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La entrevista de Sandra

pcarballosa

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La chica trigueña se llamaba Sandra, y la de cabello dorado se llamaba Estela. Las dos se mantenían de pie en la parte frontal de mi escritorio para que pudiera verlas a mis anchas, una a un costado de la otra. Hacía un rato me entretenía mirándolas, y me hacía el indeciso para que se esforzaran para ganarse mi apoyo. De mí dependía que una de ellas fuera escogida para el "trabajo" y sólo una lo sería, porque esa era la última ronda de finalistas para el empleo en la agencia, y para la otra faltaban meses.

Estela era la más bonita, no había dudas, y la más pequeña de estatura. Era como una muñeca menudita, con ojos verdes como una selva, de párpados pintados con sombra celeste, y labios de un rojo encendido. De no haber visto su identificación la hubiera echado de la oficina, pues parecía una colegiala. Pero sabía que ese efecto era producido, además de por sus reducidas proporciones y su carita de nena, por su cabello recogido en un par de coletas, y por su piel dorada por el sol, que las escasas ropas con las que se cubría permitían verle hasta en los sitios más insospechados. Por otro lado, se notaba que era una chica con experiencia por las miraditas pícaras que me lanzaba a medida que posaba su peso un rato sobre un pie, un rato sobre el otro, cual si bailara; y por las que le dedicaba a su rival, más bien de manifiesto desdén. Era como si una voz dentro de mi cabeza me gritara al verla: "Dale, cómetela, no esperes más estúpido", y la verdad, la diabólica vocecita me estaba convenciendo.

En cuanto a Sandra, se podría decir que era una muchacha más ruda. Tenía curvas pronunciadas, empinados pechos que por desgracia el escote de su vestidito de color amarillo ocultaban, y unas largas piernas, que contribuían a su elevada estatura. Pero lo mejor de ella era la parte en donde terminaban esas piernas; tenía un par de nalgas espléndidas cuya parte inferior sí que podía distinguirse si sólo se inclinaba un poco, por lo corto de la faldita. Esas características la hacían atractiva, pues, ¿a qué hombre no le gustaría tener en sus manos un trasero como ese? Y con su redondeada carita, inocente sin que importaran las pinturas que la cubrían, las que por lo demás eran parecidas a las que se había puesto su compañera salvo porque la sombra de sus párpados era lila. La verdad era que podría ser un sueño para uno de esos a los que les gusta contratar nuestros servicios para sus fiestas. Pero se notaba que no tenía mucha experiencia en el asunto, y sus movimientos más bien torpes, unidos a sus manos toscas y podría decirse que demasiado grandes para ser de una chica con su cara de nena desamparada, echaban por tierra todas sus ventajas y permitían a la menuda Estela entrar en la competencia.

De todas maneras, volví a examinarlas varias veces aun cuando luego de mis últimas miradas podía escuchar la voz dentro de la preciosa cabecita de Estela diciendo que era imposible que perdiera ante esa tonta que le llevaba toda una cabeza con cuello incluido; ante esa bobalicona que se desvivía a su manera a su costado, tan torpe y falta de estilo como una vulgar campesina. Por mi experiencia con ellas sabía que las chicas como Estela suelen ser despiadadas y poseen la facultad de leer la mente de los hombres; no sé si debido a la expresión inconsciente de los semblantes, a la manera en que hablan, o a qué otra cosa. Era posible que lo que pasara en mi caso fuera que en realidad ya me hubiera decidido sin percatarme de ello, y que la astuta muchacha lo hubiera notado con su intuición femenina. Pero a un nivel consciente me costaba desprenderme de Sandra aun siendo desmañada como lo era, y me gustaría esgrimir un motivo más elevado para mi vacilación, mas el único que se me ocurría, y que volvía una y otra vez a mi mente, era que además de su espléndido culo parecía tener un precioso felpudo. La había visto sentada en su butaca durante las entrevistas iniciales, y como en ese momento cruzaba y descruzaba de cuando en cuando las piernas, más bien como si los nervios la mataran que como suelen hacerlo muchas chicas para mostrar con disimulo su mercancía y su disposición a ofrecerla, había visto el suculento bulto que vivía entre su lindo par de muslos. Mi experiencia me decía que eran muchos los que solicitaban chicas con eso tan rebosante que la estrecha tela de las tangas apenas si contenía.

Los ojazos pardos de Sandra volvieron a desviarse a un lado cuando la miré, y se removió parada en su sitio, como si la pusiera nerviosa, con las grandes manazas retorciéndose en su regazo y las tetas dando saltitos. Esa era la segunda vez que hacía eso, posiblemente porque con su intuición femenina también notaba que perdía terreno ante la rubita, ya que no era la primera vez que la miraba y en otras ocasiones por lo menos vencía su timidez y hacía el esfuerzo por sonreírme. Por lo que había dicho en la primera entrevista conocía que necesitaba ese empleo con urgencia, tenía la madre enferma y debía sostener a su hermano. Eso era, precisamente, lo que me había inducido en un comienzo a incluirla en la ronda de selección a pesar de su evidente desmaña, porque para hacer el tipo de cosas que debe de hacer una chica en una agencia de chicas de compañía, o tiene que ser bien puta, o debe estar bien necesitada; y son estas últimas las que mejor hacen su trabajo puesto que no se niegan a nada y dejan a los clientes satisfechos. Por eso no era nada raro que la posibilidad de no conseguir el empleo, que tengo que decir que es bastante bien remunerado en comparación con otros más convencionales, la pusiera nerviosa. Pero fuera por lo que fuera, una chica de la agencia no podía mostrarse así delante de un cliente, pasara lo que pasara debía mirarlo a los ojos, sonreírle, e insinuársele; salvo en las raras ocasiones en que uno de ellos solicitaba a una introvertida que se hiciera la inocentona, o para que hiciera el papel de una tímida niña, para lo que era más conveniente Estelita debido a su reducido tamaño y a sus gráciles gestos de niña. En ese instante terminé por decidirme por la rubia, y si no llega a ser por lo que la otra hizo en el mismo momento en que iba a decirle que se retirara, no hubiera descubierto su secreto esa tarde. El gesto de Sandra me dejó tan impresionado que la mano que había levantado para dar mi veredicto se quedó colgada en el aire, y sólo después de un rato me vine a dar cuenta de que tenía la boca abierta sin emitir ningún sonido.

—Bueno, señoritas, esto ha sido todo —dije cuando pude recuperarme, y Estela, que por lo visto no había notado nada, se rió, segura de ser la elegida, y se me acercó para darme las gracias. En eso ambas parecían estar completamente de acuerdo, pues Sandra mantuvo su mirada en el suelo alfombrado del recinto y no se movió de su sitio, como esperando a que la despidiera—. Estela, por favor, puede retirarse de la oficina, debo conversar con Sandra —dije luego de estrechar la manito de la chica y esta me miró con los ojos redondeados como platos.

—Pero… yo… pensé —balbuceó desconcertada Estela, y miró por varias veces a Sandra, que también me miraba con sus ojos no menos asombrados que los de su linda compañera.

—No debe preocuparse, señorita Estela —dije rápidamente, con grandes deseos de quedarme a solas con Sandra en la oficina, y la rubita me miró de nuevo y se puso colorada—. En nuestra agencia siempre necesitamos de los servicios de las chicas hermosas como usted, sólo que en este caso particular pienso que a varios clientes les resultaría más conveniente estar en compañía de la señorita Sandra.

El rostro de Sandra fue el que se puso colorado esta vez, tal vez por la manera en que la miré sin poder controlarme, y el de Estela, por el contrario, se puso tan pálido que lo pude notar incluso con sus pinturas. Por lo visto darse cuenta de que me sentía atraído por la otra la hacía rabiar de lo lindo; mas se controló como una profesional y fue a recoger sus cosas a la butaca en la que se había sentado.

—Entiendo —dijo por fin cuando volvió a mirarme, y se despidió con una manito, para ir seguidamente a la puerta con meneo de caderas por sus tacones altos—. Pero, ¿me llamará? —preguntó cuándo iba a salir por la abertura.

—Por supuesto, señorita —dije amablemente y no mentía—. Es conveniente que se mantenga localizable.

La rubia me sonrió solícita, completamente recuperada y, luego de lanzar una última mirada de manifiesto odio a su rival, cerró la puerta y escuché como se retiraba. El ruido de sus tacones sobresalió por un rato por encima del leve zumbido del sistema de climatización.

—Por favor, señorita Sandra, siéntese cómoda en su butaca y sea paciente —dije cuando la chica me miró como preguntando: "Y ahora qué", a la vez que cogía los papeles de ambas de mi escritorio y me paraba.

Sandra me obedeció como una autómata y se dirigió a su butaca con movimientos cadenciosos de sus carnes. La corta falda de nuevo me permitió verle bien las nalgas, aun estando de pie, cuando se inclinó demasiado para recoger su bolso antes de sentarse. En eso sus tacones altos eran también mis aliados. Tenía una piel de un pálido color canela en esa parte, de apariencia suave; y la tira de la tanga, amarilla como su vestidito, se perdía tanto entre las rotundas medias lunas que casi no podía verse y daba la impresión de que no usaba ropa íntima.

—Espere un poco, tengo que darle instrucciones a mi secretaria —dije cuando me miró de nuevo desde la butaca y vi que asentía.

La chica me siguió con la vista cuando caminé a la puerta con los papeles en la mano y salí por ella. La puerta daba a una oficina más pequeña por la que era necesario pasar cuando iba a salir de mi departamento. Era una de las dos que había en el recinto; la otra conducía a un baño de pequeñas dimensiones. En la otra oficina estaba mi secretaria, una señorita remilgada de piel azabache, carnosos labios morados con los que sabía hacer maravillas, y estrechos espejuelitos. En ese instante se afanaba delante de su computadora. Pero en realidad era debido a esos labios, y por lo que sabía hacer con ellos, por lo que la había reservado para mi servicio privado en la agencia; en cuanto a sus habilidades con las computadoras, mejor no decir nada de ellas.

—Por favor, señorita Lisa —murmuré cuando me detuve delante del escritorio de mi secretaria, pensando como siempre me pasaba al percibir sus abultamientos en lo mal puesto de su nombre, y la chica me miró y me sonrió con su sonrisa plástica.

—¿Sí, señor González? —musitó melosa y cogió un bolígrafo, como si se preparara para un dictado.

—Es necesario que lleve a personal los papeles de la señorita Sandra —dije con un brazo estirado para entregárselos, y después, cuando los cogió, les mostré los de Estela—. También están los de la señorita Estela, esos debe archivarlos en mi archivo para una próxima entrevista.

—Enseguida, señor González —dijo Lisa cogiendo los papeles de Estela. Los pelos de mi nuca se erizaron cuando la vi mezclarlos con los de la otra. En ese mismo momento comencé a arrepentirme de haberle dado una orden tan larga—. ¿Desea algo más antes de que se los lleve a personal? —preguntó separando otra vez los de Sandra y levantando los ojos para verme.

—Sí, no debe llevar los papeles incorrectos esta vez. La última ocasión me pasé una semana aclarando el embrollo —declaré con mi dedo índice levantado y la vi sonreírse y lanzarme miraditas, como si le contara un chistecito. En momentos como ese me preguntaba si sus labios de verdad valían la pena, y dudaba un poco de mis sabias decisiones. Por suerte, se me pasaba cuando me iba a ver a mi oficina y los ponía en acción como sabía hacerlo—. Y no deseo ser molestado, debo aclararlo todo con la señorita Sandra —dije y la sonrisa de Lisa se hizo más amplia… y se volvió un tanto pícara.

—Por supuesto, señor González, lo comprendo —musitó y se puso de pie—. ¿Sabe una cosa? Me llegaré a personal ahora mismo… y dejaré la puerta cerrada.

—Bien, señorita Lisa, veo que está mejorando —manifesté cuando Lisa caminó hacia la puerta, mirando el vaivén de sus frondosas caderas.

—La evolución, señor González, la evolución —dijo Lisa y se rió; luego, salió por la puerta y me dispuse a volver a mi oficina.

Sandrita dio un saltito en su butaca cuando entré de improviso en la oficina, y se apresuró a cerrar su bolso y a erguirse. Por lo visto había cogido una goma de mascar pues olía a menta y se dedicó a masticar luego de sonreírme. De nuevo me siguió con la vista cuando caminé a mi puesto, como había hecho cuando había salido. Me senté ante mi buró y posé mis ojos en ella con deleite. Tenía las piernas cruzadas y en esa pose podía verle uno de sus gruesos muslos depilados hasta donde la faldita amarilla lo ocultaba, o sea, casi hasta la ingle. Esa vista incitó mis instintos "paternales" y me dio deseos de cargarla, y eso debió reflejarse en mi rostro de algún modo, porque mi mirada pareció ponerla nerviosa y la hizo descruzar y volver a cruzar las piernas a la vez que halaba la tela de la falda con una mano, con lo que me dio otra muestra de su felpudo de concurso.

—Y… ¿va a contratarme? —dijo como para decir algo cuando me sonreí de sus esfuerzos inútiles por cubrirse, y me lanzó un par de miradas tímidas.

—Dentro de unos pocos minutos lo sabrá, sólo faltan algunas pruebas —musité y la vi parpadear repetidamente.

—¿De verdad? Pero pensé que se trataba de firmar unos papeles.

—Eso… entre otras cosas —dije poniéndome de pie para ir a donde estaba sentada.

La muchacha se puso tensa cuando me incliné sobre ella. Pero se tranquilizó un poco cuando cogí su bolso de su regazo, para ponerlo en la butaca a su lado, y le ofrecí una mano al erguirme.

—Vamos hasta mi sofá —dije viendo que titubeaba—, así estaremos más cerca y no tendré que hablar tan alto.

Sandra me miró por un momento, levantando la vista, y luego volteó para ver mi sofá. El mueble estaba colocado en un costado de mi oficina, aparcado entre un par de macetas con frondosas plantas ornamentales. Eso pareció darle un poco de confianza y levantó una mano lentamente para ponerla sobre la mía.

—Y… esas pruebas… ¿son difíciles? —preguntó cuando comenzamos a movernos; su cabeza subía y bajaba como si montara a caballo y su cadera me golpeó varias veces cual si perdiera el equilibrio.

—No, nada que una chica no sepa hacer por lo común —dije, la hice sentarse, y la miré por un momento. Ella, por su parte, me lanzó miraditas tímidas desde abajo—. Pero primero me gustaría ver otra vez ese gesto que hizo hace unos instantes, si es posible, claro —musité a la vez que me sentaba y me miró como si no me hubiera entendido; sus pestañas barrieron el aire por varias veces de nuevo.

Esta vez no había cruzado las piernas, sino que las mantenía unidas con fuerza; sus muslos se veían tan hermosos. Mi mano se posó en el izquierdo, que quedaba para mi lado, y ella la miró con la respiración de pronto agitada y la mandíbula moviéndose un poco más rápidamente. La fui subiendo de a poco, acariciando con cariño la suave piel de ese color canela tan hermoso. Pero no pude llegar hasta su felpudo como pensaba, porque cruzó, descruzó, y volvió a cruzar las piernas.

—¿Cuál? —preguntó por fin con el rostro colorado y me miró como si se disculpara.

—El gesto con la lengua, ya sabe —susurré.

—Ay —susurró ella mirando a todos lados, como si no supiera en donde posar la vista, y luego me lanzó miradas tímidas—. Es que eso… sólo lo hago sin darme cuenta, ¿sabe?, cuando estoy… nerviosa y eso —sollozó retorciéndose las manos, y me miró a los ojos, de nuevo como si me pidiera disculpas—. Mi lengua es tan horrorosa —dijo y volvió a mirar mi mano, que otra vez acariciaba su muslo.

—¿Por qué dice eso? A mí me parece hermosa —susurré y la besé en el cuello.

Me miró azorada cuando me separé un poco, como si no pudiera creer lo que le hacía, y sus ojos pardos se pusieron más redondos cuando cogí una de sus manos y la llevé a mi bragueta, en donde todo se iba poniendo como debía en su compañía.

—Tócame ahí un poco, anda… y enséñame la lengua —pedí tuteándola; con lo que íbamos a hacer no valía la pena seguir tratándola como hasta ese instante.

Sandra dio un respingo cuando sintió con su mano como estaba, y posó sus ojos en mi bragueta como si recién descubriera que esta existía. El rostro se le puso más colorado, como si de pronto se diera cuenta de que iba a comprobar su valía en ese sofá, y sentí como apretaba el puño, como si se ahogara en un océano y mi dureza fuera el único punto al cual sujetarse para salvar la vida. Era evidente que la situación en la que estaba la ponía nerviosa, y lo supe porque la vi tragar en seco, mirarme con ojos desorbitados, y sacar su extensa lengua cónica como le pedía. La lengua parecía una culebra que sale de su oscura cueva por un momento, y volví a mirarla con la boca abierta. Por desgracia, la disposición de la muchacha no duró mucho esa vez tampoco, y la culebra se volvió a ocultar en lo oscuro a la velocidad de un relámpago después de dar unos golpecitos en la punta de la respingona naricita. La mano, por su lado, tampoco permaneció en su puesto, y se fue de mi bragueta para ir a coger el cuello, como si de pronto su propietaria se hubiera percatado de que su collar más preciado se había extraviado.

—Ves que no era tan difícil —dije cuando pude recuperarme y volví a besarla en el cuello.

Sandra me miró a los ojos, soltó su cuello como si sólo entonces se percatara de lo que hacía, y pestañeó varias veces antes de llevar las manos a su regazo con la vista posada en el cuadro de la pared que teníamos delante, del otro lado del recinto. Pero volvió a mirar de reojo la región de mi bragueta cuando se escuchó el sonido del zíper que deslizaba con mi mano, y su boca se abrió cuando le mostré a mi vez lo mío.

—Ay, señor González… del susto me tragué mi chicle —susurró cuando volví a coger su mano para llevarla a donde se había escapado, y se tocó el cuello otra vez con la otra. Eso me dio un poco de gracia y me reí, sin embargo, no me detuvo, y la hice recostarse sobre mi cuerpo rodeándola con mi brazo derecho, mientras mi mano se apoderaba de su orondo trasero—. Y… ¿no podríamos firmar primero todo eso del contrato? —musitó en cuanto la miré, con su rostro casi pegado al mío, y sentí como me apretaba con vehemencia.

—¿Por qué? ¿Es que crees que no voy a contratarte luego de tenerte? Esto es lo que se hace por lo común, para saber si las chicas saben comportarse con los hombres.

—No, no es eso —susurró haciendo pucheros, y como para demostrar que estaba dispuesta me sobó a la vez que me miraba de tanto en tanto—. Es que… no sé cómo decirlo —titubeó—. Tengo la menstruación y así no va a poder ser en este momento.

—¡Oh no! —dije desencantado; y con los grandes deseos que tenía de disfrutar de la imponente tajada de esa muchacha.

Por otro lado, la revelación me hizo pensar que toda mi impresión podría deberse a que estuviera usando una compresa en lugar de un tampón, más común en las chicas modernas. Eso estaba raro pues sabía que llevaba un tanga y con eso la compresa se le notaría, aun si fuera un bordecito. Pero igual me sentí desmotivado, y me pregunté se había hecho bien en despedir a Estela tan deprisa.

Mi desencanto debió reflejarse en mi semblante, porque Sandra se apresuró a darme esperanzas, y se comportó de un modo más desenvuelto conmigo, acariciando con su mano libre mi pecho como si me compusiera las solapas de mi saco.

—Pero no se preocupe, puedo hacer otro mandado… y así comprueba lo bien que sé hacerlo —dijo y volvió a descender su vista a medida que se relamía sin pena esta vez de mostrar al menos un pedazo de su lengua—. Es un hombre tan grandote —susurró como hacen las chicas para halagar a los tontos y se mordió los labios con expresión golosa en su rostro.

Era como si me hubieran cambiado la muchacha, y la miré asombrado. Una vez más me pareció increíble que todo eso viviera en su boca, que a pesar de ser grande no lo parecía tanto, y que no se le notara cuando hablaba. Había conocido antes a chicas con menos lengua que parecían estar atoradas todo el tiempo. Mi cuerpo reaccionó otra vez lleno de deseos con la mano de Sandra subiendo y bajando suavemente, y la muchacha se rió y la meneó con más fuerza. De cualquier manera, la nueva versión de la chica parecía más atractiva y se me ocurrió una idea viéndola tan desinhibida.

—¿Y por detrás? —pregunté—. Tienes un trasero de princesa.

La chica se puso pálida, y pareció volver a su timidez de costumbre. Me miró por un par de veces como si hubiera perdido el habla, con una ceja enarcada.

—Ay, eso… —musitó por fin, moviendo la cabeza como si negara, y me soltó—. Eso me da tanta pena.

—¿Por qué? A tu edad, y con el trasero que tienes, deben habértelo partido hace un buen tiempo —dije para convencerla y se lo amasé. Estaba casi encima de mí y se sentaba sobre una nalga, con uno de sus pechos pegado a mi cuerpo. Por eso pude cogérselo a mis anchas, metiendo mi mano por debajo de su faldita—. Y además, debes estar preparada, porque van a ser muchos los que van a solicitarte para eso en cuanto vean una foto en la que estés de perfil o un poco de espaldas.

Los labios pintados de Sandra parecieron sonreírse levemente por un instante.

—Sí, lo sé —declaró y me miró a los ojos—. Pero… si fuera posible otro día… se lo agradecería mucho —susurró suplicante—. Me gustaría… sí, me gustaría que todo estuviera en orden primero.

—Bueno, está bien —manifesté luego de pensarlo un poco y se puso contenta. No entendía la causa de tanto misterio, no obstante, no era tampoco la única chica que se ponía rara durante su período; y de todas formas iba a tenerla a mano en la agencia—. Pero a cambio debes hacer algo.

—¿Qué? —preguntó y se rió, como si mi mano hurgando en su cálido trasero le provocara cosquillas.

—Quiero que te metas la punta de la lengua en una de tus fosas nasales, como si hurgaras en ella con un dedo —pedí para ver qué hacía y sus ojos se redondearon—. Debes estar preparada para todo, ¿sabes? El mundo es grande y vas a encontrarte a muchos tipos raros por la calle —insistí viendo su mirada de asombro.

—¡Ay, señor González, se le ocurren unas ideas! —exclamó pasado un instante.

—Eso no tiene nada de malo, y sirve para comprobar tu nivel de solicitud —dije con deseos de ver su lengua en acción en una tarea imposible para las otras y me miró de reojo—. Por otro lado, seguro lo has hecho otras veces, dada la capacidad que tienes.

—Bu… bueno… cuando era… niña lo hacía… sin darme cuenta, claro —tartamudeó.

—Pues prueba a ver si todavía puedes, con el tiempo las cosas cambian.

—Pero… ¿y eso no le parece… cochino? —dijo enarcando una ceja, y con expresión preocupada.

—Mi niña, cuando estés con los clientes te pedirán cosas más cochinas —dije y me miró con interés—. Pero, por supuesto, no debes hacer nada con lo que no estés de acuerdo, puedes negarte si eso te da asco.

Sandra se sonrió levemente y me miró decidida, como mismo había hecho hacía un rato. De nuevo pareció otra persona, algo así como más abierta de mente.

—Está bien… sólo un momento y pasamos a firmar el contrato, ¿sí? —musitó y asentí con la cabeza sin dejar de mirarla, por lo que noté que sus ojos lanzaban miradas a lo que había soltado en mi bragueta—. Ummm, a menos que desee que me coma su… chambelona antes —dijo y se mordió los labios con sus ojos en los míos.

—Eso es seguro, princesa —dije—. Pero primero muéstrame tus habilidades con la lengua en tu naricita —ordené y se la pellizqué, cogiéndosela entre dos de mis dedos.

—Ummm —susurró Sandra y se rió; después me miró dispuesta.

La punta de la lengua se asomó por la boca un poco y la muchacha volvió a sonreírse como si no pudiera evitarlo. Por un momento se la pasó por los labios, como si los sintiera resecos, con su rostro pensativo y la mirada sobre la alfombra.

—Me pide cada cosa, señor González —musitó cuando me miró a los ojos.

Entonces lo hizo, desplegó la larga lengua como una serpiente, se palpó con ella la nariz, y metió la punta por uno de los agujeritos para hurgar como si fuera con un dedo.

—Ummm, está salado —creí oírla mascullar, sin que casi se le entendiera nada por lo que hacía al mismo tiempo, y noté por su mirada que someterse a mis deseos la excitaba, pues los ojos se le estaban poniendo húmedos y entreverados.

Eso me convenció de que la chica era una mina de oro, y no sólo podía servirles a los clientes masculinos, a los que les encantaría estar envueltos por ese largo y habilidoso apéndice, y disfrutar del lameteo. La agencia recibía de cuando en cuando pedidos de ciertas mujeres a las que, sin duda alguna, les gustaría también sentir esa culebra hurgando en sus rincones. Estaba más que seguro de que, luego de entrenarla un poco, no sería nada complicado para mí convencer a Sandra para que bebiera directo de la fuente. Hasta por un momento me pasó por la cabeza llamar a Lisa a personal, para hacer la prueba, y miré el teléfono en mi escritorio. Pero en lugar de eso no pude resistirme más y cogí a la chica para amasarla.

Sandra soltó un gritito de sorpresa cuando mis dedos se enterraron en su carne, y gimió cuando mis manos la elevaron. Era grande y nada ligera, tenía buenas masas, mas no era robusta si se la comparaba conmigo, que seguía en forma a mis cuarenta porque iba al gimnasio regularmente a hacer pesas y corría para no aumentar mucho de peso. La situé encima de mi cuerpo y me miró con los ojos azorados, volviendo la cabeza, cuando sintió como palpitaba entre sus nalgas. Estaba de espaldas a mí, mas un poco de costado, así que pude verle su rostro. De todas formas, no se debatió, sólo siguió sollozando como una niña castigada, o más bien como una perrita, mientras le metía mano por todos lados. Tenía unas tetas tan grandes y esponjosas, y ese trasero tan caliente, que era como cargar un horno. Las grandes nalgas me envolvían como para darme la bienvenida con alegría inusitada.

—Sandrita… es inútil, no puedo controlarme —susurré en un oído de la muchacha a la vez que mis manos subían por la cara interior de sus muslos.

—Ay, señor González… y con eso que usted se manda —susurró Sandra, y miró a todos lados como si no supiera en dónde meterse.

Tenía los muslos bien apretados el uno contra el otro y eso dificultaba entrarle. Por eso lo único que no había podido tocarle era su centro de masas. De todas maneras, cuando le besé la comisura de sus labios no se resistió para nada. Ella misma se dio un poco la vuelta, me pasó un brazo por los hombros, y sentí su larga lengua en mi boca. Era buena besando la condenada, eso no podía negarlo, y la envolví con fuerza. La oficina se llenó en un momento con el sonido de succión de nuestros labios.

En eso estuvimos durante un instante. Estaba deseoso de sobarle el felpudo, aun si fuera sólo para comprobar si era como imaginaba, y no demoré en volver a intentarlo. Eso sí la hizo resistirse un poco; pensé que era natural en su estado que se sintiera con pena, y que debía insistir para que viera que no me importaba. La chica estaba realmente renuente, mas igual no era tan fuerte para oponerse a mis deseos casi incontrolables; ni yo mismo podría haberlo hecho si lo hubiera deseado.

—No, señor González, eso de ahí no —susurró Sandra entre besos, sabiéndose casi vencida.

Mi mano no tardó mucho más en escabullirse por entre sus muslos, casi a la altura de las ingles, y se la metí del todo en la entrepierna. Fue en ese preciso instante cuando comprendí la renuencia de Sandra en comportarse conmigo como una muchacha de la agencia, y a abrirse de piernas como se esperaba, y me sentí dominado por la ira; porque no demoré en descubrir que mi candidata favorita había estado ocultándome otra sorpresa, y que esa situación de verdad la tenía completamente excitada, si es que podía decirlo de esa manera. ¿Es que ese muchachito pervertido pensaba que era un mentecato, y que podría salirse con la suya así, tan fácilmente? Y no es que fuera un hombre de esos cerrados, ni un retrógrado, no. Pero venir así a mi oficina, a engañarme alevosamente en mis propias narices.

—¡Qué es esto! —grité jadeante.

Por un instante nos miramos a los ojos. El chico lindo se mostró asustado y su rostro se puso tan blanco como si estuviera a punto de morirse; luego, sus labios sonrieron levemente, y me miró de reojo, como lo haría un niño travieso sorprendido por su madre haciendo algo incorrecto. Eso hizo que estallara. Me paré como un volcán en erupción y Sandra, o Sandro, como sea que se llamara realmente, rodó por el suelo y me miró desde abajo. Por suerte pude controlarme a tiempo y no le fui arriba, o lo hubiera matado a patadas. En lugar de eso lo miré amenazante, me compuse mi ropa, y por último le señalé la puerta sin decirle una palabra. Estaba tan lleno de asco que hice eso y me metí dentro de mi baño privado en vez de sacarlo, para lavarme la boca, echarme agua fría en la cara, y por lo menos tratar de calmarme un poco. El mensaje era claro para el chico, era su única oportunidad para escaparse ileso y esperé que la aprovechara; porque si lo encontraba en mi oficina cuando saliera del baño sí que no podría responder de mis actos.

Estuve un buen rato en el baño; luego de lavarme los dientes en el lavamanos, y de refrescarme con mucha agua fría en la cabeza, me peiné y me senté en la tapa del inodoro a fumarme un cigarro. Me pregunté cómo se le había ocurrido a ese tipo eso de hacer lo que había hecho. Era imposible que estuviera tan necesitado como para arriesgarse de ese modo sabiendo que iba a descubrirlo más tarde o más temprano. ¿Sería cierta por lo menos la historia del supuesto hermano? Me puse a rememorar nuestros encuentros, y de verdad los ojos le brillaban llenos de ternura cuando su boca mencionaba al muchachito de quien debía encargarse debido a la enfermedad de su madre. Ese ejercicio me hizo calmarme más que el cigarro y el agua y pensé en que podría haberle indicado como resolver su problemita. En mi agencia no se daban esos servicios, pero conocía a uno que otro que sí los brindaba, y si el muchacho se hubiera presentado ante mí honestamente se lo hubiera enviado a uno de ellos. El mundo es lo bastante grande, por lo menos en este caso, y los segmentos de mercado de nuestras agencias no se solapaban nunca de modo significativo, así que no tenía que temer por la competencia de una lengua tan bien hecha y entrenada.

"En fin, a estas alturas no hay remedio", pensé despachurrando el cigarro en el piso del baño y lo lancé a la basura.

De nuevo estaba listo para proseguir con mi trabajo normal de cada día, como si nada hubiera pasado. Todos los negocios tienen riesgos y en el mío también los había. Pero cuando salí del baño escuché unos sollozos y sentí que la sangre subía a mi cabeza y se me teñía la vista de escarlata.

—¡Pero... será descarado! —exclamé sin poder controlarme, y me lancé al lugar de donde parecían venir los sonidos lastimeros.

El muchacho estaba acostado sobre un brazo en el sofá, acurrucado y con el rostro mirando el respaldo, y por lo visto lloraba desconsoladamente. En esa pose mostraba sus increíbles curvas, y más porque el corto vestido amarillo tenía la faldita levantada como si ya nada importara. El zapatito de su pie derecho tenía el tacón desprendido y sólo entonces comprendí que lo había lanzado con fuerza a la alfombra. Esa vista me dio lástima, y comencé a sentirme como si yo fuera el verdadero canalla. Por otra parte, se veía tan atractivo como una chica verdadera y tengo el corazón blando con las nenas. Ese era uno de mis problemas, y por eso todas esas diablas con rostros de ángel se aprovechaban. De pronto me sorprendí pensando en si sus grandes tetas serían auténticas y me removí en el mismo sitio sin decidirme a ir a su lado o a volver al baño hasta que se calmara. Era indudable que debía estar hormonado para poseer esas caderas tan robustas, y sus rebosantes nalgas. Por fin de mi boca se escapó un resoplido que hizo que la espalda del muchacho se estremeciera, y caminé a su lado.

El chico dio un saltito encima del sofá cuando me senté del lado en que estaban sus piernas y le pasé una mano por una cadera para calmarlo. En la oficina se hizo de pronto el silencio cuando sus sollozos terminaron, y el leve sonido del sistema de climatización pareció crecer a ojos vista.

—Vamos, vamos, no es para tanto —susurré lo mejor que pude, sintiendo otra vez la suavidad de la cálida piel canela, y vi como levantaba la cabeza para mirarme.

—Ay, señor González… no me eche —musitó entre sollozos—. No era mi intención engañarlo. La idea fue de una amiga… y es la última oportunidad que tengo.

Me pareció de verdad desesperado; movía la cabeza a los lados sin detenerse, como si bailara con ella al ritmo de una música oriental inexistente, y su barbilla temblaba. Las mejillas las tenía bañadas en lágrimas y eso le había arruinado el maquillaje. El estado del muchacho me hizo conmoverme más, y le pasé la mano por su cabello un poco grueso, como la crin de un caballo.

—Pero bueno, ¿y eso por qué? —dije con voz paternal—. En esta ciudad puedes conseguir otros trabajos que no sean sexuales, y además, sé de una agencia…

—No, no, no tengo calificación… y el salario no será suficiente… así no se va a poder y… y… mi hermanito —tartamudeó y se echó a llorar de nuevo—. En esa agencia que dice no me iban a pagar tanto, y es la única para la gente… de mi categoría. Por eso se aprovechan, porque existe tanta competencia en estos días.

—Ummm —musité y miré el orondo trasero que tenía a mi lado. Me daba tanta lástima ahora el no poder contratar a ese muchachito que mi cabreo de hace un momento me pareció ridículo. Esa vista, y el contacto con la piel de tono pálido propia de las zonas del cuerpo que no ven mucho la luz del sol, me comenzó a excitar de nuevo, pues, viéndolo así, con esas nalgas tan rotundas, no parecía otra cosa que una hermosa hembra bien proporcionada. Eso confundía mis pensamientos de una manera nunca vista—. El problema es que, ¿sabes?, en nuestra agencia no está permitido emplear a chicos, aun si son lindos como tú.

El muchacho me miró, no sé si por mis palabras o por como mi mano acariciaba sus carnes. Era inútil, no podía controlarme. Por un momento sus ojos pardos se posaron en la mano que le hacía caricias y en mis ojos alternativamente. Después se limpió las lágrimas del rostro con el dorso de una mano, se sorbió los mocos, y se incorporó para sentarse a mi lado.

—Haré todo lo necesario si me emplea —susurró insinuante cuando notó como se había puesto mi bragueta, y me cogió una mano para besarla. Pude ver como sus ojos pardos volvían a pasear de un sitio a otro cuando la llevó a su cara para restregar en ella uno de sus cachetes; esta vez de mis ojos a mi bulto y de vuelta. La punta de la lengua también salió y dio un par de golpes en su naricita, lo que me hizo saber que estaba nervioso—. Tengo cierta experiencia y… puedo —musitó a la vez que sus manos corrían el zíper de mis pantalones y su cabeza descendía.

Por un momento estuve como petrificado, se sentía tan bien como nada que hubiera probado. Mi mano se posó en la cabeza saltarina, y mis dedos se enredaron en el cabello negro. El sonido de la lengua se extendió por la oficina, sobresaliendo por sobre el zumbido de costumbre.

—Dime, Sandrita —musité para hacerle una pregunta; se me había ocurrido una idea viendo lo bien que sabía utilizar sus recursos. El muchacho detuvo el vaivén de su cabeza y levantó la vista para mirarme de una manera que sentí que iba a correrme. Por otra parte, su lengua no se detuvo, sino que se esmeró más, y no pude evitar darle mi ofrenda en la cara antes de poder continuar hablando—. ¿Por casualidad sabes usar una computadora? —pregunté cuando pude, con la voz ronca, mirando como tragaba y se relamía, y recogía los restos con su extensa lengua para llevarlos a la boca.

El chico se limpió sus carnosos labios con el dorso de una mano, se incorporó en el sofá, y vi como se sonreía y me miraba de reojo.

—Sí, eso también sé hacerlo —declaró con seguridad y se rió cuando lo cargué sobre mi cuerpo de costado y le sobé sus grandes posaderas.

—Entonces estás contratado, con Lisa no es suficiente para todas las tareas… y ella no tiene una lengua tan habilidosa.

El muchacho se rió alborozado y hasta se atrevió a darme besos por toda la cara.

—Ay, muchas gracias, señor González —musitó con el rostro colorado—. Y disculpe, pero, es que me da una alegría.

—Bien, bien… sólo no creas que esto es un paseíto, porque, aunque no ves actividad ahora, esto se va a poner bueno —dije para que supiera que en la agencia habían períodos de bastante papeleo, con muchas chicas entrando y saliendo y un montón de fiestas que organizar para ciertos empresarios—. Es un trabajo duro en ocasiones, y conlleva muchas horas nalga y sacrificios —insistí para darle una mejor idea, dado se había puesto a mirarme de tanto en tanto con una sonrisita de sorna.

El muchacho debió malinterpretar mis palabras, porque me miró de reojo, paró bien las posaderas, me lanzó un par de miradas pícaras más, y soltó una risita.

—Estoy lista para lo que venga, señor González —susurró solícito, con una voz dulce como la miel, y volvió a mirarme con evidente sorna—. Y ahora que conoce el secreto, no existe impedimento para eso —musitó acariciando mi pecho con los movimientos delicados y gráciles de una mano—. En fin, en cuanto la… cosa empiece a ponerse buena, se lo puedo demostrar como le gusta —volvió a decir indicando hacia abajo con sus ojos y gestos.

En resumen, eso terminó de convencerme de que era un muchachito obediente, y tan dispuesto a complacer, y como era de esperarse, no pude resistirme a la oferta.

"De todas maneras, a pesar de no ser una chica completa, es linda, y puede hacerse pasar bastante bien por una", pensé envolviéndolo en mis brazos, y lo besé en la boca dominado por los nuevos deseos, para disfrutar de su increíble lengua.

El siglo XIX estaba bastante lejos, después de todo, y, por otra parte, ¿existe algo perfecto en el mundo?
 
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