la comunidad del exilio organizaba su propio torneo de dominó en honor a la nueva Cuba democrática. "Si ellos pueden, nosotros también", decían, mientras planeaban el próximo envío de fichas de dominó a la isla para asegurarse de que no faltaran recursos para la democracia.
De vuelta en la isla, las calles de La Habana se llenaron de música y baile. Las elecciones habían terminado, pero la celebración apenas comenzaba. Las viejas tensiones se disolvían al ritmo de la música, y aunque nadie estaba completamente seguro de qué vendría después, todos estaban de acuerdo en una cosa: la transición a la democracia había sido, contra todo pronóstico, un proceso espectacularmente cubano.
Las cámaras del mundo captaron esos momentos, mostrando una Cuba vibrante y llena de esperanza. Los titulares al día siguiente no solo hablaban de un cambio político, sino de un renacimiento cultural que se había gestado en el corazón de la gente.
Y así, entre juegos de dominó y bailes en el Malecón, Cuba comenzó a escribir un nuevo capítulo en su historia. Un capítulo donde la democracia no solo se medía en votos, sino en la capacidad de reír, bailar y jugar juntos, incluso cuando las fichas estaban sobre la mesa.
Porque al final, como bien dijo el nuevo presidente en su primer discurso: "Si podemos jugar juntos, podemos vivir juntos. ¡Que viva la Cuba del futuro, democrática y alegre, la Cuba del dominó y de la danza!" Y con esas palabras, el espíritu de la isla se elevó, listo para enfrentar los retos del mañana, pero siempre con un pie en la pista de baile.
Vamos a iniciar con Díaz-Canel, quien decidió que, para modernizar Cuba, lo primero era actualizar su software político del Windows 95 al menos al XP. En su primer discurso de "transición", se le vio tan nervioso que los micrófonos empezaron a temblar —claro, podría haber sido un terremoto de esperanza, pero probablemente era solo el aire acondicionado que no aguantaba más el calor de la Revolución.
Y claro, los periodistas revolucionarios no se quedaron atrás. Empezaron a hablar de "pluralidad" y "debate abierto", palabras que tuvieron que buscar en el diccionario porque nadie estaba muy seguro de qué significaban. "¿Pluralidad no es una nueva marca de yogur?", preguntó uno en la redacción del Granma.
Mientras tanto, en el exilio, Alexander Otaola sacó sus palomitas de maíz y empezó a transmitir todo el proceso en vivo. "¡Esto es mejor que una novela de Telemundo!", exclamaba, mientras hacía un brindis cada vez que alguien mencionaba la palabra "elecciones".
Eliecer Avila y Los Pichy Boys, por su parte, lanzaron un nuevo episodio titulado "Cómo organizar una elección democrática sin llamar a tu primo que arregla elecciones". Fue un hit en YouTube, especialmente entre los que todavía creen que votar es algo que solo se hace en "American Idol".
Y no podemos olvidar a las Damas de Blanco, que cambiaron sus marchas por clases magistrales de cómo llevar a cabo protestas pacíficas. "Lo primero es siempre llevar un buen paraguas", aconsejaba una, "nunca sabes cuándo va a llover o cuándo te van a tirar algo".
José Daniel Ferrer intentó organizar un debate político, pero tuvo que explicar primero qué era un "debate". "Es como cuando tu esposa te dice que no hiciste nada en toda la semana, y tú intentas explicar que recoger los calcetines cuenta como limpiar", explicó a un grupo de viejos militantes confundidos.
Omara Ruiz Urquiola, por su parte, propuso que la educación en Cuba debería incluir el estudio de todas las ideologías. La propuesta fue tan revolucionaria que algunos excomunistas se desmayaron solo de imaginar a Marx y a Adam Smith en el mismo párrafo del libro de texto.
En el primer intento de elección, Díaz-Canel fue visto repartiendo máquinas de votación que, curiosamente, solo tenían un botón. "Es para simplificar el proceso", explicó, mientras un ingeniero informático susurraba que eso no era una elección, era un Nintendo muy caro.
La campaña electoral fue un festival de creatividad. Un candidato prometió que, si ganaba, convertiría el Malecón en la mayor pista de baile del mundo. "¡Vamos a bailar nuestra manera hacia la democracia!", prometió, mientras practicaba sus pasos de salsa.
La votación fue un evento social. Gente llevando tamales y café a las urnas, haciendo de la jornada electoral una especie de picnic nacional. "Si vamos a hacer fila, que al menos esté sabrosa", comentaba un votante mientras comparaba recetas de croquetas con el que tenía delante.
Finalmente, cuando llegó el momento del conteo de votos, todo el mundo estaba tan emocionado que hasta los observadores internacionales empezaron a bailar conga. "En mi país, las elecciones son aburridas", comentaba uno, "pero aquí, hasta el conteo de votos es una fiesta".
El resultado fue tan cerrado que decidieron resolverlo a lo cubano: un desempate a dominó en la Plaza de la Revolución. Díaz-Canel, jugando su última ficha, miró a la multitud y dijo: "¿Quién dijo que la transición a la democracia
no podía ser divertida?" La partida fue tan intensa que incluso Che Guevara desde su icónica imagen en la plaza parecía estar siguiendo el juego con interés.
Al final, Díaz-Canel no ganó el desempate de dominó, pero como buen deportista, fue el primero en aplaudir al ganador. "Esto es lo que llamo una democracia de base", bromeó, mientras le pasaba al nuevo presidente electo una caja de dominó como símbolo del poder.
El nuevo presidente tomó el micrófono, miró a la multitud y dijo: "Mi primera orden ejecutiva será declarar el día nacional del dominó. ¡Que cada disputa política se resuelva con sabiduría y un buen doble seis!" La multitud estalló en aplausos, algunos ya planeaban formar partidos políticos basados en estrategias de dominó.
Mientras tanto, en Miami, la comunidad del exilio organizaba su propio torneo de dominó en honor a la nueva Cuba democrática. "Si ellos pueden, nosotros también", decían, mientras planeaban el próximo envío de fichas de dominó a la isla para asegurarse de que no faltaran recursos para la democracia.
De vuelta en la isla, las calles de La Habana se llenaron de música y baile. Las elecciones habían terminado, pero la celebración apenas comenzaba. Las viejas tensiones se disolvían al ritmo de la música, y aunque nadie estaba completamente seguro de qué vendría después, todos estaban de acuerdo en una cosa: la transición a la democracia había sido, contra todo pronóstico, un proceso espectacularmente cubano.
Las cámaras del mundo captaron esos momentos, mostrando una Cuba vibrante y llena de esperanza. Los titulares al día siguiente no solo hablaban de un cambio político, sino de un renacimiento cultural que se había gestado en el corazón de la gente.
Y así, entre juegos de dominó y bailes en el Malecón, Cuba comenzó a escribir un nuevo capítulo en su historia. Un capítulo donde la democracia no solo se medía en votos, sino en la capacidad de reír, bailar y jugar juntos, incluso cuando las fichas estaban sobre la mesa.
Porque al final, como bien dijo el nuevo presidente en su primer discurso: "Si podemos jugar juntos, podemos vivir juntos. ¡Que viva la Cuba del futuro, democrática y alegre, la Cuba del dominó y de la danza!" Y con esas palabras, el espíritu de la isla se elevó, listo para enfrentar los retos del mañana, pero siempre con un pie en la pista de baile.