Okarin
Nivel 2
- 56
- 145
Antes del cuento quisiera que supieran que este, según yo, es el mejor cuento corto que he escrito, por favor diganme ustedes que sintieron al leerlo y que les pareció, sin más, el cuento...
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“El tiempo pasa muy deprisa”, curiosa frase que toma sentido con el pasar del mismo, del tiempo hablo, o más bien escribo, ya no soy joven como antes, ni tan viejo como después, sin embargo esa frase fue una gran incógnita en mi vida y cuando la comprendí fue demasiado tarde para buscar una salida.
Cuando era niño, dicha frase no tenía sentido, la escuchaba decir a mi madre cuando se quejaba de un dolor, más para mi no era cierto, el tiempo me jodía siempre, pasaba lento y más cuando tenía que esperar al viernes para salir de la escuela, también se demoraba cuando esperaba la comida de mamá, que aveces se demoraba más, porque por sus dolores no podía y la cito, “Hacer más na'”, luego de comer me iba a jugar con mis amigos, eramos todos como del mismo tamaño, eramos todos frutos del pecado, ninguno habíamos sido planeado, más allí estábamos, ajenos a lo que pensaban los mayores, los mayores solo se quejaban de la política, de sus dolores y del tiempo, llovía mucho cuándo era pequeño, ahora que soy viejo, quisiera volver a esos juegos.
Lo curioso es que los viernes siguieron pasando en mi vida, pero la alegría de su llegada ya no era la finalización de la tediosa escuela, si no más bien la gloriosa llegada del fin de semana para irme de fiesta, fiesta, juventud, granitos en la cara o apnea juvenil, la pubertad llegó con todos sus demonios a mi, mi mente estaba muy confusa entre cambios y objetivos, es una edad de mierda, no sabes si eres adulto o si aún sigues siendo niño.
También llega el primer amor, el mío fue Lía, recuerdo aún que me rechazó, varias veces, era de estas chicas que son las más aplicadas en el aula, de esas que levantan la mano en cada pregunta difícil, de esas a las que mi yo más joven le levantaba la falda, al final, siempre me acababan mandando a resolver la pregunta a mí, aún hoy en día esperan la respuesta, pero gracias a eso, pude acercarme a ella, al ser el peor del aula me sentaron con la mejor, y si, ella era la mejor.
Recuerdo que mis primeras palabras hacia ella fueron literalmente, “No te fijes de mí”, por la ironía del peor decirle eso a la mejor de la clase, me gané su cariño, pues no paró de reírse ese día, tanto fue que por primera vez en la historia la maestra la regañó en clases.
Fueron una docena de intentos fallidos para tratar de hacerla mía, Lía, como decía, no tenía más dueños que la luz del día y cuando era de noche le pertenecía a las estrellas, me enamoraba cada día más de ella, estaba enamorado de su cuerpo, pero mucho más de su mente, pero cada día me acercaba más a su mente, comencé a leer a Benedeti, a Neruda y a Bukowski, el último era mucho más para cuando me acababa de rechazar.
Después de muchos intentos más, nos hicimos novios con la confesión más estúpida y clásica de la tierra, “Si o No”, cabe recalcar que estábamos en el instituto para ese entonces, por lo que ya no venía al caso tal declaración de amor, pero, como todo lo anterior, se lo tomó a broma y le gustó la idiotez, creo que en esa etapa de mi vida agoté gran parte de la suerte que me tocaba tener.
Estuvimos juntos por tres o cuatro meses, éramos la pareja perfecta, nos compaginábamos en todos los aspectos, hasta en el sexo, aunque inexpertos, debo confesar que aún recuerdo cada sonido y cada movimiento, fuimos nuestra primera vez y todo fué lindo por un tiempo, pero dije que fue sólo mi primer amor, osea, como todo en esta vida, terminó, ella se fue, luego me fui yo, solo quedó en un papel aquél estúpido Si o No.
Acabó mi infancia, acabó Lía, acabó la pubertad, se fueron los granos y el apetito descontrolado sexual, pero se quedaron las malas elecciones, el amor y la ambición
Tenía veintitantos cuando empecé con esto de escribir, había terminado otra relación, estaba roto y desahuciado, si, me había enamorado y para estar roto y desahuciado me tenían que haber engañado, por eso la mayoría de mis letras eran de despecho, menos mal que en este mundo todos estamos desechos, por eso, fui un éxito rápidamente, un libro, luego dos, otro y otro más, durante ese trance me casé dos veces, nada digno de comentar, a no ser que de mi segundo casamiento nació mi hija, Lorena.
Fue un martes, estaba yo en el tope de mi carrera promocionando mi libro en Italia cuando me enteré, solo pregunté su sexo (cuando eso no lo sabía) y si estaba bien, no la fui a ver si no dos meses más tarde, cuando terminé la gira, ese día nunca sale de mi mente, no se me olvida.
Llevaba un collar de diamantes para mi esposa, tenía ya mucho dinero y además sabía que los diamantes son el mejor amigo de las mujeres o eso me había dicho el que me lo vendió, era una forma de controlarla también pues sabía que debía estar enojada y con razón, abrí la puerta de la sala y la ví, en nuestro sofá, tenía su pechos afuera, también lo ví a él, sobre ella, cosa que le había pedido hacer antes y nunca me dejó, era una mujer que le gustaba dominar siempre, por eso me asombró que ella estuviera tan sumisa allí con él, se preguntaran quién es él, bueno, él es el tiempo, mi mujer parecía tener treintas años más sobre ella, estaba sentada amamantando a nuestra hija, pude notar algunas estrías en su piel, habían pasado ya diez largos años y no me había dado cuenta, me miró con desprecio y me señaló a la mesa, no era un Si o No, era más bien un se acabó, resaltaban sobre ese papel una palabra, divorcio, lo firmé como un acto solemne, luego dejé su regalo sobre la mesa, tomé a mi hija en brazos y caminé hacia la parte trasera de la casa, vivíamos cerca del mar, por eso se podía oler a lo lejos la mierda de los demás, pero yo era el que estaba jodido ese día, no por el divorcio, no, quizás nunca la amé, estaba jodido porque tenía treinta tres, una hija de dos meses que veía por primera vez y realmente ya no sabía en el futuro que hacer.
Me había llamado mi secretaria el día anterior para decirme que los dolores del pasado de mi mamá se llamaban ahora cáncer, todo eso se me juntó en mi mente, estábamos mi hija, yo y el olor de la mierda de los demás, eso era lo único que me quedaba en la vida esa tarde.
Me divorcié como hacen los famosos, una gran discusión en el juzgado, fotos, lágrimas y una bebé que no entiende que cojones pasa.
Perdí, perdí la casa, la mitad de mi bienes y a mi hija, perdí a mi madre también, perdí mi vida, perdí la capacidad para escribir por lo que perdí mi trabajo, me alquilé en un edificio que olía a mar y el espejo reflejaba que tenía ya cuarenta años.
Las arrugas de mis canas eran evidentes, un poco más que el cancer que crecía en mi vientre, ahora quisiera poder oler la mierda de los demás, el mar, lo único que huelo ahora es la pestilencia del hospital y me muero si no estoy muerto ya, mi hija no me conoce, joder, en verdad quería intentar cambiar, cantar con ella jugar, ver por una vez su sonrisa, mierda, era cierto, ahora que muero lo comprendo, “El tiempo pasa muy deprisa”...
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“El tiempo pasa muy deprisa”, curiosa frase que toma sentido con el pasar del mismo, del tiempo hablo, o más bien escribo, ya no soy joven como antes, ni tan viejo como después, sin embargo esa frase fue una gran incógnita en mi vida y cuando la comprendí fue demasiado tarde para buscar una salida.
Cuando era niño, dicha frase no tenía sentido, la escuchaba decir a mi madre cuando se quejaba de un dolor, más para mi no era cierto, el tiempo me jodía siempre, pasaba lento y más cuando tenía que esperar al viernes para salir de la escuela, también se demoraba cuando esperaba la comida de mamá, que aveces se demoraba más, porque por sus dolores no podía y la cito, “Hacer más na'”, luego de comer me iba a jugar con mis amigos, eramos todos como del mismo tamaño, eramos todos frutos del pecado, ninguno habíamos sido planeado, más allí estábamos, ajenos a lo que pensaban los mayores, los mayores solo se quejaban de la política, de sus dolores y del tiempo, llovía mucho cuándo era pequeño, ahora que soy viejo, quisiera volver a esos juegos.
Lo curioso es que los viernes siguieron pasando en mi vida, pero la alegría de su llegada ya no era la finalización de la tediosa escuela, si no más bien la gloriosa llegada del fin de semana para irme de fiesta, fiesta, juventud, granitos en la cara o apnea juvenil, la pubertad llegó con todos sus demonios a mi, mi mente estaba muy confusa entre cambios y objetivos, es una edad de mierda, no sabes si eres adulto o si aún sigues siendo niño.
También llega el primer amor, el mío fue Lía, recuerdo aún que me rechazó, varias veces, era de estas chicas que son las más aplicadas en el aula, de esas que levantan la mano en cada pregunta difícil, de esas a las que mi yo más joven le levantaba la falda, al final, siempre me acababan mandando a resolver la pregunta a mí, aún hoy en día esperan la respuesta, pero gracias a eso, pude acercarme a ella, al ser el peor del aula me sentaron con la mejor, y si, ella era la mejor.
Recuerdo que mis primeras palabras hacia ella fueron literalmente, “No te fijes de mí”, por la ironía del peor decirle eso a la mejor de la clase, me gané su cariño, pues no paró de reírse ese día, tanto fue que por primera vez en la historia la maestra la regañó en clases.
Fueron una docena de intentos fallidos para tratar de hacerla mía, Lía, como decía, no tenía más dueños que la luz del día y cuando era de noche le pertenecía a las estrellas, me enamoraba cada día más de ella, estaba enamorado de su cuerpo, pero mucho más de su mente, pero cada día me acercaba más a su mente, comencé a leer a Benedeti, a Neruda y a Bukowski, el último era mucho más para cuando me acababa de rechazar.
Después de muchos intentos más, nos hicimos novios con la confesión más estúpida y clásica de la tierra, “Si o No”, cabe recalcar que estábamos en el instituto para ese entonces, por lo que ya no venía al caso tal declaración de amor, pero, como todo lo anterior, se lo tomó a broma y le gustó la idiotez, creo que en esa etapa de mi vida agoté gran parte de la suerte que me tocaba tener.
Estuvimos juntos por tres o cuatro meses, éramos la pareja perfecta, nos compaginábamos en todos los aspectos, hasta en el sexo, aunque inexpertos, debo confesar que aún recuerdo cada sonido y cada movimiento, fuimos nuestra primera vez y todo fué lindo por un tiempo, pero dije que fue sólo mi primer amor, osea, como todo en esta vida, terminó, ella se fue, luego me fui yo, solo quedó en un papel aquél estúpido Si o No.
Acabó mi infancia, acabó Lía, acabó la pubertad, se fueron los granos y el apetito descontrolado sexual, pero se quedaron las malas elecciones, el amor y la ambición
Tenía veintitantos cuando empecé con esto de escribir, había terminado otra relación, estaba roto y desahuciado, si, me había enamorado y para estar roto y desahuciado me tenían que haber engañado, por eso la mayoría de mis letras eran de despecho, menos mal que en este mundo todos estamos desechos, por eso, fui un éxito rápidamente, un libro, luego dos, otro y otro más, durante ese trance me casé dos veces, nada digno de comentar, a no ser que de mi segundo casamiento nació mi hija, Lorena.
Fue un martes, estaba yo en el tope de mi carrera promocionando mi libro en Italia cuando me enteré, solo pregunté su sexo (cuando eso no lo sabía) y si estaba bien, no la fui a ver si no dos meses más tarde, cuando terminé la gira, ese día nunca sale de mi mente, no se me olvida.
Llevaba un collar de diamantes para mi esposa, tenía ya mucho dinero y además sabía que los diamantes son el mejor amigo de las mujeres o eso me había dicho el que me lo vendió, era una forma de controlarla también pues sabía que debía estar enojada y con razón, abrí la puerta de la sala y la ví, en nuestro sofá, tenía su pechos afuera, también lo ví a él, sobre ella, cosa que le había pedido hacer antes y nunca me dejó, era una mujer que le gustaba dominar siempre, por eso me asombró que ella estuviera tan sumisa allí con él, se preguntaran quién es él, bueno, él es el tiempo, mi mujer parecía tener treintas años más sobre ella, estaba sentada amamantando a nuestra hija, pude notar algunas estrías en su piel, habían pasado ya diez largos años y no me había dado cuenta, me miró con desprecio y me señaló a la mesa, no era un Si o No, era más bien un se acabó, resaltaban sobre ese papel una palabra, divorcio, lo firmé como un acto solemne, luego dejé su regalo sobre la mesa, tomé a mi hija en brazos y caminé hacia la parte trasera de la casa, vivíamos cerca del mar, por eso se podía oler a lo lejos la mierda de los demás, pero yo era el que estaba jodido ese día, no por el divorcio, no, quizás nunca la amé, estaba jodido porque tenía treinta tres, una hija de dos meses que veía por primera vez y realmente ya no sabía en el futuro que hacer.
Me había llamado mi secretaria el día anterior para decirme que los dolores del pasado de mi mamá se llamaban ahora cáncer, todo eso se me juntó en mi mente, estábamos mi hija, yo y el olor de la mierda de los demás, eso era lo único que me quedaba en la vida esa tarde.
Me divorcié como hacen los famosos, una gran discusión en el juzgado, fotos, lágrimas y una bebé que no entiende que cojones pasa.
Perdí, perdí la casa, la mitad de mi bienes y a mi hija, perdí a mi madre también, perdí mi vida, perdí la capacidad para escribir por lo que perdí mi trabajo, me alquilé en un edificio que olía a mar y el espejo reflejaba que tenía ya cuarenta años.
Las arrugas de mis canas eran evidentes, un poco más que el cancer que crecía en mi vientre, ahora quisiera poder oler la mierda de los demás, el mar, lo único que huelo ahora es la pestilencia del hospital y me muero si no estoy muerto ya, mi hija no me conoce, joder, en verdad quería intentar cambiar, cantar con ella jugar, ver por una vez su sonrisa, mierda, era cierto, ahora que muero lo comprendo, “El tiempo pasa muy deprisa”...