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Relatos o Cuentos Lluvia Dorada

  • Iniciador del tema Iniciador del tema Tuijte
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Tuijte

Nivel 3
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182
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402
Es uno de mis escritos, basado en un sueño propio. Espero que les guste.

¿Te has quedado maravillado al ver los fuegos artificiales?, esa emocionante sensación cuando sube el grupúsculo de pequeñas luces hasta que explotan en el aire manifestando sus colores.

Pero no todos los fuegos artificiales son hermosos, ni conmemorativos. A veces en lugar de inaugurar una fecha, un suceso; inauguran el inicio de un apocalipsis lleno de muerte y destrucción, protagonizado por máquinas habitadas por criaturas horribles, los humanos.
Este era el razonamiento que realizaba el joven después de la hecatombe. Eso respondió cuando la psicóloga del hospital le hizo unas preguntas para evaluar el daño causado.
—Muy bien, ahora quiero que me cuentes todo lo que recuerdes de esa noche.
David asintió, y con un triste semblante bajó la mirada.
—Sé que puede serte muy difícil, pero necesitamos que lo cuentes— le dijo la psicóloga.
—Está bien, aquí voy— el chico se reclinó en su asiento mientras suspiraba.


Iba caminando hacia mi casa esa noche, hacía un poco de frío, pero eso me daba igual, el frío me encanta. Entonces escuché un sonido que hizo que mi sangre se helara. Era un sonido agudo y grave a la vez, intermitente, pero chillaba y se callaba muy lentamente. Después de oírlo, vi como muchos vecinos salían de sus casas alarmados, todos murmuraban y miraban al cielo. Yo hice lo mismo. De pronto se fue la corriente y poco a poco fui capaz de ver las estrellas. Había una que se movía, ‹¡Un avión!›, gritó alguien. Después todos apuntaron al cielo maravillados, era como una estrella fugaz que iba cayendo. Y literalmente cayó como a 30 metros de donde yo estaba, en la única casa que había luz, al parecer tenían una planta de energía. En ese instante me di cuenta que no eran jodederas de la Empresa Eléctrica, sino un ataque aéreo.

—David, yo sé que puedes estar traumatizado, pero esto no es una novela dramática, ahórrate el suspenso— el joven hizo como que no la escuchó y continuó su narrativa.

La explosión ensordecedora hizo que no escuchara el inminente alarido desesperado de todos los espectadores. Siguieron cayendo luces del cielo, impactando sobre las viviendas. Las gentes gritaban y corrían buscando refugio al tiempo que los escombros volaban y un escalofrío subía por mi espalda. Algunos no enterados salían con linternas y candiles, y justo ahí caían inevitables descargas bélicas. Mi respiración se aceleraba. Yo corría hacia mi casa, pues fue el instinto quien me empujaba. Cinco, siete, diez casas ardían y familias que perecían. Tropezaba con mis propios pies. Más casas eran destruídas, muchas justo a mi lado. Estaba cagado del miedo. El pájaro mecánico no paraba de disparar, ni siquiera esperaba que algún inafortunado encendiera una luz, simplemente escupía fuego y muerte. En todo el cielo sólo se veían columnas de humo iluminadas desde abajo por el fuego que las emanaba. No sabía qué hacer. Era como una cruel lluvia de piroclastos.

Mi casa estaba sólo a metros de mí cuando uno de esos fatales “fuegos artificiales” la alcanzó. Caí de espaldas sin que yo lo deseara, la onda de choque me lanzó, en mis ojos se reflejaba la llama que consumía el lugar donde había crecido, donde había vivido desde que tengo memoria. La experiencia no fue grata. Si no me cubro con mis brazos, mi cara también hubiera sido golpeada. Sentado en la calle, con las piernas flexionadas y los brazos apoyados atrás, podía ver alrededor de mí decenas de occisos con sus allegados gritando de dolor a su lado. Fue una escena digna de plasmar en el libro del apocalipsis. “(...) El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra (...) El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como antorcha (...)” . El terror había inundando el lugar, y La Muerte caminaba entre nosotros. Todos los recuerdos de mi infancia, de mi familia, abrasados frente a mí. Traté de levantarme para correr hasta salir del pueblo. Corría como caballo desbocado. Más explosiones alcanzaban mis oídos, y un cascajo alcanzó mi cabeza. Después de eso sólo tengo recuerdos de este hospital.

—Señorita, dígame lo que sucedió con mi pueblo. ¿Todos murieron, no queda nada?— dijo el muchacho con agua salada saliendo de sus ojos.
—Gracias por tu testimonio, David. Deberías descanzar, aún no estás listo para saber lo que pasó.
 
Última edición:
Es uno de mis escritos, basado en un sueño propio. Espero que les guste.

¿Te has quedado maravillado al ver los fuegos artificiales?, esa emocionante sensación cuando sube el grupúsculo de pequeñas luces hasta que explotan en el aire manifestando sus colores.

Pero no todos los fuegos artificiales son hermosos, ni conmemorativos. A veces en lugar de inaugurar una fecha, un suceso; inauguran el inicio de un apocalipsis lleno de muerte y destrucción, protagonizado por máquinas habitadas por criaturas horribles, los humanos.
Este era el razonamiento que realizaba el joven después de la hecatombe. Eso respondió cuando la psicóloga del hospital le hizo unas preguntas para evaluar el daño causado.
—Muy bien, ahora quiero que me cuentes todo lo que recuerdes de esa noche.
David asintió, y con un triste semblante bajó la mirada.
—Sé que puede serte muy difícil, pero necesitamos que lo cuentes— le dijo la psicóloga.
—Está bien, aquí voy— el chico se reclinó en su asiento mientras suspiraba.


Iba caminando hacia mi casa esa noche, hacía un poco de frío, pero eso me daba igual, el frío me encanta. Entonces escuché un sonido que hizo que mi sangre se helara. Era un sonido agudo y grave a la vez, intermitente, pero chillaba y se callaba muy lentamente. Después de oírlo, vi como muchos vecinos salían de sus casas alarmados, todos murmuraban y miraban al cielo. Yo hice lo mismo. De pronto se fue la corriente y poco a poco fui capaz de ver las estrellas. Había una que se movía, ‹¡Un avión!›, gritó alguien. Después todos apuntaron al cielo maravillados, era como una estrella fugaz que iba cayendo. Y literalmente cayó como a 30 metros de donde yo estaba, en la única casa que había luz, al parecer tenían una planta de energía. En ese instante me di cuenta que no eran jodederas de la Empresa Eléctrica, sino un ataque aéreo.

—David, yo sé que puedes estar traumatizado, pero esto no es una novela dramática, ahórrate el suspenso— el joven hizo como que no la escuchó y continuó su narrativa.

La explosión ensordecedora hizo que no escuchara el inminente alarido desesperado de todos los espectadores. Siguieron cayendo luces del cielo, impactando sobre las viviendas. Las gentes gritaban y corrían buscando refugio al tiempo que los escombros volaban y un escalofrío subía por mi espalda. Algunos no enterados salían con linternas y candiles, y justo ahí caían inevitables descargas bélicas. Mi respiración se aceleraba. Yo corría hacia mi casa, pues fue el instinto quien me empujaba. Cinco, siete, diez casas ardían y familias que perecían. Tropezaba con mis propios pies. Más casas eran destruídas, muchas justo a mi lado. Estaba cagado del miedo. El pájaro mecánico no paraba de disparar, ni siquiera esperaba que algún inafortunado encendiera una luz, simplemente escupía fuego y muerte. En todo el cielo sólo se veían columnas de humo iluminadas desde abajo por el fuego que las emanaba. No sabía qué hacer. Era como una cruel lluvia de piroclastos.

Mi casa estaba sólo a metros de mí cuando uno de esos fatales “fuegos artificiales” la alcanzó. Caí de espaldas sin que yo lo deseara, la onda de choque me lanzó, en mis ojos se reflejaba la llama que consumía el lugar donde había crecido, donde había vivido desde que tengo memoria. La experiencia no fue grata. Si no me cubro con mis brazos, mi cara también hubiera sido golpeada. Sentado en la calle, con las piernas flexionadas y los brazos apoyados atrás, podía ver alrededor de mí decenas de occisos con sus allegados gritando de dolor a su lado. Fue una escena digna de plasmar en el libro del apocalipsis. “(...) El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra (...) El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como antorcha (...)” . El terror había inundando el lugar, y La Muerte caminaba entre nosotros. Todos los recuerdos de mi infancia, de mi familia, abrasados frente a mí. Traté de levantarme para correr hasta salir del pueblo. Corría como caballo desbocado. Más explosiones alcanzaban mis oídos, y un cascajo alcanzó mi cabeza. Después de eso sólo tengo recuerdos de este hospital.

—Señorita, dígame lo que sucedió con mi pueblo. ¿Todos murieron, no queda nada?— dijo el muchacho con agua salada saliendo de sus ojos.
—Gracias por tu testimonio, David. Deberías descanzar, aún no estás listo para saber lo que pasó.
Te digo que por el título pensé que era otra cosa ?. Pero weno, me gusta, acaba de poner lo que pasó con el pueblo de Daviciño?
 
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