Hace más de medio siglo que lo más poderoso del mundo no es la Iglesia Católica, es la cultura popular de los Estados Unidos. De sus tentáculos nadie se escapa. Y el que diga que no, tiene problemas serios de personalidad.
¿Qué significa ser un icono de esa cultura popular? Que siempre vas a estar en el foco de atención y vas a quedar como el máximo representante de algo, por el hecho de venir de los Estados Unidos. También, que la leyenda que las corporaciones, empresas, tabloides, representantes, etc., decidan alimentar para venderte, terminará tragándote sin ninguna compasión, y lo más probable es que no lo resistas. Pero Bukowski pudo resistirlo y supo burlarse de eso.
Bukowski tiene en común con un millón de escritores el haber comenzado a publicar de manera consistente después de la mediana edad, haber tenido un millón de trabajos y por supuesto, ser un inadaptado. Lo que no tienen en común ese millón de escritores con Bukowski es que él, es un icono. No creo que queden muchas dudas sobre su calidad como escritor y de que es uno de los nombres claves en la historia de la literatura moderna, aunque las universidades y estudiosos adictos a la bufanda y la pipa no lo quieran ver.
Cuando se habla de él, a todo el que lo ha leído le viene a la cabeza la imagen del tipo de dos metros, lascivo, machista, alcohólico y feo como el coño de su madre, aunque los actores que lo han interpretado en la pantalla grande, Mickey Rourke y Matt Dillon, fueron muy buenos mozos. Se sabe que Mickey Rourke lo decepcionó bastante, a Dillon no tuvo tiempo de verlo, pero ese no es el asunto. La cosa es que con Bukowski, quizá más que con cualquier otro (ni se les ocurra sacarme a Hemingway cazando hipopótamos), nos viene una imagen preconcebida, que se funde perfectamente con su personaje más recurrente, Henry Chinaski.
¿Cómo se podría entender esto? En sus propios libros escribió más de una vez sobre la importancia de la imagen que se forjaba y de más está decir que ahí está el conocidísimo poema Bluebird. Pero Henry estaba muy claro de lo que hacía y de los juegos que establecía con el público. En las últimas oraciones del primer cuento o anécdota (con Bukowski es muy difícil darse cuenta) de El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, diario que escribiera entre 1991 y 1993, reza: “Un escritor no se debe más que a su escritura. No le debe nada al lector excepto la disponibilidad de la página impresa. Pero lo peor es que muchos de los que llaman a la puerta ni siquiera son lectores. Simplemente han oído algo”.
Este libro, que evidentemente es un espejo negro de su última novela Pulp, que entre otras cosas, rinde homenaje a Louis Ferdinand Celine, uno de los poquísimos escritores que Hank recomendara en vida y que aparece en muchos de sus escritos; sale directamente de las arcas de John Martin. A él le debemos el conocer a Bukowski y de él salió una de las declaraciones más chocantes sobre el escritor. En una entrevista para Vice, John Martín aseguró que jamás vio a Bukowski borracho y que para nada era un hombre violento, que esa era solo la imagen que él se empeñaba en mostrar. Viniendo del editor con que Hank publicó casi todo, suena raro y poco creíble. Pero bueno, quizá se empeña en mantener limpio a su escritor estrella. Bukowski, un tipo que se opuso y sufrió los males del trabajo para enriquecer a otros (sin que suene comunista), dijo de Martin que este había sido su mejor jefe.
De todas maneras, si nos ponemos a pensar, detrás de novelas como La senda del perdedor o Factótum hay un tipo que evidentemente no se ha perdonado nada y lo más probable es que escribir lo que escribe (en presente porque Hank sigue palpitante como la cebolla morada) le duela demasiado. Un hombre solitario que hasta los cincuenta años solo había estado con una prostituta gorda (quizá también con dos o tres flacas), había tenido una novia alcohólica (según Cartero) y una esposa deforme (esto que acabo de decir es un crimen de lesa humanidad) y rica (Bárbara Frye). Solitario que entendió que no hay necesidad ninguna de alabar a nadie.
Otra cosa que nunca se quiere ver es que a los hombres siempre los trató mal en sus novelas, eran la basura constante, el mal de la tierra que sucumbe a los deseos animales ante cualquier mujer, los seres humanos más básicos y condenados. Autobiográfico hasta la médula, y esto inevitablemente, necesitaba humor, porque, aunque en su naturaleza no estaba suicidarse, lo pensó durante casi toda su vida.
Ahí está lo cómico de todo este asunto. Un icono del underground, escritor insigne de Los Ángeles, símbolo del libertinaje y del sexo desenfrenado, de la vagancia y el realismo sucio, era en verdad un hombre que detestaba todas esas cosas y era básicamente un tipo triste. Considerado por muchos el último escritor maldito de los Estados Unidos, cosa con la que no estoy de acuerdo; no acabo de entender lo que es un escritor maldito. De todas formas, Bukowski murió en el 94, pero Burroughs murió en el 97, mismo año en el que James Robert Baker se suicidara, al igual que Foster Wallace en el 08. Además, todavía falta ver qué sucede con Palahniuk, pero bueno eso es otro tema.
Para terminar, una anécdota:
Una vez me contaron que un estudiante de la FAMCA quería ser escritor, pero era demasiado malo. Otro estudiante de la FAMCA le dijo que leyera el poema “Como ser un gran escritor”. El estudiante lo leyó y tal y como dice el poema, se fue a empacharse con planchado a la maleca, pensando que en la mañana siguiente amanecería con todos los poderes. Salió el sol, el estudiante abrió los ojos y lo único que tenía era una resaca bestial.
Aquí está la gracia de ser un icono de la cultura popular de Estados Unidos. Te pongo a tu ídolo en una camiseta y lo vas a llevar encima como indicativo de que eres lo que te dijeron de él.