Hola hoy comparto un cuento, está cortito, espero que les guste.
Últimas decisiones
Él entró a la habitación, Él y nadie más; no es que te importe su nombre ni la razón por la que estaba ahí, solo te interesa saber que haría. Tal vez deseaba sentarse en el sillón de pinotea y lo hizo. A su derecha tenía una taza de café, sin azúcar, encima de una mesa de cristal tan vieja como el sillón, llena de polvo. Cierto, el lugar estaba sucio y desolado, demasiado para que hubiera una bebida caliente esperando por su consumidor pero así era.
Agarró la vasija para beber pero una cosa le detuvo; el vapor y el olor amargo terminaron a centímetros de su nariz. Algún pensamiento de último momento, alguna preocupación o tan solo nada. Ya sé que eso no te conmueve, que necesitas saber cuanto antes que pasará, pero estar a punto de cometer un asesinato también te crearía dudas.
Tocaron a la puerta del lugar. Era el otro, ese que debía morir, el Verdugo. Venganza es el primer motivo que pasa por tus pensamientos pero no lo es, puede que también pensaras en un trabajo y que pronto Él cobraría por la acción pero tampoco, queda una muerte simple y sin motivos y siento decirte que nadie obra un asesinato de esa forma.
Él dejó el cálido recipiente en la mesa, se levantó del mueble y se dispuso a caminar hasta la puerta. Solo una persona podía entrar al lugar, solo existía otro ser humano en el mundo, solo estaban ellos dos y una única taza de café.
—No me queda nada por vivir —dijo Él—. ¿Acaso cree que abriré la puerta? ¿Acaso cree que eso de justicia valió la pena? Yo he matado y no pienso morir aunque no me queda nada. Siempre he vivido de esa forma, matando para vivir, para fingir una vida o algo parecido.
El Verdugo volvió a tocar y no expresó palabra alguna. Silencio, silencio que por un minuto pareció infinito. Que haría Él entonces es la mayor duda que halla tu mente o tal vez porque es tan importante una bebida amarga sin azúcar. ¿Se había acabado el azúcar? No, no es esa la cuestión. Todo ser tiene dominio sobre dos cosas su muerte y la de otros pero el Verdugo dominó tanto un aspecto que al pasar el tiempo perdió la libertad de elegir un instante para ponerle fin a su vida. Necesitaba esa taza de café que Él había guardado con recelo y había asegurado mantener caliente, alejada del dulce sabor que le hacía feliz por momentos cuando no pensaba en asesinar a nadie, cuando los días le eran ingenuos.
Ahora sí te interesas en saber algo más sobre Él y la razón por la que a pesar de cometer pecados no lo había perdido todo. El Verdugo más que volverse siervo de la justicia estaba sumergido en un estado de locura, quería conseguir su suicidio, ya no le veía sentido a nada, necesitaba descansar después de tanto trabajo limpiando al mundo de impurezas pues nadie es puro y son muchas las personas. Sí, ya sé que estás interesándote por Él y a quién había matado pero no asesinó a nadie, de haberlo hecho no estaría nervioso, quería su propia justicia y su pecado no fue más que existir. Al existir hay quien deja de hacerlo porque tú existas y eso, ante los ojos del Verdugo, era una injusticia; pero qué haría el Verdugo. Si tomaba la taza de café no podría cumplir su misión en el mundo, y si cumplía su misión perdería la amarga bebida caliente.
La puerta se abrió, Él tuvo que tomar una decisión y fue dejar pasar al Verdugo.
—¿Dónde está? —preguntó el Verdugo.
—Allí —Él señaló con su dedo índice, y cierto temblor en la mano, la mesa.
—Sabes...
—Yo no sé nada —interrumpió Él—, ni quiero saber. No es que me interese lo que piensa.
—Entiendo —El Verdugo se sentó en el sillón—. Tal vez vivas para siempre, deberías tenerlo en cuenta —agarró entonces taza de café. Él iba a matarlo, al menos tenía planeado ese evento, pero los nervios le hicieron perder el control de la situación y a centímetros de su nariz, como él hacía unos instantes, el Verdugo se deleitaba con el olor y vapor de la bebida.
Es verdad que Él pensó en suicidarse en cierto momento y lo habría hecho si no hubieran tocado tan pronto a la puerta. Creo que le invadió el arrepentimiento, que deseó poder tomar esa decisión de nuevo o no haber permitido la entrada a la habitación. Tenía miedo de vivir para siempre sin motivo, aunque no lo dijera.
La vasija se volvió fría en las manos del Verdugo y cuando quiso tomar del recipiente no bebió nada. Es posible dominar la muerte de otros, hasta su capacidad para decidir si mueren en determinado momento y situación, pero seguirá siendo suya no tuya ni del Verdugo.
Una mujer, llamada hasta entonces Él, y un hombre, nombrado como Verdugo, estaban solos en la escena. El hombre quería morir pero no asesinar a otra persona y la mujer no tenía motivos para vivir aunque añoraba seguir viviendo. Que harían entonces sino ser el Adán y Eva de un mundo moderno.