Al respecto, les voy a contar una historia muy triste, para que comprendan hasta donde puede llegar uno con tal de salvar a alguien.
A la vieja chismosa de mi cuadra, le regalaron una perrita, muy peluda y ella le puso por nombre Chocha. Ella salía a todos lados con su perra Chocha. Iba a la playa con su perra Chocha. Incluso se colaba en los cines con su perra Chocha. Su único error fue meterse con su perra Chocha, en el sembradío de tomates que yo tenía en el patio trasero de mi casa.
Un día por la mañana, fui a guataquear el pequeño surco y veo a la vieja salir con su perra Chocha del fondo del surco. Cuando fui a ver, había perro mojón en la mata de tomates que ya había retoñado. Cogí tal encabronamiento que le hice guardia a la vieja (y a su perra Chocha), por si volvían a pasar por ahí. Antes, fui a buscar a mi perro Pujo, un rotweiler que no cree ni en su madre y lo escondí tras unos sacos que había cerca del surco.
En la noche, sentí ladridos, y gritos de la vieja que decía: ¡Ay, mi chocha, mi chocha! Resultado: Mi perro Pujo, hizo trizas la perra Chocha de la vieja.
Y ahí tienen, por una parte, también soy culpable de la muerte de alguien aunque no la haya matado yo, solo mi perro Pujo. Todo lo hice para salvar mi cosecha de tomates.
Los leo.