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Hoy quiero compartir una observación seria que me ha inquietado profundamente, así que dejaré de lado el humor negro por un momento y me adentraré en un tema que nos concierne a todos. Las vacaciones de este año han sido diferentes para muchos infantes en Cuba, y me surge una pregunta inquietante: ¿es posible que los niños cubanos hayan dejado de lado el juego y la diversión para verse obligados a trabajar?
Vivimos en un contexto donde los descrebajamientos sociales son evidentes, y los niños de familias con escasos recursos económicos no tienen otra opción que salir a buscar limosna o vender lo que pueden. Permítanme compartir un ejemplo personal: a principios de agosto, mientras disfrutaba de una michelada en plena tarde, se me acercó una pareja de hermanitos. "Padrino, ¿me puedes comprar unas velas?", me preguntaron. Me quedé paralizado al ver la ternura de la pequeña, a la vez que noté su aspecto descuidado. Le pregunté si sus padres sabían que estaba haciendo eso, y con una madurez que sorprendió mi corazón, me contestó que sí, y que no tenían más opción que conseguir dinero.
Ella había pasado al cuarto grado, y en ese momento no pude evitar pensar en mi propia hermana menor. "Lo siento, niña, no puedo comprarte una vela, pero con gusto te regalo un refresco", le respondí. En ese instante, ni me costó aceptar que el precio del refresco, 200 CUP, era una cantidad que se me antojaba exorbitante, considerando las circunstancias.
Este no es un caso aislado; se presentan situaciones similares constantemente. Entonces, ¿qué está pasando en Cuba con su infancia? ¿Es posible que las familias de bajos recursos se encuentren en una situación tan desesperada? ¿Estamos frente a un caso de irresponsabilidad o, más bien, a una manipulación por parte de los padres que ven en la explotación de sus hijos una salida a su miseria?
La pregunta que deberíamos hacernos no solo gira en torno a la responsabilidad de los padres, sino también sobre el papel del gobierno y la sociedad en su conjunto. ¿Qué medidas se están tomando para asegurar que cada niño tenga el derecho a jugar y a disfrutar de su niñez? Amar a nuestros niños significa proporcionarles un futuro mejor, libre de las ataduras de la pobreza y la explotación.
Vivimos en un contexto donde los descrebajamientos sociales son evidentes, y los niños de familias con escasos recursos económicos no tienen otra opción que salir a buscar limosna o vender lo que pueden. Permítanme compartir un ejemplo personal: a principios de agosto, mientras disfrutaba de una michelada en plena tarde, se me acercó una pareja de hermanitos. "Padrino, ¿me puedes comprar unas velas?", me preguntaron. Me quedé paralizado al ver la ternura de la pequeña, a la vez que noté su aspecto descuidado. Le pregunté si sus padres sabían que estaba haciendo eso, y con una madurez que sorprendió mi corazón, me contestó que sí, y que no tenían más opción que conseguir dinero.
Ella había pasado al cuarto grado, y en ese momento no pude evitar pensar en mi propia hermana menor. "Lo siento, niña, no puedo comprarte una vela, pero con gusto te regalo un refresco", le respondí. En ese instante, ni me costó aceptar que el precio del refresco, 200 CUP, era una cantidad que se me antojaba exorbitante, considerando las circunstancias.
Este no es un caso aislado; se presentan situaciones similares constantemente. Entonces, ¿qué está pasando en Cuba con su infancia? ¿Es posible que las familias de bajos recursos se encuentren en una situación tan desesperada? ¿Estamos frente a un caso de irresponsabilidad o, más bien, a una manipulación por parte de los padres que ven en la explotación de sus hijos una salida a su miseria?
La pregunta que deberíamos hacernos no solo gira en torno a la responsabilidad de los padres, sino también sobre el papel del gobierno y la sociedad en su conjunto. ¿Qué medidas se están tomando para asegurar que cada niño tenga el derecho a jugar y a disfrutar de su niñez? Amar a nuestros niños significa proporcionarles un futuro mejor, libre de las ataduras de la pobreza y la explotación.