Usuario Baneado
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Hoy tuve un día muy problemático. Todo empezó cuando compré un maní molido en 300 pesos.
Salí con una antigua compañera del pre con la que de cierta forma siempre compartí una tensión romántica que ninguno de los dos se atrevió a romper. Fuimos a la Habana Vieja no por ser una cita muy original ni especial sino porque Obispo es una calle pública y los museos tienen todavía entradas asequibles.
Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, así que a pesar de todo disfrutamos el momento. Cada uno llevó su propia merienda e hicimos bastante bien. Pero ver a gente comprando pizza era bastante molesto.
Los problemas empezaron cuando nos encontramos a un anciano vendiendo maní molido. Ella me miró, yo la miré, sonrió y le sonreí. Le pregunté qué precio tenía y me dijo que trescientos pesos.
Ella tenía para un carro y yo también -por si a la vuelta no habían guaguas- así que ahí mismo me quedé en seco. Si le decía que no iba a pensar que no quería compartir con ella, pero tampoco quería ir caminando hasta mi municipio.
Nos miramos y al final decidí arriesgarme por mantener a flote la cita. Mitad y mitad, dimos dinero para el maní. Ahí me puse más nervioso, pues el viejo me lo dio a mí y no sabía qué hacer. Si lo dividía y le daba de menos se iba a molestar. Si lo dividía y le daba de más me iba a comer la envidia; ella que me conoce se iba a dar cuenta y se molestaría.
Así que para no ser yo quien mate la magia, le di el maní molido para que ella lo dividiera. Me miró, lo miró, sonrió y sola se lo comió. Me sentí utilizado y dejé de hablarle. Pero me dio un beso con sabor a maní para compensar su desvergüenza.
Como si estas cosas pasaran...
Salí con una antigua compañera del pre con la que de cierta forma siempre compartí una tensión romántica que ninguno de los dos se atrevió a romper. Fuimos a la Habana Vieja no por ser una cita muy original ni especial sino porque Obispo es una calle pública y los museos tienen todavía entradas asequibles.
Hacía mucho tiempo que no nos veíamos, así que a pesar de todo disfrutamos el momento. Cada uno llevó su propia merienda e hicimos bastante bien. Pero ver a gente comprando pizza era bastante molesto.
Los problemas empezaron cuando nos encontramos a un anciano vendiendo maní molido. Ella me miró, yo la miré, sonrió y le sonreí. Le pregunté qué precio tenía y me dijo que trescientos pesos.
Ella tenía para un carro y yo también -por si a la vuelta no habían guaguas- así que ahí mismo me quedé en seco. Si le decía que no iba a pensar que no quería compartir con ella, pero tampoco quería ir caminando hasta mi municipio.
Nos miramos y al final decidí arriesgarme por mantener a flote la cita. Mitad y mitad, dimos dinero para el maní. Ahí me puse más nervioso, pues el viejo me lo dio a mí y no sabía qué hacer. Si lo dividía y le daba de menos se iba a molestar. Si lo dividía y le daba de más me iba a comer la envidia; ella que me conoce se iba a dar cuenta y se molestaría.
Así que para no ser yo quien mate la magia, le di el maní molido para que ella lo dividiera. Me miró, lo miró, sonrió y sola se lo comió. Me sentí utilizado y dejé de hablarle. Pero me dio un beso con sabor a maní para compensar su desvergüenza.
Como si estas cosas pasaran...