fijisublevao
Nivel 3
- 194
- 404
Cuando surge una pregunta
Hoy hace doscientos cuarenta días que llegué a este pedazo de selva. El monte es lindo. Y yo me pregunto por Dios. Simultáneamente, “¡hay dios mío que rico dios mío!” no sale de mi cabeza. La música es una cosa curiosa y eterna.
¿Dios existe o no? Recorrer el camino de la vida, con la divina pregunta, te muestra una cosa. El arte, la religión y la filosofía son estructuradoras de sentido, o lo que es lo mismo, son sentidos -a través de épocas- estructurados. Nos trasladan de animales a dioses. Manifiestan en el ser humano lo simbólico. Reencuentran al ámbito animal, costumbrista y reproductivo con su parte virtual, infinita, trascendente.
Cuando decimos que hay niveles, ¿a qué nos referimos? Imaginemos una laguna, un charquito o el océano, y para que suene más cool, pongámosle un nombre new age, algo como: “La Laguna de la Espiritualidad”.
Arribita todos flotan como pueden, se comunican entre ellos y ciertas estructuras de sentido común acuerdan por qué es mejor flotar de una manera y no de otra; donde se puede dar pie hay un lenguaje. La superficie es un espacio oxigenado para los movimientos artísticos, las religiones prescriptivas o las ideologías. No hay mayor defensor de todas estas superficialidades que quien tiene miedo a bajar al fondo. Hacer lo que se “debe” es superficial, aunque bien útil y necesario cuando existe un contrato social.
Tocar fondo, a lo Kalimba, implica experimentar de primera mano otros niveles. Bajar es un momento íntimo y se necesita valentía (alegría constante frente al peligro).
No hay fórmula más que experimentar. Hay quienes, incluso, regresan a la superficie y muestran un nuevo camino, espíritus de épocas encarnados (Lao Tse, Buda, Cristo). Irte por debajo/encima del nivel no es ser contracultural, underground, hereje o disidente, es simplemente emprender un viaje a lo desconocido.
Para escuchar lo inhóspito de la creación en esta maravillosa “Laguna de la Espiritualidad”, se precisa silencio y soledad, dejar de respirar para llegar al fondo. La diferencia entre un nivel y otro es que arriba está la poesía, abajo, los momentos poéticos. Lo misma lógica con las religiones.
La vida se compone de superficies y profundidades, no pasen por la vida sin saber que pasaron.
Dios es amor
Si Dios es eterno y es todo, ¿para qué inventar un humano qué después lo cree? Además, si ya es todo, ¿cómo va a crear algo?, ¿sería todo más uno? Me gusta la idea de que no sumó ni inventó, más bien se restó, entregó a su hijo que un día le reclamó: “padre, ¿por qué me has abandonado?”
Dios dejó un pedacito suyo en esta, nuestra experiencia finita. Se puede decir que nos dejó una cuerda atada al ombligo; así, podemos nadar por la laguna, el charco o el océano siempre seguros, no perdón, no es para nada una cuestión de seguridad, es de libertad. En fin, lo divino en nosotros es el amor.
El amor, fenoménicamente, aparece en tres caras distintas, para nada contradictorias:
El Eros, en primera instancia, es el deseo hacia el otro. Este es el movimiento libidinal por excelencia. Empezar por ahí es lo más fácil. Aunque uno no tenga claro el porqué, sabe el estómago cuando algo le cuadra. Ve hacia lo que te gusta, con quien te gusta, y se deduce la conclusión; ergo, palón divino.
La Philia comparte lo que tiene, practica el desinterés, pues entiende que no se puede retener el constante devenir. La Philia no encuentra un impulso, sino una paz en el otro, sabe que nada en este mundo está desconectado. La ecología muestra suficientes ejemplos, la energía de algo es directamente proporcional al servicio que preste al otro.
Luego está el Ágape, que luce como el amor de los santos, místicos o iluminados. En el Ágape las fronteras del yo se desdibujan para fundirse con la creación toda. El humano juega a ser Dios, se retrae de su totalidad para ser en lo otro, algo mucho más allá del bien y el mal, del ego, del tiempo o de la muerte.
El amor como cuerda atada al ombligo es la experiencia re-ligante por excelencia, la cuerda puede ser una jevita, Shakti, Wakonda o el poder de Dios. Para Platón era un daimon que mediaba entre lo divino y lo humano, un ser alado en frenesí.
Sócrates, en El Banquete, cuenta un mito sobre la naturaleza del amor. El amor nació el mismo día que los dioses celebraban el natalicio de Afrodita, por eso es su escudero. Embriagado Poros (el recurso), hijo de Metis (la prudencia), se quedó dormido en el jardín de Zeus. Fue violado por Penia (la pobreza) que andaba mendigando en el festín de los dioses. Por lo tanto, el amor nace de Poros y Penia, anda descalzo y carece de hogar materno. Puede florecer y reinventarse por la naturaleza de su padre, a ratos muere y sin pedir nada a cambio, manifiesta una energía creadora.
En mi experiencia no existe nada más religioso que el amor, Dios es amor: pasión, conexión, compasión.
No se olviden que esta es una columna sobre drogas
Cuando Platón se refería a las alas que daba el amor, no estaba hablando de Red Bull. Este hombre que prologó 21 siglos de cristianismo, hablaba de los misterios eleusinos, la fiesta religiosa por excelencia de la antigua Grecia durante casi 2000 años. En esta se usaba una bebida (kykeon) a base de cornezuelo de centeno, un veneno letal que disuelto en un líquido a base de menta, pierde letalidad y desprende un alcaloide activo como el que se encuentra en el LSD.
El kykeon es parte de una estructura junto a mitos y ritos que solo cobran sentido cuando se entrelazan entre sí, como la experiencia psicodélica solo se potencia cuando se observa desde el set-setting drug.
Los psicodélicos intencionados en un ambiente propicio te pueden presentar a Dios, es uno de los tantos caminos. En la Antigüedad le llamaban ritos de muerte-renacimiento. Como habíamos dicho, es de Dios dejar ir, retraerse para crear, desdibujar el ego. En un viaje las sensaciones corporales llegan a ser extracorpóreas. La conexión con la creación -con la vida toda- que propician estas imágenes provoca una fascinación ante lo sublime del estar aquí y ahora, una compasión hacia lo otro, hacia nosotros.
Una experiencia religiosa que en el fondo de la laguna explora las profundidades de la psique. Así, en silencio queda su esencia, contemplada por quienes aman.
Conclusiones
Este artículo es un ejercicio de integración a la superficie. Algo similar a la prédica viralizada en redes del sacerdote Jorge Luis Soto. Es una forma de integrar el amor, cada cual con lo suyo, en un ejercicio de libertad religiosa.
Y creo en el amor, creo en Dios y en las canciones de Enrique Iglesias.
Hoy hace doscientos cuarenta días que llegué a este pedazo de selva. El monte es lindo. Y yo me pregunto por Dios. Simultáneamente, “¡hay dios mío que rico dios mío!” no sale de mi cabeza. La música es una cosa curiosa y eterna.
¿Dios existe o no? Recorrer el camino de la vida, con la divina pregunta, te muestra una cosa. El arte, la religión y la filosofía son estructuradoras de sentido, o lo que es lo mismo, son sentidos -a través de épocas- estructurados. Nos trasladan de animales a dioses. Manifiestan en el ser humano lo simbólico. Reencuentran al ámbito animal, costumbrista y reproductivo con su parte virtual, infinita, trascendente.
Cuando decimos que hay niveles, ¿a qué nos referimos? Imaginemos una laguna, un charquito o el océano, y para que suene más cool, pongámosle un nombre new age, algo como: “La Laguna de la Espiritualidad”.
Arribita todos flotan como pueden, se comunican entre ellos y ciertas estructuras de sentido común acuerdan por qué es mejor flotar de una manera y no de otra; donde se puede dar pie hay un lenguaje. La superficie es un espacio oxigenado para los movimientos artísticos, las religiones prescriptivas o las ideologías. No hay mayor defensor de todas estas superficialidades que quien tiene miedo a bajar al fondo. Hacer lo que se “debe” es superficial, aunque bien útil y necesario cuando existe un contrato social.
Tocar fondo, a lo Kalimba, implica experimentar de primera mano otros niveles. Bajar es un momento íntimo y se necesita valentía (alegría constante frente al peligro).
No hay fórmula más que experimentar. Hay quienes, incluso, regresan a la superficie y muestran un nuevo camino, espíritus de épocas encarnados (Lao Tse, Buda, Cristo). Irte por debajo/encima del nivel no es ser contracultural, underground, hereje o disidente, es simplemente emprender un viaje a lo desconocido.
Para escuchar lo inhóspito de la creación en esta maravillosa “Laguna de la Espiritualidad”, se precisa silencio y soledad, dejar de respirar para llegar al fondo. La diferencia entre un nivel y otro es que arriba está la poesía, abajo, los momentos poéticos. Lo misma lógica con las religiones.
La vida se compone de superficies y profundidades, no pasen por la vida sin saber que pasaron.
Dios es amor
Si Dios es eterno y es todo, ¿para qué inventar un humano qué después lo cree? Además, si ya es todo, ¿cómo va a crear algo?, ¿sería todo más uno? Me gusta la idea de que no sumó ni inventó, más bien se restó, entregó a su hijo que un día le reclamó: “padre, ¿por qué me has abandonado?”
Dios dejó un pedacito suyo en esta, nuestra experiencia finita. Se puede decir que nos dejó una cuerda atada al ombligo; así, podemos nadar por la laguna, el charco o el océano siempre seguros, no perdón, no es para nada una cuestión de seguridad, es de libertad. En fin, lo divino en nosotros es el amor.
El amor, fenoménicamente, aparece en tres caras distintas, para nada contradictorias:
El Eros, en primera instancia, es el deseo hacia el otro. Este es el movimiento libidinal por excelencia. Empezar por ahí es lo más fácil. Aunque uno no tenga claro el porqué, sabe el estómago cuando algo le cuadra. Ve hacia lo que te gusta, con quien te gusta, y se deduce la conclusión; ergo, palón divino.
La Philia comparte lo que tiene, practica el desinterés, pues entiende que no se puede retener el constante devenir. La Philia no encuentra un impulso, sino una paz en el otro, sabe que nada en este mundo está desconectado. La ecología muestra suficientes ejemplos, la energía de algo es directamente proporcional al servicio que preste al otro.
Luego está el Ágape, que luce como el amor de los santos, místicos o iluminados. En el Ágape las fronteras del yo se desdibujan para fundirse con la creación toda. El humano juega a ser Dios, se retrae de su totalidad para ser en lo otro, algo mucho más allá del bien y el mal, del ego, del tiempo o de la muerte.
El amor como cuerda atada al ombligo es la experiencia re-ligante por excelencia, la cuerda puede ser una jevita, Shakti, Wakonda o el poder de Dios. Para Platón era un daimon que mediaba entre lo divino y lo humano, un ser alado en frenesí.
Sócrates, en El Banquete, cuenta un mito sobre la naturaleza del amor. El amor nació el mismo día que los dioses celebraban el natalicio de Afrodita, por eso es su escudero. Embriagado Poros (el recurso), hijo de Metis (la prudencia), se quedó dormido en el jardín de Zeus. Fue violado por Penia (la pobreza) que andaba mendigando en el festín de los dioses. Por lo tanto, el amor nace de Poros y Penia, anda descalzo y carece de hogar materno. Puede florecer y reinventarse por la naturaleza de su padre, a ratos muere y sin pedir nada a cambio, manifiesta una energía creadora.
En mi experiencia no existe nada más religioso que el amor, Dios es amor: pasión, conexión, compasión.
No se olviden que esta es una columna sobre drogas
Cuando Platón se refería a las alas que daba el amor, no estaba hablando de Red Bull. Este hombre que prologó 21 siglos de cristianismo, hablaba de los misterios eleusinos, la fiesta religiosa por excelencia de la antigua Grecia durante casi 2000 años. En esta se usaba una bebida (kykeon) a base de cornezuelo de centeno, un veneno letal que disuelto en un líquido a base de menta, pierde letalidad y desprende un alcaloide activo como el que se encuentra en el LSD.
El kykeon es parte de una estructura junto a mitos y ritos que solo cobran sentido cuando se entrelazan entre sí, como la experiencia psicodélica solo se potencia cuando se observa desde el set-setting drug.
Los psicodélicos intencionados en un ambiente propicio te pueden presentar a Dios, es uno de los tantos caminos. En la Antigüedad le llamaban ritos de muerte-renacimiento. Como habíamos dicho, es de Dios dejar ir, retraerse para crear, desdibujar el ego. En un viaje las sensaciones corporales llegan a ser extracorpóreas. La conexión con la creación -con la vida toda- que propician estas imágenes provoca una fascinación ante lo sublime del estar aquí y ahora, una compasión hacia lo otro, hacia nosotros.
Una experiencia religiosa que en el fondo de la laguna explora las profundidades de la psique. Así, en silencio queda su esencia, contemplada por quienes aman.
Conclusiones
Este artículo es un ejercicio de integración a la superficie. Algo similar a la prédica viralizada en redes del sacerdote Jorge Luis Soto. Es una forma de integrar el amor, cada cual con lo suyo, en un ejercicio de libertad religiosa.
Y creo en el amor, creo en Dios y en las canciones de Enrique Iglesias.