Nimrod
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Como usuarios de las redes sociales… ¿siempre buscamos la información que nos interesa o a veces es la información la que nos busca a nosotros porque a otros les interesa que nos llegue?
En una época en que ya no es dado hablar de “teléfonos celulares” sino más bien de microcomputadoras que caben en un bolsillo, nuestra actividad online genera y acumula un enorme volumen de datos personales que alimentan una bien engranada maquinaria de manipulación de nuestros pensamientos y acciones.
“Por muy neutral que pueda parecer una plataforma, siempre hay alguien en un segundo plano”, alerta el escritor y periodista Andrerw Marantz en su reconocido ensayo Antisocial: La extrema derecha y la libertad de expresión en Internet, texto que devela cómo los empresarios de Silicon Valley se propusieron crear una internet libre y democrática y cómo los propagandistas de la extrema derecha explotaron esa “libertad” para impulsar los más oscuros fanatismos.
Por supuesto, esa transformación nada tiene de casual. En ese referido santuario de las nuevas tecnologías que es Silicon Valley hay un centro de altos estudios, la Universidad de Stanford, dotada de un laboratorio donde se trabaja para manipular lo que pensamos y hacemos a partir de las páginas web y las aplicaciones móviles que utilizamos.
Se conoce a esta línea de investigación-acción como tecnología persuasiva, que planteado en términos más asequibles a la comprensión del hombre común, quiere decir que nada de lo que ocurre en las redes es fruto de la actuación espontánea y sin control de sus hacedores.
Al usar productos y servicios digitales en un proceso evolutivo cada vez más perfeccionado dejamos a merced de predicciones muy exactas, “huellas digitales” de nuestros rasgos íntimos y comportamientos futuros.
Así lo considera Michael Kosinski, un psicólogo y experto en datos de la propia Universidad de Stanford, quien ha demostrado que el análisis de los “Me Gusta” de Facebook es capaz de determinar creencias políticas básicas.
La influencia que Facebook o Google ejercen hoy sobre el modo en que vivimos y consumimos, escapa a las fantasías más osadas de periodistas y directivos de los órganos tradicionales de prensa. Pero la pretendida emancipación de la unidireccionalidad propia de aquellos medios, a partir de una manera diferente de gestionar la comunicación, es solo un espejismo.
Las noticias, los acontecimientos o los puntos de vista en competencia que se dirimen en las nuevas plataformas están en buena medida condicionados por los datos recopilados a partir de las búsquedas y los “Me Gusta” de sus usuarios.
Tal proceder, según Gordon Hull, director del Centro de Ética Profesional y Aplicada de la Universidad de Carolina del Norte, ayuda a conformar lo que él denomina “filtros burbuja”, donde los individuos solo reciben básicamente el tipo de información que ellos mismos han seleccionado previamente o que terceras partes han decidido que les interesa, que es el aspecto más controvertido y peligroso del asunto. “Lo malo —acota el especialista— es que dentro de un filtro burbuja la persona nunca recibe noticias con las que no esté de acuerdo.
Todo esto se combina, según Hull, para significar que el mundo de las redes sociales está diseñado para crear grupos pequeños y profundamente polarizados, que tenderán a creer todo lo que oigan. En otras palabras, se ultra segmenta el mensaje que se da a cada uno.
Para reforzar esos mecanismos, los algoritmos de Facebook o Youtube (propiedad de Google) utilizan identificaciones visuales, sonoras y todo tipo de trucos para distraer al internauta de cualquier otra cosa que no sea lo que se busca que atienda.
Son recursos que “…priorizan elementos impactantes y ‘cámaras de eco’, que dan acceso a sus usuarios a contenidos que refuerzan sus creencias previas”, explica por su parte el consultor y periodista Juan Carlos Blanco, autor de un blog de análisis sobre comunicación y política.
Los mecanismos que subyacen en las redes sociales explotan vulnerabilidades de nuestra mente para maximizar el efecto adictivo. Para alcanzar sus fines, necesitan de nuestra ingenuidad y de cierta propensión a la vanidad presente en algunas personas.
Por eso no es de extrañar que la autoestima clasifique como un área de manipulación especialmente sensible, cuyo manejo se apoya en el creciente uso de fotos y videos como lenguaje principal de las redes.
El uso exacerbado, desproporcionado incluso, de esos recursos, encuentra terreno fértil en el ego de aquellos individuos aquejados de cierto narcisismo.
Las redes se aprovechan de esa fascinación que algunos experimentan al promover su propia imagen o fisgonear en la de los demás, que puede conducir al enajenado comportamiento de vivir la vida para mostrarla y no para disfrutarla.
Desde luego, no se trata de eliminar o minimizar las dinámicas de interconexión en las redes, que hoy son parte de nuestras vidas y marcan la impronta de esta época. Pesan más sus ventajas que los inconvenientes que puedan acarrearnos.
Solo que necesitamos entender cómo funcionan para poder defendernos de esos mecanismos de manipulación que se insertan en operaciones aparentemente inocuas.
Ante cada una de ellas, convendría preguntarnos qué tipo de conductas están queriendo inducir en nosotros y con qué tipo de información están intentando hacerlo.
Podemos aprovechar los innegables beneficios que hoy nos aportan las nuevas tecnologías sin convertirnos en rehenes de ellas y de sus manipuladores.
Omar George Carpi