T
Tostoncito Ricote
Invitado
La globalización como un elemento inherente a la cultura, cuando de debates contemporáneos se trata, debe plantearse de tal modo que la cultura sea también inherente a la globalización; lo que supone un análisis real de los sujetos en su contexto, permitiendo así un punto de vista más objetivo a través de la correcta definición de ambos conceptos. ¿Por qué razón tanta interdependencia debe caracterizar el debate? Se debe sobre todo a las circunstancias comunicacionales de un entorno en el que todo está conectado, por medio de avances tecnológicos que se reflejan en una elevada interacción social a nivel mundano, permitiendo la evolución de las identidades culturales de las naciones y localidades hacia un espectro global.
Por tanto, si leemos el artículo «Globalización y cultura», escrito por Gilberto Giménez, hallamos en principio un discurso seguro y adecuado al contexto tanto de la contemporaneidad como de la comunicación social; pues define correctamente las paradojas de la comercialización de la cultura y el reforzamiento cultural de las identidades a través de la obtención de características propias de otras naciones o identidades culturales. Dicho de otro modo, ajusta los conceptos a la interdependencia objetiva a través de la definición más válida de qué es cultura y qué es globalización.
El desarrollo inmediato de las consideraciones más importantes sobre lo local y lo global tienen una introducción imprescindible que trata el origen de la cultura comercial que se difunde con mayor rapidez actualmente y de la cultura particular que poseemos todos dado nuestro entorno social más cercano y directo. La ubicación del discurso es tan justa como necesaria pues permite comprender en qué aspectos de la generación identitaria pueden intervenir los efectos de la globalización. ¿Son tales efectos acaso un depredador? Giménez ofrece elementos que responden con negación a la interrogante. Pensemos por un momento en dos sujetos: un inmigrante religioso y un político nacionalista. Aunque el primero se adapte al nuevo entorno y adquiera el disfrute por la mercadotecnia, regresará a sus rezos; mientras que el segundo a pesar de sus ideales, necesita de la relación internacional con otras culturas y se alimentará políticamente de estas. No son eventos recientes, la historia se enriquece de estos acontecimientos. Sin embargo, ocurre que en la industria cultural contemporánea las particularidades de la localidad, digamos la religión poco conocida en un país como ejemplo, no es de interés y poco a poco tiende al olvido de los nacionalistas. Pero ahí está la fuerza de la localidad que se expresa en el artículo de Gilberto Giménez como una resistencia, y así ha sido históricamente, dando como resultado, si mantenemos el ejemplo, diversas construcciones religiosas de carácter pequeño como propiedad identitaria de familias de origen extranjero en un país determinado. Mas, el autor menciona correctamente que no todo elemento se comporta de igual modo en cualquier contexto, pues los estudios comunicacionales han demostrado que un producto tiene más éxito en otro país que en otro de formas que pudiéramos consolidar insólitas y dan como resultado grupos musicales de localidades latinas con éxito en países asiáticos.
Llegando ya a sus conclusiones, el autor responde a la pregunta más significativa del artículo: qué es la cultura global. Aquí ocurre algo muy curioso que me resulta hasta cierto punto indeterminado. Pues Giménez hace ver las emociones morales como vías para consolidar una identidad global. Es cierto que las masas, unidas por un principio común de justicia o internacionalidad, desarrollan objetivos y características comunes que las aproximan hacia la globalización, pero no debe profundizarse tanto en el sujeto sin recordar al objeto; es decir, que dos sujetos sean conscientes de una unidad ideal no los separa de sus objetos culturales que forman parte de su identidad. Sin embargo, pronto vuelve a los planteamientos más sólidos a nivel comunicativo y se hace esta misma crítica. Aunque la elabora de tal modo que luego plantea lo contrario, primando al objeto sobre el sujeto, pero vuelve a ser crítico con lo expuesto. La pregunta halla más respuestas sobre qué no define a una identidad global que acerca de lo que la define.
Sin embargo, no es esto un fracaso del artículo. Tal vez fracase en una repuesta a la interrogante, pero la finalidad de «Globalización y cultura» se percibe en la incapacidad de definir una identidad global, pues es esta la principal razón por la que Gilberto Giménez puede afirmar que las culturas locales prevalecen y la globalización, considerada como la emersión de una identidad global, es más que nada un punto de vista ilusorio. Ambos conceptos se relacionan y dependen uno de otro, pues en las diferencias encontradas durante los procesos de globalización es que nace la cultura.
Por tanto, si leemos el artículo «Globalización y cultura», escrito por Gilberto Giménez, hallamos en principio un discurso seguro y adecuado al contexto tanto de la contemporaneidad como de la comunicación social; pues define correctamente las paradojas de la comercialización de la cultura y el reforzamiento cultural de las identidades a través de la obtención de características propias de otras naciones o identidades culturales. Dicho de otro modo, ajusta los conceptos a la interdependencia objetiva a través de la definición más válida de qué es cultura y qué es globalización.
El desarrollo inmediato de las consideraciones más importantes sobre lo local y lo global tienen una introducción imprescindible que trata el origen de la cultura comercial que se difunde con mayor rapidez actualmente y de la cultura particular que poseemos todos dado nuestro entorno social más cercano y directo. La ubicación del discurso es tan justa como necesaria pues permite comprender en qué aspectos de la generación identitaria pueden intervenir los efectos de la globalización. ¿Son tales efectos acaso un depredador? Giménez ofrece elementos que responden con negación a la interrogante. Pensemos por un momento en dos sujetos: un inmigrante religioso y un político nacionalista. Aunque el primero se adapte al nuevo entorno y adquiera el disfrute por la mercadotecnia, regresará a sus rezos; mientras que el segundo a pesar de sus ideales, necesita de la relación internacional con otras culturas y se alimentará políticamente de estas. No son eventos recientes, la historia se enriquece de estos acontecimientos. Sin embargo, ocurre que en la industria cultural contemporánea las particularidades de la localidad, digamos la religión poco conocida en un país como ejemplo, no es de interés y poco a poco tiende al olvido de los nacionalistas. Pero ahí está la fuerza de la localidad que se expresa en el artículo de Gilberto Giménez como una resistencia, y así ha sido históricamente, dando como resultado, si mantenemos el ejemplo, diversas construcciones religiosas de carácter pequeño como propiedad identitaria de familias de origen extranjero en un país determinado. Mas, el autor menciona correctamente que no todo elemento se comporta de igual modo en cualquier contexto, pues los estudios comunicacionales han demostrado que un producto tiene más éxito en otro país que en otro de formas que pudiéramos consolidar insólitas y dan como resultado grupos musicales de localidades latinas con éxito en países asiáticos.
Llegando ya a sus conclusiones, el autor responde a la pregunta más significativa del artículo: qué es la cultura global. Aquí ocurre algo muy curioso que me resulta hasta cierto punto indeterminado. Pues Giménez hace ver las emociones morales como vías para consolidar una identidad global. Es cierto que las masas, unidas por un principio común de justicia o internacionalidad, desarrollan objetivos y características comunes que las aproximan hacia la globalización, pero no debe profundizarse tanto en el sujeto sin recordar al objeto; es decir, que dos sujetos sean conscientes de una unidad ideal no los separa de sus objetos culturales que forman parte de su identidad. Sin embargo, pronto vuelve a los planteamientos más sólidos a nivel comunicativo y se hace esta misma crítica. Aunque la elabora de tal modo que luego plantea lo contrario, primando al objeto sobre el sujeto, pero vuelve a ser crítico con lo expuesto. La pregunta halla más respuestas sobre qué no define a una identidad global que acerca de lo que la define.
Sin embargo, no es esto un fracaso del artículo. Tal vez fracase en una repuesta a la interrogante, pero la finalidad de «Globalización y cultura» se percibe en la incapacidad de definir una identidad global, pues es esta la principal razón por la que Gilberto Giménez puede afirmar que las culturas locales prevalecen y la globalización, considerada como la emersión de una identidad global, es más que nada un punto de vista ilusorio. Ambos conceptos se relacionan y dependen uno de otro, pues en las diferencias encontradas durante los procesos de globalización es que nace la cultura.