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Un regalo, espero que comprendas.
"Comedia romántica"
Cuando las risas destruyeron la serenidad del hombre,
maquilló mi rostro con su vehemente intolerancia.
Le pedí bailar tangos intelectuales,
pero qué noción yo tendría sobre lenguajes corpóreos
si mientras camino tropiezo con invisibles obstáculos.
Me elogió peyorativamente después de mi apasionado pisotón.
Mi rostro fue pronto censurado por sus palabras,
me vistió con pobres críticas morales
y obtuve prestigio gremial a través del ostracismo.
Vara en mano, hice acrobacias que terminaron con porrazos.
No volví a la patria siendo hombre sino Arlequín.
Cual decadente poeta él miraba la luna,
mientras yo volvía so pena de reprimenda.
A punto de suicidarse en versos minimalistas,
cuando besé el zorro cortejo de Colombina.
El viento no cambiaba y se intensificó mi sentimiento.
Recordé inexperiencias -ignoradas- contra euforias -juveniles-;
mas él nada, solamente lloró sobre papeles blancos
que pegaba en su cuerpo, perdía la sensatez.
Ya no era el tozudo intolerante sino Pierrot:
pareja política de la promiscua Colombina.
Perdurar para mí se tornó constante improvisación teatral.
Ser amigo fraternal de lejanas tierras que trae memorias antiguas;
ser sujeto jamás conocido por el amigable esposo de inmenso carácter.
Si me reconociera, entre piruetas huiría nuevamente.
Pero otra tierra siempre aflora amor hacia Colombina: mi nacional redentora.
"Comedia romántica"
Cuando las risas destruyeron la serenidad del hombre,
maquilló mi rostro con su vehemente intolerancia.
Le pedí bailar tangos intelectuales,
pero qué noción yo tendría sobre lenguajes corpóreos
si mientras camino tropiezo con invisibles obstáculos.
Me elogió peyorativamente después de mi apasionado pisotón.
Mi rostro fue pronto censurado por sus palabras,
me vistió con pobres críticas morales
y obtuve prestigio gremial a través del ostracismo.
Vara en mano, hice acrobacias que terminaron con porrazos.
No volví a la patria siendo hombre sino Arlequín.
Cual decadente poeta él miraba la luna,
mientras yo volvía so pena de reprimenda.
A punto de suicidarse en versos minimalistas,
cuando besé el zorro cortejo de Colombina.
El viento no cambiaba y se intensificó mi sentimiento.
Recordé inexperiencias -ignoradas- contra euforias -juveniles-;
mas él nada, solamente lloró sobre papeles blancos
que pegaba en su cuerpo, perdía la sensatez.
Ya no era el tozudo intolerante sino Pierrot:
pareja política de la promiscua Colombina.
Perdurar para mí se tornó constante improvisación teatral.
Ser amigo fraternal de lejanas tierras que trae memorias antiguas;
ser sujeto jamás conocido por el amigable esposo de inmenso carácter.
Si me reconociera, entre piruetas huiría nuevamente.
Pero otra tierra siempre aflora amor hacia Colombina: mi nacional redentora.