Albert
Nivel 0
- 2
- 9
Nota: Del Libro "La colina y la piedra", Premio David de Cuento 2019, en proceso de publicación.
LA LUJURIA TAMBIÉN ACECHA EN EL PARAÍSO
Qué importa el tiempo sucesivo
si en él hubo una plenitud, un éxtasis...
Jorge Luis Borges.
Hace poco más de un año y aún me parece estar ahí, cerca de la barra del Paraíso, en la mesa de la esquina, junto a la Yusi, escogiendo a nuestras presas. Lejos de éste otro que no deja de roncar. Si no fuera por los pocos libros, revistas o documentales que consigo ver aquí en ocasiones.
La música y las luces de la disco todavía me aturden, como aquella vez en que el Fuste me alcanzó el poco de ron:
—Socio, te veo disperso… —dijo, mostrando sus colmillos de oro.
Nada más parecido a una morsa, pensé al ver su dentadura y me sonreí.
—¡Sí, claro!... ¡Yusimí,… que no llega! —agregó enseguida en tono de burla él y se acercó más a las prodigiosas nalgas de La Diva.
Verdad que está buena la muy condenada, me dije entonces, y miré al Fuste unos segundos. Empezó desde temprano y está casi borracho.
¡Anormal!, mucha pesa, gimnasio, músculos, ¿y?..., de seguro la carabina reducida hasta la mínima expresión. Puro análisis matemático… Como el oso polar del este de Groenlandia; al que también se le encoge por tanta contaminación. Por eso su mujer…
La flaca con que bailaba pegó sus huesudas nalgas a mi portañuela al compás de la música.
Eran cerca de las doce y Yusimí sin aparecer. Comenzaba a preocuparme. El resto salía conforme lo habíamos dispuesto: un poco más y el amurallado hombre de las pesas caería como un bobo.
La Diva giró la cabeza para mirarme y arqueó las cejas. Encogí los hombros en señal de desconocimiento y eché una ojeada a la mesa de la esquina. ¡Ay, Yusimí, Yusi-mí... Mi Yusi! ¿Por qué demoras tanto, hija? Y a mi la memoria la noche en que escogió a La Diva, cuando pasó cerca de nosotros, con su cadencia de siempre:
—Ay, Nene, que ganas tengo de pegarme —me confesó entre risas Yusi y mordió la primera falange de su índice derecho—. Lo de nosotros solos ya me aburre. ¡Es hora de actualizarnos, mi bien!
Levanté la vista y estudié por unos segundos a la joven.
—¿¡La mujer del Fuste!? —le pregunté al oído—. ¡Nos vamos a meter en un buen lío, para que sepas!...
Pero a ella parecía no importarle. Aseguraba que aquello iba a ser nuestro. No sé qué diablos le encuentra al asimétrico ese, dijo en tono despectivo y empinó los labios para, tras una mueca, señalar al Fuste, que lucía sus mejores galas: bíceps, tríceps, pecho embutido dentro del pulóver, y el pantalón apretado hasta abajo, mostrando perfectamente la escasez de sus piernas.
El apodo con que todos lo identificaban en el pueblo le vino al fortachón un día por ser más muslos, tronco y brazos que otra cosa, y se lo acuñó un amigo arquitecto, durante una partida de dominó en el Paseo, donde se formaban las mejores ligas cuando arreciaba el aburrimiento:
—El fuste es la parte de la columna que se encuentra entre la basa y el capitel —explicó el inteligentón, en una de sus acostumbradas conferencias, para dejarnos clara la supuesta analogía—: Éste, es un remedo anatómico de una columna de concreto… —agregó además, jocoso, señalando al forzudo—. Un atlante o telamón, en el que el fuste se ubica desde los muslos hasta el cuello. Pies y gemelos son la basa. Y la cabeza, por supuesto, que funge como capitel —y rió sin consideraciones.
De ahí que cada vez que se lo encontraba en la calle le decía abiertamente: Dime, Fuste. ¿Cómo anda la cosa, Fuste?…, hasta que se le quedó el nombrecito.
Solo que la basa de esta columna está en pésimas condiciones. Con esas canillas, me dije, mientras lo veía bailar frente a nuestra mesa y me carcajeé de las ocurrencias del amigo arquitecto… Y del capitel, ni qué decir: con la cabeza esa que parece traída de otro cuerpo y ni para criar pelo: lisa y reluciente… Eso sí, los piñazos deben ser de a libra esterlina, por eso tanto respeto en el pueblo… Si se entera de que Mi Yusi quiere colgarle en lo más alto del área capitelar un par de cuernos, no la vamos a pasar muy bien. Y me ericé.
La inquieta luz del patio entra por escasos segundos en la celda. El bellaco de abajo incrementa los ronquidos. Lo arrullo como a un niño chiquito, así hacíamos en la beca, pero nada. Saco la cabeza y lo hago con mayor fuerza. Lo veo voltearse y me vuelvo a acomodar.
Lo sucedido a partir de esa primera noche entre Yusimí, La Diva y yo no es difícil de suponer. Tras su indiscutible elección, la maestra de las maestras en el arte del flirteo, Mi Yusi, se lanzó decidida sobre aquella chica. Como el macho de la mariposa a su hembra, que se le planta moviendo las antenas y las alas para llamar la atención, allí mismo, en la pista, se le arrimaba a La Diva para conversar, ofrecerle un trago y observarla con disimulo, en lo que el Fuste conversaba con otros sobre lo último en celulares, los nuevos precios en el mercado y todas esas sandeces.
De manera discreta hizo en los días siguientes una minuciosa investigación acerca de ella: una pobretona de un batey a la que el Fuste desempercudió, hacía cerca de un año. Narcisista al extremo. Gustaba de exponer su cuerpo y regodearse, cosa de la que su hombre también alardeaba siempre. Así, Yusimí descubrió que su mayor debilidad eran las lycras y la ropa interior refinadas, y se propuso invertir parte del dinero que le había enviado la madre desde España para ofertar este tipo de prenda en su boutique.
La estrategia no la hizo quedar mal. La Diva no demoró mucho en caer por allí. Como mosca escorpión en pleno plan conquista, que acostumbra a ofrecer un insecto muerto con tal de gozar de favores sexuales luego, con soberana astucia, Mi Yusi comenzó a endulzarla con rebajas y facilidades de pago que le permitieron ganar su amistad. Desde ese momento, cada fin de semana nos juntábamos con ella y el Fuste en el Paraíso, compartíamos unos tragos y conversaciones insulsas.
Una tarde, según la Yusi, llegó el momento tan esperado, cuando La Diva fue hasta su casa para ver unos nuevos calenticos. Mientras mi amiga la ayudaba a probárselos frente al espejo, una fuerte incitación la embargó: Niña, si está hecho para ti, para ese cuerpo rico, le dijo y se lanzó a besarla en la boca. Para su sorpresa la otra no mostró rechazo alguno. Lo que empezó como un estímulo, obra de un deseo incontenible hasta el momento reprimido, pronto se convirtió en un beso intenso que las hizo hervir de placer.
—Riquísimo, Nene… Jamás había probado algo tan especial, de primera —me confesó, y puse, jaranero, mi acostumbrada cara de celoso (cabeza ladeada a la derecha, rostro contraído)—. ¡Ah, no! Otra vez no, por favor. Tú sabes qué quise decir —agregó sonriente—. Ese color moreno, el pelo hasta la cintura… ¡Ufff!... tan pizpireta —¿de dónde sacaría esa nueva palabrita? ¿Se la habría dicho yo en alguna ocasión?—…Y lo mejor, ya empecé a hablarle de ti, de nosotros y la posibilidad de una fiesta juntos. ¡Verás cuando la pruebes!
Se le veía eufórica en verdad. Así habrá sido el pastel, pensé y sentí un latigazo en la entrepierna.
Recordarlo me despierta deseos. Me acaricio. No puedo evitar una erección. Hace mucho que no estoy con una mujer. Caro que me salió el jueguito con La Diva.
Un par de semanas y Yusimí se vino hasta mi casa con la noticia. Yo leía en una revista un artículo sobre la constancia de las abejas. ¡La convencí!, gritaba, dando saltos en la sala, cerrando los puños y levantando los brazos. ¡Por fin la convencí, Nene! En un principio no alcancé a comprender. ¡¿Hijo,… tú no captas?! Esta noche, después de emborrachar al Fuste, nos vamos hasta mi casa. Y quedó unos segundos en silencio. Yo me desperecé y solté una risotada: ¿¡Con La Diva!? Ella asintió: ¿De qué otro dulce estamos hablando, cariño?, y no dijo nada más. Parecía molesta. ¿Y por qué hoy mismo? ¿Y ese apuro, Mi Yusi?, se me ocurrió preguntar, sonriente. Ella hizo una mueca con los labios: No me vas a decir ahora que no te gusta la idea, porque no lo voy a creer…, y una vez más la carcajada: El lunes el Fuste se la lleva para Varadero, y ya sabes que no soy de mucho esperar, explicó. Y otra vez la dentadura, casi perfecta. A ver…, cuéntame. ¿Cómo es la cosa?, quise saber al fin, animado. Ahora sí. Abre y graba bien, dijo sin dejar de reír: La Diva aceptó mi propuesta con la condición de que antes del amanecer debe estar en su casa. No conviene que la gente la vea tan temprano en la calle, ni que el Fuste se despierte después de la borrachera que le regalaremos en el Paraíso y aún no esté… y ese trabajito… Y presionó con su índice derecho mi abdomen. Moví un tanto la cabeza. Mi Yusi arqueó la ceja izquierda. Tranquila, tranquila. Yo me encargo, agregué. Y la invité a celebrar con unas cervezas en el Bar de la esquina. Solo una, dijo jocosa y guiñó un ojo: ¡El resto…!, y chocamos las manos en el aire.
Aquella noche es difícil de olvidar. La demora de Yusimí despertaba mi ansiedad y la de la mujer del Fuste, que por momentos me miraba intrigada. Cuando por fin mi amiga llegó al Paraíso, todo pareció brillar de manera distinta, incluyendo los ojos de La Diva. Lo sé porque los estudié con detenimiento. Yusi venía con el pelo de un negro mucho más oscuro, suelto y perfumado, un vestido strapless blanco…: una mujer diferente a la que hasta entonces conocía. Traía cara de perversa, cargada de cierto cinismo. Por eso la demora, me dije.
Era cerca de la una cuando la buenota nos hizo la señal. Al Fuste se le veía en punto de mate. Para terminar el trabajo compramos una botella de ron, algunas cervezas y en el vaso en que le servimos, vi a Yusimí diluirle la pastillita que trajo de su casa. Al rato, el forzudo estaba acabado. Se recostó a la mesa y quedó dormido al instante. La Diva decidió llevárselo para la casa, eso dijo ante todos, y Yusimí y yo nos ofrecimos para ayudarla; a fin de cuentas, justificamos, ya era de madrugada y faltaba poco para que cerraran la disco.
Salimos dando tropiezos con él a cuestas y alquilamos el coche de un viejo bigotudo que nunca antes habíamos visto. Fue difícil subirlo al carretón. El Fuste intentaba levantar el capitel y emitía unos sonidos rarísimos... Silbidos tonales, me dije. Como de una orca...
Al llegar, resultó también complicado bajarlo y alcanzar el portal. En ese estado el infeliz era incapaz de sostenerse. No lograba dar ni un paso en firme. De poco sirven basa y buen fuste cuando se ha perdido del todo el capitel, pensé. Allí lo senté en un sillón, en lo que su mujer abría y encendía las luces para arrastrarlo hasta la cama del primer cuarto, donde lo acomodamos a que disfrutara en paz del largo sueño de los osos pardos americanos.
Las chicas volvieron a la sala y yo me quedé observándolo durante un tiempo. Era llamativo verlo en tales condiciones, tan indefenso, hecho saliva sobre la sábana limpia. Cuánto hubieran dado muchos en el pueblo por haberlo tenido así, para rodearlo de cobras... Alacranes, miles, millones... Pulgas que le transmitiesen la peste bubónica.
Sentí un pequeño ruido en la sala. Al regresar descubrí que la Yusi y La Diva habían comenzado la fiesta allí mismo. Se besaban y acariciaban mientras tomaban de las cervezas que habíamos traído del Paraíso.
Miré la hora en mi celular: dos y veinte de la madrugada. Abrí la botella con el ron que nos quedaba y me acomodé en el sofá para observarlas. Era increíble la capacidad de esas dos para hacer de hombre o mujer según lo deseaban: lapas marinas en acción, peces payasos…, o mejor, tordos limpiadores: hembras dóciles que se transformaban en machos agresivos en solo segundos. Me di nuevamente un trago, sin dejar de mirar, hasta que me acerqué y comencé a hacer de las mías. A estudiar los distintos relieves, llanos y montañas. Besar labios y cuellos. La ropa toda se esfumó como por obra divina. La Yusi tenía razón. Mis ojos eran escasos ante la belleza de La Diva. Aquellas nalgas duras y redondas, los senos voluminosos, enloquecían a cualquiera. Pronto nos convertimos en una mezcla de cuerpos que se entregaron desbocados al placer. Así pasamos un buen tiempo, hasta que, resuelto, volví a distanciarme para verlas gozar de su orquesta…
Sin poderlo evitar, me descubro otra vez tocándome, en esta oportunidad, con mayor deseo que antes. Los recuerdos de aquella madrugada me devuelven imágenes de uno de esos films que me mostraban a veces los socios del barrio, donde las actrices no paraban de gemir, lo único que sabían hacer era eso. Uh, yeah, decían. Y arrugaban la boca y arqueaban las cejas, tanto, que en ocasiones llegaban a parecerme artificiosas, un aburrimiento total.
Con La Diva y Mi Yusi no sucedió así. Cierro los ojos y aún las veo. Las acaricio, beso, penetro con fuerza. Y ellas gimen, como todas, igual que las de las películas, pero verdaderamente gozosas y espontáneas. Cierran y abren los ojos, se muerden los labios y el semen caliente entre mis dedos. La viscosidad me inunda el calzoncillo, la entrepierna. Y este de abajo que comienza a roncar. Lo arrullo de nuevo, poco falta para gritarle: Ssshh, cállate, bróder… ¿Chico, tienes que roncar ahora?
Esa noche fue de las más portentosas que he vivido jamás. Mi última experiencia con dos mujeres. En realidad, con mujer alguna. Y el Fuste durmiendo bajo el mismo techo, a solo unos metros… Loca, Mi Yusi. Mira que arrastrarnos hasta allí, toda carcajosa, después de gastarse la fiesta con La Diva, para engancharle al membrudo de corbata su ajustador... Y tomar un creyón de su cartera y pintarle los labios y un lápiz oscuro para resaltarle las cejas, además de dibujar en su calva unos cuernos más grandes que los de un alce irlandés, esos ciervos gigantes, famosos por haber tenido los tarros más exagerados del planeta, que se les ramificaban a ambos lados de la cabeza, como dos manos abiertas pidiendo no sé qué.
Para Yusimí, aquel fue el mejor de los espectáculos. Eso dijo. El que le despertó en extremo las ganas, pues al acercarse y abrazarme envuelta en su mayor desparpajo, me ordenó que la penetrara allí mismo y así lo hice; su palabra era ley dondequiera que nos encontráramos. Mientras una se enredaba conmigo, la otra se masturbaba en la cama, junto a lo que quedaba del Fuste, frente al espejo que nos reflejaba a todos.
Aún lo tengo bien fresco en la memoria. Casi me descuartizan aquella madrugada esas dos. Como al macho de la mantis, ese extraño bicho que a veces es devorado por su hembra durante el acto. ¡Vaya canibalismo sexual! Será porque tiene un solo oído, el muy infeliz, ubicado en el tórax, y no escucha bien lo que la otra dice mientras la monta: si le pide más o exige que se detenga de una vez, antes de que pierda completamente la razón y le vuele encima... Por eso siempre presto total seguimiento a cuanto sale de sus bocas.
Casi al amanecer, mi amiga y yo decidimos marcharnos. Lo hicimos separados para evitar ser vistos al salir. Primero yo, calle abajo hasta mi casa. Después ella, calle arriba.
Ya en el baño estudié con cuidado mi rostro ante el espejo. Las mordidas y los aruñazos sobresalían alrededor de la boca, cuello y pecho. Zarpazos de leonas furiosas en trance de apareamiento.
Me sentía aturdido y entré rápido a la bañera. El chorro era frío. Tomé el champú y froté con energía. La espuma corrió por mi cuerpo. Luego desayuné y me fui a la cama. Era domingo y la mañana prometía ser tranquila.
Dormí soberanamente, como oso feliz en su período de hibernación. Sobre las dos y treinta de la tarde, poco después de almorzar y sentarme a disfrutar de un nuevo documental, vino a buscarme Tatico para ir a jugar dominó. El día estaba nublado: Algo feo, le dije, dudoso.
—Tú sabes que nosotros somos la pareja explosiva… Dale, chico… para caerles a esos locos que quieren hacerse los duros —me comentó a través de la persiana.
No pude evitar una sonrisa. Convencido, corrí tras un pulóver.
—¡Uff! ¡Mi hermano!…, pero ¿a ti qué te pasó? —dijo al ver las marcas en mi cara—. Ahora sí te dejó sin sangre la vampira esa con la que andas por ahí —y rió con energía. Lo mismo hicieron muchos cuando me vieron llegar a la mesa de dominó.
—Váyanse al diablo —me defendí entre risas.
Si ustedes supieran en verdad, pensé divertido y tomé la botella. Sin algo para beber el dominó es pura fantasía.
A poco de sentarme y ganar unas partidas, escuché un motor que se nos acercó por mi espalda.
—¿Qué hay, Fuste? —dijeron algunos cuando el ruido cesó.
Volteé la cabeza para verlo y solo alcancé a distinguirlo, en esta ocasión, convertido en una enérgica orca, un oso pardo bien despierto, violento, que me vino encima.
Un fuerte golpe me lanzó sobre la acera e hizo impactar mi cara contra el cemento.
—¡¿Eh, qué es esto?!... ¡¿Qué pasa aquí, caballero?! —se preguntaron algunos.
Una patada en las costillas me dobló.
Varios de los presentes lograron por unos minutos inmovilizarlo, pero en verdad era una columna y daba bastante trabajo.
Fuera de sí, el forzudo comenzó a ofenderme y a decir que lo hecho por la Yusi, La Diva y yo, no se le hace a ningún un hombre… Menos a él…, al Fuste. En su propia casa ¡ridiculizarlo!… que si nosotros nos volvimos creisis o qué… Ya esas tenían su merecido y ahora me tocaba a mí...
Entre tanto alboroto aproveché que aún lo sostenían y conseguí levantarme. Estaba en verdad rabioso. Las venas del cuello le querían explotar. No paraba de injuriarme. Yo, pasando por idiota, le dije que no sabía de qué hablaba. Fue entonces cuando más se molestó y preguntó en un grito si yo podía entonces explicarle de dónde coño había salido el disfraz que tenía puesto cuando despertó en la mañana, aún con resaca... Y vociferó que él no era ningún comemierda, sabía muy bien de lo que hablaba, porque La Diva se lo había contado todo, desde el principio, además de que un guajiro del barrio que nos vio salir de su casa a las cinco le dio nuestras señas. Y logró librarse de entre tantas manos y venírseme de nuevo encima.
Aún desconozco qué instinto me llevó a tomar la silla de hierro en que me encontraba e irle arriba a aquel úrsido endemoniado, una reacción de defensa que pronto convertí en acción ofensiva. Todo pasó muy rápido. Me sentía fuera de control. En un segundo el fuertón cayó al piso sangrando. Una de las patas se había sembrado en su cabeza, en la sien izquierda.
Después de eso, nunca más volví a ver a Yusimí ni a La Diva. Supe por algunos amigos que han venido a las visitas, que una se fue del pueblo hecha una porquería y la otra apenas sale a la calle, desfiguradas sin remedio como quedaron por los golpes y hasta navajazos en la cara que el Fuste les dio.
Una vez más siento moverse al idiota de abajo. Ya no ronca. Por la ventana entra en ráfagas la luz del patio. Me volteo contra la pared llena de rasponazos, tablas con cruces y ceros, números, letras… Una sirena se escucha a lo lejos. El mundo afuera continúa su rumbo y muchos seguimos aquí, extrañando un cuerpo de mujer, masturbándonos, arrullando a otros que roncan en las madrugadas, alimentándonos cada noche con los recuerdos.
Mejor me duermo. Quizás mañana tenga mayor suerte y pueda disfrutar, aunque sea por un rato, de algún nuevo libro, revista o documental en la TV.
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