Murmuras en mi oído las palabras que no le dices a nadie. Esas que dejas colgando en el aire para ser recogidas como el fruto del manzano. Caen, maduras y tiernas, sobre mi ser; resbalando por mi cuello y escurriéndose por el escote de mi alma. La tienes desnuda en tus manos. Moldeas su forma a tu antojo. Te ríes ante la piel que se eriza, dejando a mis poros en evidente estado de alerta bélica.
No cedes en tu intento; ya el calor que nos invade es el infierno en la tierra. Vuelves a la carga y te dejo. Me pierdo en los pliegues del sonido, emitiendo los míos, esos que te bebes igual que un sediento cuando necesita agua. Igual que lo estamos el uno del otro.
Las olas que nos mecen se convierten en el eterno tsunami. Dejas de susurrar sentencias para suplicarme un gemido. Nos hundimos ambos en la intensidad; una espiral sin control. Las palabras se esfuman.
Solo se escucha el latido de un corazón.
No cedes en tu intento; ya el calor que nos invade es el infierno en la tierra. Vuelves a la carga y te dejo. Me pierdo en los pliegues del sonido, emitiendo los míos, esos que te bebes igual que un sediento cuando necesita agua. Igual que lo estamos el uno del otro.
Las olas que nos mecen se convierten en el eterno tsunami. Dejas de susurrar sentencias para suplicarme un gemido. Nos hundimos ambos en la intensidad; una espiral sin control. Las palabras se esfuman.
Solo se escucha el latido de un corazón.
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