Santa María de Iquique
Chile conmemoró el 21 de diciembre de 2007 uno de los episodios más vergonzosos de su último siglo. Habían pasado cien años desde que miles de obreros con sus hijos y esposas fueron masacrados por el ejército chileno cumpliendo órdenes del nefasto presidente Pedro Montt. Los trabajadores estaban en huelga, en lucha contra unas condiciones de trabajo infrahumanas a cambio prácticamente de nada. Murieron más de tres mil personas. Fue la matanza de la escuela de Santa María de Iquique.
Los salitreros que trabajaban en la zona norte del país, una región desértica de donde se extrae el famoso nitrato de Chile, ya no podían con su alma. El trabajo era insano, agotador y mal pagado. En Iquique se concentraron miles de obreros que arrastraron con ellos a sus familias, y allí, en las salitrerías, trabajaban, sobrevivían y morían a cambio de un sueldo mísero. Tan mísero, que ni siquiera era un sueldo. Les pagaban con fichas de cambio que sólo podían gastarse en los comercios de las propias compañías salitreras, y así no había familia que ahorrara ni un peso. En diciembre de aquel año 1907 el vaso se colmó y se produjo la primera y más grande reivindicación obrera de Chile.
Los salitreros iniciaron una huelga… primero en una mina… luego en otra… y en otra… y en otra. Hasta que la manufactura se paró. Las empresas salitreras eran inglesas, apoyadas sin condiciones por el gobierno de Pedro Montt. Cuando las compañías vieron disminuir la producción, pidieron ayuda al presidente y el presidente no lo dudó. Envió al ejército con orden de disparar a quien se negara a volver a su puesto de trabajo. Por eso mataron a tres mil. Porque los obreros, sus esposas y sus hijos, atrincherados en la escuela de Santa María de Iquique, se negaron a moverse de allí. Ahora, un siglo después, todavía los arqueólogos buscan las fosas que ocultaron aquella matanza para devolver a Chile parte de su memoria obrera. Una memoria vergonzosa, pero a la que los chilenos del siglo XXI no están dispuestos a renunciar..