Freud
Nivel 3
- 196
- 317
El experimento Milgram fue un estudio de psicología social que llevó a cabo Stanley Milgram, psicólogo de la Universidad de Yale para estudiar el comportamiento de una persona para obedecer a las órdenes de la autoridad, aunque éstas entren en conflicto con su conciencia personal. Este experimento comenzó en julio de 1961, tres meses después de que Adolf Eichmann (alto cargo del régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial) fuera juzgado y sentenciado a muerte en Jerusalén, por crímenes contra la humanidad. Durante el juicio, Eichmann argumentó en su defensa que sólo cumplía órdenes.
El experimento necesitó de tres personas: la autoridad (el investigador), el voluntario (objeto de estudio) y la víctima (un actor). Los tres personajes no se asignaron aleatoriamente, sino que autoridad y víctima estaban compinchados para definir la reacción del voluntario a la prueba. Víctor Rodríguez explicó que la autoridad indicó al voluntario que tenía que hacer de “maestro” y hacer una serie de preguntas a la víctima.
Cuando las respuestas no fueran correctas debía pulsar un botón y castigar al alumno (la víctima) con descargas eléctricas. Ambos estaban separados por una mampara de cristal; el alumno se sentaba en una especie de silla eléctrica y se le ataba para impedir que pudiera quitarse los electrodos de su cuerpo. El experimento comenzó dando una descarga por fallo en la respuesta de 15 voltios y el aparato podía llegar hasta los 450 voltios, con 30 niveles de descarga. En el voltímetro también se indicaba que, a partir de 270 voltios, había riesgo de muerte para el alumno.
El voluntario (maestro) cree que cada vez que el alumno falla está dando una descarga eléctrica y oye sus reacciones que se incrementan a medida que se suman errores, aunque todo es una simulación. Al alcanzar los 270 voltios, el actor aullaba de dolor y pedía el fin del experimento. Este era el momento crucial para determinar si el voluntario, seguía obedeciendo o abandonaba el experimento. Según el decano de la Facultad de Criminología de la Universidad Isabel I, ‘había un porcentaje de voluntarios que querían dejar el experimento, ante los que la autoridad les indicaba que continuaran. Un 65% de los participantes llegaron hasta el máximo voltaje (450 voltios), a pesar de oír los lamentos del alumno.
Una década más tarde, un profesor de psicología social de la Universidad de Stanford llamado Philip Zimbardo quiso llevar el experimento de Milgram un paso más allá y analizar cuán delgada es la línea que separa al bien del mal.
Zimbardo se preguntó si una persona "buena" podría cambiar su forma de ser según el entorno en el que estuviese.
Zimbardo seleccionó a 24 estudiantes, la mayoría blancos y de clase media, y los dividió en dos grupos, asignándoles aleatoriamente el rol de guardián de la cárcel o prisionero. Luego los dejó regresar a sus casas.
El experimento comenzó de forma brutal: policías verdaderos (que aceptaron participar en el proyecto) se presentaron en los hogares de los "prisioneros" y los arrestaron, acusándolos de haber robado.
Fueron esposados y llevados a la comisaría, donde se los fichó, y luego fueron trasladados -con los ojos vendados- hasta una supuesta prisión provincial (en realidad el sótano del Departamento de Psicología de Stanford, que había sido transformado en una cárcel de aspecto muy real).
Apenas comenzó el experimento, los guardias comenzaron a mostrar conductas abusivas que al poco tiempo se convirtieron en sádicas.
Si bien habían recibido instrucciones de no dañar físicamente a los presos, llevaron a cabo todo tipo de violencia psicológica.
Identificaban a los prisioneros con números, evitando llamarlos por su nombre, los enviaban constantemente a confinamiento solitario, los desnudaban, los obligaban a hacer flexiones, a dormir sobre el suelo, les ponían bolsas de papel sobre sus cabezas y los obligaban a hacer sus necesidades en baldes.
"El primer día que llegaron, era una pequeña prisión instalada en un sótano con celda falsas. El segundo día ya era una verdadera prisión creada en la mente de cada prisionero, cada guardia y también del personal", contó Zimbardo a la BBC en 2011, cuando se cumplieron 40 años desde su famoso experimento.
Varios de los presos empezaron a mostrar desórdenes emocionales.
"Lo más efectivo que hicieron (los guardias) fue simplemente interrumpir (nuestro) sueño, que es una técnica conocida de tortura", le contó a la BBC en 2011 Clay Ramsey, uno de los prisioneros.
Sin embargo solo unos pocos de los estudiantes abandonaron el estudio.
¿Somos tan buenos o malos como creemos o es producto de la obediencia social?
El experimento necesitó de tres personas: la autoridad (el investigador), el voluntario (objeto de estudio) y la víctima (un actor). Los tres personajes no se asignaron aleatoriamente, sino que autoridad y víctima estaban compinchados para definir la reacción del voluntario a la prueba. Víctor Rodríguez explicó que la autoridad indicó al voluntario que tenía que hacer de “maestro” y hacer una serie de preguntas a la víctima.
Cuando las respuestas no fueran correctas debía pulsar un botón y castigar al alumno (la víctima) con descargas eléctricas. Ambos estaban separados por una mampara de cristal; el alumno se sentaba en una especie de silla eléctrica y se le ataba para impedir que pudiera quitarse los electrodos de su cuerpo. El experimento comenzó dando una descarga por fallo en la respuesta de 15 voltios y el aparato podía llegar hasta los 450 voltios, con 30 niveles de descarga. En el voltímetro también se indicaba que, a partir de 270 voltios, había riesgo de muerte para el alumno.
El voluntario (maestro) cree que cada vez que el alumno falla está dando una descarga eléctrica y oye sus reacciones que se incrementan a medida que se suman errores, aunque todo es una simulación. Al alcanzar los 270 voltios, el actor aullaba de dolor y pedía el fin del experimento. Este era el momento crucial para determinar si el voluntario, seguía obedeciendo o abandonaba el experimento. Según el decano de la Facultad de Criminología de la Universidad Isabel I, ‘había un porcentaje de voluntarios que querían dejar el experimento, ante los que la autoridad les indicaba que continuaran. Un 65% de los participantes llegaron hasta el máximo voltaje (450 voltios), a pesar de oír los lamentos del alumno.
Una década más tarde, un profesor de psicología social de la Universidad de Stanford llamado Philip Zimbardo quiso llevar el experimento de Milgram un paso más allá y analizar cuán delgada es la línea que separa al bien del mal.
Zimbardo se preguntó si una persona "buena" podría cambiar su forma de ser según el entorno en el que estuviese.
Zimbardo seleccionó a 24 estudiantes, la mayoría blancos y de clase media, y los dividió en dos grupos, asignándoles aleatoriamente el rol de guardián de la cárcel o prisionero. Luego los dejó regresar a sus casas.
El experimento comenzó de forma brutal: policías verdaderos (que aceptaron participar en el proyecto) se presentaron en los hogares de los "prisioneros" y los arrestaron, acusándolos de haber robado.
Fueron esposados y llevados a la comisaría, donde se los fichó, y luego fueron trasladados -con los ojos vendados- hasta una supuesta prisión provincial (en realidad el sótano del Departamento de Psicología de Stanford, que había sido transformado en una cárcel de aspecto muy real).
Apenas comenzó el experimento, los guardias comenzaron a mostrar conductas abusivas que al poco tiempo se convirtieron en sádicas.
Si bien habían recibido instrucciones de no dañar físicamente a los presos, llevaron a cabo todo tipo de violencia psicológica.
Identificaban a los prisioneros con números, evitando llamarlos por su nombre, los enviaban constantemente a confinamiento solitario, los desnudaban, los obligaban a hacer flexiones, a dormir sobre el suelo, les ponían bolsas de papel sobre sus cabezas y los obligaban a hacer sus necesidades en baldes.
"El primer día que llegaron, era una pequeña prisión instalada en un sótano con celda falsas. El segundo día ya era una verdadera prisión creada en la mente de cada prisionero, cada guardia y también del personal", contó Zimbardo a la BBC en 2011, cuando se cumplieron 40 años desde su famoso experimento.
Varios de los presos empezaron a mostrar desórdenes emocionales.
"Lo más efectivo que hicieron (los guardias) fue simplemente interrumpir (nuestro) sueño, que es una técnica conocida de tortura", le contó a la BBC en 2011 Clay Ramsey, uno de los prisioneros.
Sin embargo solo unos pocos de los estudiantes abandonaron el estudio.
¿Somos tan buenos o malos como creemos o es producto de la obediencia social?