T
Tȟašúŋke Witkó
Invitado
Hacía fresco bajo los árboles y la penumbra era apacible- Debo haber caminado por lo menos tres kilómetros y casi seguro son cerca de las 5:00 -pensó mientras apartaba un bejuco con el machete -A este lugar no viene nadie, menos mal que dejé el caballo en casa del viejo Quiñones, si no, no hubiera podido entrar a este monte porque a la verdad que esto es selva pura, si en algún lugar de esta sierra existe lo que estoy buscando, es aquí.
Recordó que dos días atrás su mujer había llegado a la casa contenta, con la noticia de que venían los parientes de la capital, él no se alegró ni se molestó, aceptaba a los familiares de ella con tolerancia y se llevaba bien con ellos a pesar de que venían hablando cosas que a veces él no entendía y que otras veces, las más, fingía no entender. Eran gente que en la campiña no servían para nada, de los que dicen que el campo es para pasear y de día. Además pensaban que el guajiro todavía era el de antes, sin cultura y analfabeto, él les daba en la vena del gusto para que ellos pudieran sentirse superiores explicándole cosas que él conocía hace tiempo, total, a la hora de enyugar, de hacer una enverga o cualquier otra tarea no podía contar con ellos porque eran blanditos, no aguantaban el sol ni el trabajo fuerte, así que se iba a trabajar solo… y si alguno con buena voluntad se ofrecía a ayudarlo, él le decía que no, que se quedara en la casa que ellos eran visita, lo cual también era verdad.
Todo hubiera sucedido igual que otras veces, siguiendo el mismo orden cronológico: Llegaba la mujer con la noticia y enseguida surgía una sentencia de muerte para algún animal de la casa, podía tratarse de un chivo, un carnero, un guanajo, un puerco (el más común) y hasta una vez un añojo que no estaba inscrito y se había desnucado, esto no trajo problemas porque todo quedó en casa, sabía que lo que no se podía era vender ni un pedacito, además si lo quemaban no lo iba a aprovechar nadie.
Pero ahora se la habían puesto difícil, difícil de verdad, todavía recuerda su reacción cuando la mujer se lo dijo:
-! Venado ¡¿Pero tú estás loca? ¿Dónde voy a encontrar un bicho de esos por aquí?
-Sí, la gente los caza, por eso se han acabado… y tú como siempre ofreciendo cosas que después pago yo.
-Dale viejo. ¿Qué te cuesta? No podemos quedar mal.
Y aquí estaba él, medio muerto de hambre y con los mosquitos picándolo, por no quedar mal y que después la gente dijera que él era un tijisio. Menos mal que en casa del viejo Quiñones comió algo, de no ser así se hubiera desmayado. Por suerte también lo encaminó, aunque quedó sorprendido cuando él le preguntó.
-Hijo, esos animales ya no se ven, antes venían en grupos de tres a cinco y se metían hasta en las siembras, había que espantarlos, pero ahora se han ido o la gente los ha matado. ¿De verdad que tú quieres cazar uno? Recuerda que está prohibido.
- Yo lo sé viejo. ¿Pero que remedio no me queda? No puedo quedar mal.
-Bueno, no creo que esté bien, pero le voy a decir donde puede ser que encuentre alguno, si es que alguno queda.
La verdad es que de no habérselo dicho el viejo él jamás habría dado con este lugar, el único camino era un sendero cortado a pico sobre el farallón, que iba ascendiendo hasta la punta de loma, al llegar arriba sintió que, aunque no lograra su objetivo, el viaje había valido la pena, tan bello era el paisaje extendido a sus pies que sintió no haber venido antes. Se veía el valle completo, las casas como de juguete, las siembras y más allá, el mar azul. Se sentía joven, ligero y generoso, capaz de perdonar cualquier cosa. Lamentó que no estuviera allí su mujer, le hubiera gustado hacerle el amor entre la hierba, a aquella altura, rodeados de flores.
Pensaba en eso cuando la vio, venía despacio mordisqueando la hierba, confiada en que allí no podría haber ningún humano, caminaba hacia él, caminaba hacia la muerte sin saberlo. Cuando estaba a unos diez metros algo la hizo levantar la cabeza, pero era tarde, ya el hombre le apuntaba con la escopeta, ella se asustó, pero no huyó, más bien parecía querer fijar toda la atención de él en ella. Que animal más bobo, peor para ti - Pensó él, contento porque nadie iba a poder decir que en su casa se quedaba mal con las visitas.
Ya a punto de disparar, notó que dos pequeños animales se acercaban a la venada, eran dos cervatillos del color de la madre, pero con manchas amarillas, ella se volteó y trató de empujarlos para que se fueran, pero no le hicieron caso.
-Mira por que no te ibas, no querías que viera a tus hijos. Se dijo asombrado el hombre.
Al otro día por la mañana, al amanecer, el hombre llegaba a su casa, sobre el caballo, dentro de un saco, llevaba un animal descuerado.
-Mujer, abre la puerta que llegué. -Ella sale soñolienta y le da un beso mientras le pregunta: ¿Lo conseguiste?! Que grande está ¡
-Esto es un chivo que le compré al viejo Quiñones, venado no encontré.
- ¿Viejo y ahora? -Pregunta ella.
-Ahora nada, que coman lo que hay y tu primo si quiere venado que lo traiga de España, que allá debe haber. Prepárame el baño y algo de comer que estoy molido.
Mientras se bañaba el hombre recordó lo que había hablado con Quiñones, el viejo estuvo de acuerdo en no decirle a nadie más sobre aquel lugar. Por un momento se sintió avergonzado, iba a quedar mal por primera vez, pero al instante se sonrió, mientras imaginaba a los venaditos corriendo por aquellos riscos junto a su madre, a salvo de peligros…principalmente del hombre, el mayor de todos. Entonces sin poderlo evitar se echó una carcajada mientras decía:
-Estaban lindos los pichones caray. ¿Quién dice que no quedan venados por aquí?
Jaliet Mendoza Ruiz. Santa Clara, 2 de agosto del 2016
PD: Todos los derechos reservados.
Cuento publicado en Wattpad y en vías de publicación por editorial.
Recordó que dos días atrás su mujer había llegado a la casa contenta, con la noticia de que venían los parientes de la capital, él no se alegró ni se molestó, aceptaba a los familiares de ella con tolerancia y se llevaba bien con ellos a pesar de que venían hablando cosas que a veces él no entendía y que otras veces, las más, fingía no entender. Eran gente que en la campiña no servían para nada, de los que dicen que el campo es para pasear y de día. Además pensaban que el guajiro todavía era el de antes, sin cultura y analfabeto, él les daba en la vena del gusto para que ellos pudieran sentirse superiores explicándole cosas que él conocía hace tiempo, total, a la hora de enyugar, de hacer una enverga o cualquier otra tarea no podía contar con ellos porque eran blanditos, no aguantaban el sol ni el trabajo fuerte, así que se iba a trabajar solo… y si alguno con buena voluntad se ofrecía a ayudarlo, él le decía que no, que se quedara en la casa que ellos eran visita, lo cual también era verdad.
Todo hubiera sucedido igual que otras veces, siguiendo el mismo orden cronológico: Llegaba la mujer con la noticia y enseguida surgía una sentencia de muerte para algún animal de la casa, podía tratarse de un chivo, un carnero, un guanajo, un puerco (el más común) y hasta una vez un añojo que no estaba inscrito y se había desnucado, esto no trajo problemas porque todo quedó en casa, sabía que lo que no se podía era vender ni un pedacito, además si lo quemaban no lo iba a aprovechar nadie.
Pero ahora se la habían puesto difícil, difícil de verdad, todavía recuerda su reacción cuando la mujer se lo dijo:
-! Venado ¡¿Pero tú estás loca? ¿Dónde voy a encontrar un bicho de esos por aquí?
- Es que viene mi primo que estaba en España y dice que quiere probarlo, que nunca lo ha comido, yo le dije que tú ibas a conseguir uno. -trata de convencerlo ella- Además tú sabes que por esta zona se veían.
- Eso era antes, yo no sé los años que hace que no me tropiezo con ninguno, además está prohibido cazarlos.
-Sí, la gente los caza, por eso se han acabado… y tú como siempre ofreciendo cosas que después pago yo.
-Dale viejo. ¿Qué te cuesta? No podemos quedar mal.
Y aquí estaba él, medio muerto de hambre y con los mosquitos picándolo, por no quedar mal y que después la gente dijera que él era un tijisio. Menos mal que en casa del viejo Quiñones comió algo, de no ser así se hubiera desmayado. Por suerte también lo encaminó, aunque quedó sorprendido cuando él le preguntó.
-Hijo, esos animales ya no se ven, antes venían en grupos de tres a cinco y se metían hasta en las siembras, había que espantarlos, pero ahora se han ido o la gente los ha matado. ¿De verdad que tú quieres cazar uno? Recuerda que está prohibido.
- Yo lo sé viejo. ¿Pero que remedio no me queda? No puedo quedar mal.
-Bueno, no creo que esté bien, pero le voy a decir donde puede ser que encuentre alguno, si es que alguno queda.
La verdad es que de no habérselo dicho el viejo él jamás habría dado con este lugar, el único camino era un sendero cortado a pico sobre el farallón, que iba ascendiendo hasta la punta de loma, al llegar arriba sintió que, aunque no lograra su objetivo, el viaje había valido la pena, tan bello era el paisaje extendido a sus pies que sintió no haber venido antes. Se veía el valle completo, las casas como de juguete, las siembras y más allá, el mar azul. Se sentía joven, ligero y generoso, capaz de perdonar cualquier cosa. Lamentó que no estuviera allí su mujer, le hubiera gustado hacerle el amor entre la hierba, a aquella altura, rodeados de flores.
Pensaba en eso cuando la vio, venía despacio mordisqueando la hierba, confiada en que allí no podría haber ningún humano, caminaba hacia él, caminaba hacia la muerte sin saberlo. Cuando estaba a unos diez metros algo la hizo levantar la cabeza, pero era tarde, ya el hombre le apuntaba con la escopeta, ella se asustó, pero no huyó, más bien parecía querer fijar toda la atención de él en ella. Que animal más bobo, peor para ti - Pensó él, contento porque nadie iba a poder decir que en su casa se quedaba mal con las visitas.
Ya a punto de disparar, notó que dos pequeños animales se acercaban a la venada, eran dos cervatillos del color de la madre, pero con manchas amarillas, ella se volteó y trató de empujarlos para que se fueran, pero no le hicieron caso.
-Mira por que no te ibas, no querías que viera a tus hijos. Se dijo asombrado el hombre.
Al otro día por la mañana, al amanecer, el hombre llegaba a su casa, sobre el caballo, dentro de un saco, llevaba un animal descuerado.
-Mujer, abre la puerta que llegué. -Ella sale soñolienta y le da un beso mientras le pregunta: ¿Lo conseguiste?! Que grande está ¡
-Esto es un chivo que le compré al viejo Quiñones, venado no encontré.
- ¿Viejo y ahora? -Pregunta ella.
-Ahora nada, que coman lo que hay y tu primo si quiere venado que lo traiga de España, que allá debe haber. Prepárame el baño y algo de comer que estoy molido.
Mientras se bañaba el hombre recordó lo que había hablado con Quiñones, el viejo estuvo de acuerdo en no decirle a nadie más sobre aquel lugar. Por un momento se sintió avergonzado, iba a quedar mal por primera vez, pero al instante se sonrió, mientras imaginaba a los venaditos corriendo por aquellos riscos junto a su madre, a salvo de peligros…principalmente del hombre, el mayor de todos. Entonces sin poderlo evitar se echó una carcajada mientras decía:
-Estaban lindos los pichones caray. ¿Quién dice que no quedan venados por aquí?
Jaliet Mendoza Ruiz. Santa Clara, 2 de agosto del 2016
PD: Todos los derechos reservados.
Cuento publicado en Wattpad y en vías de publicación por editorial.