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¿Alguna vez te has preguntado qué pasa en la cabeza de un cubano durante un apagón? En medio del caos y la oscuridad, hay algo que brilla más que la falta de electricidad: la solidaridad... y lo que queda en el congelador.
Sí, queridos amigos, hablemos de ese fenómeno fascinante que ocurre cada vez que se va la luz por tiempo indefinus y, con ella, la esperanza de que tus alimentos congelados sobrevivan al drama de un apagón. ¿Qué hacen nuestros valientes héroes de la comunidad ante la inminente pérdida de esas deliciosos manjares que guardan en secreto para la especial ocasion ? ¡Donan! Así que, si pensabas que solo las donaciones iban destinadas a quienes realmente lo necesitaban, piénsalo de nuevo.
Imagínate a Juanito y a su feliz congelador mientras su carne de cerdo y sus sardinas comienzan a descongelarse, él tiene una revelación: "¡Es mejor que mis vecinos se aprovechen de esto antes de que se vuelva una sopa de pescado en el fondo del congelador!". Es así como la generosidad cubana se convierte en un acto de supervivencia.
Y es que, mientras la mayoría de nosotros lucha contra la tentación de comerse un trozo de carne en mal estado, hay quienes optan por la opción más cuestionable: "¡Si a mí me va a hacer mal, que se lo coman los vecinos!", piensan. Y ahí nace la solidaridad, un espíritu glorioso en medio de la tragedia, que nos lleva a interesantísimas decisiones como la de regalar camarones semi-descompuestos a Manolo, el vecino.
¡Qué suerte la de Manolo!, que en medio del ciclón encontró un festín de camarones, carne de cerdo, masas de hamburguesas y sardinas. Mientras otros consumían su dieta de arroz con chicharos, él disfrutaba de un suculento banquete gracias a la generosa "donación heroica" de Juanito.
La lógica detrás de este fenómeno es simple: ¿por qué sufrir solo cuando puedo hacer que mi vecino también lo haga? La respuesta está en la economía de la amistad y en la búsqueda de degustar esos sabores antes de que se conviertan en un aroma nada agradable. Así que, en lugar de quedarnos con un descongelador lleno de alimentos en mal estado, preferimos compartir el riesgo... y el festín.
Así que ya saben, la próxima vez que vean un apagón, y un vecino se acerque con una bolsa de camarones que huelen a mar (del mar de hace tres días, claro está), ¡recíbanlos con una sonrisa! Puede que sean los últimos restos de lo que podría haber sido su cena, pero, al fin y al cabo, ¡es el gesto de solidaridad el que nos mantiene vivos en esta crisis alimentaria!
En resumen, si quieres fortalecer la hincha de panza de tus vecinos, no dudes en tener un apagón en tu barrio. ¡Vamos a hacer una fiesta!
Sí, queridos amigos, hablemos de ese fenómeno fascinante que ocurre cada vez que se va la luz por tiempo indefinus y, con ella, la esperanza de que tus alimentos congelados sobrevivan al drama de un apagón. ¿Qué hacen nuestros valientes héroes de la comunidad ante la inminente pérdida de esas deliciosos manjares que guardan en secreto para la especial ocasion ? ¡Donan! Así que, si pensabas que solo las donaciones iban destinadas a quienes realmente lo necesitaban, piénsalo de nuevo.
Imagínate a Juanito y a su feliz congelador mientras su carne de cerdo y sus sardinas comienzan a descongelarse, él tiene una revelación: "¡Es mejor que mis vecinos se aprovechen de esto antes de que se vuelva una sopa de pescado en el fondo del congelador!". Es así como la generosidad cubana se convierte en un acto de supervivencia.
Y es que, mientras la mayoría de nosotros lucha contra la tentación de comerse un trozo de carne en mal estado, hay quienes optan por la opción más cuestionable: "¡Si a mí me va a hacer mal, que se lo coman los vecinos!", piensan. Y ahí nace la solidaridad, un espíritu glorioso en medio de la tragedia, que nos lleva a interesantísimas decisiones como la de regalar camarones semi-descompuestos a Manolo, el vecino.
¡Qué suerte la de Manolo!, que en medio del ciclón encontró un festín de camarones, carne de cerdo, masas de hamburguesas y sardinas. Mientras otros consumían su dieta de arroz con chicharos, él disfrutaba de un suculento banquete gracias a la generosa "donación heroica" de Juanito.
La lógica detrás de este fenómeno es simple: ¿por qué sufrir solo cuando puedo hacer que mi vecino también lo haga? La respuesta está en la economía de la amistad y en la búsqueda de degustar esos sabores antes de que se conviertan en un aroma nada agradable. Así que, en lugar de quedarnos con un descongelador lleno de alimentos en mal estado, preferimos compartir el riesgo... y el festín.
Así que ya saben, la próxima vez que vean un apagón, y un vecino se acerque con una bolsa de camarones que huelen a mar (del mar de hace tres días, claro está), ¡recíbanlos con una sonrisa! Puede que sean los últimos restos de lo que podría haber sido su cena, pero, al fin y al cabo, ¡es el gesto de solidaridad el que nos mantiene vivos en esta crisis alimentaria!
En resumen, si quieres fortalecer la hincha de panza de tus vecinos, no dudes en tener un apagón en tu barrio. ¡Vamos a hacer una fiesta!